Los arbolados / La escuela de los opiliones - LJA Aguascalientes
21/11/2024

Orfeo en el Inframundo de Offenbach. Al final, si uno es picosito, puede meter las siguientes palabras: “Mira cómo se me estira que parece liga”. Háganlo. Verán que no miento. Misterios insulsos de los versos y los encabalgamientos. Eso lo cantaba un niño en la secundaria, pero apenas puedo recordar su rostro. No se diga su nombre. He recitado muchos pero tampoco quiero invocarlo. Sin embargo, recuerdo sus gestos vulgares; movía ambas manos y aventaba el pubis hacia el frente, como si acosara a un hado imaginario, y después movía las pompitas de un lado a otro y sacaba la lengua y todos le imitábamos y nos hacía reír. Todos estamos a un sexenio de ser payasos esquineros. También, ahora que pienso en ello, y después de quién sabe cuántas horas de literatura, me empezó a dar gracia que la historia de Orfeo, el romance de la infatuación y el calentamiento (el inframundo es calientito, ¿qué no?), transmutara también en infantilismo y un supuesto estiramiento genital. Offenbach lo aprueba. Y ahora, ya pasado el tiempo, y muchas cosas enterradas, asevero con tristeza que era la única gracia de aquel chamaquito. Sigo murmurando nombres, pero no puedo dar con él, y lo imagino ahora: todavía hace el mismo chiste para sus compañeros de oficina, de recreo, de vida. Tal vez, bueno, hace el chiste para sus amantes.

Una gracia para estos tiempos oscuros: cuando un influencer (favor de poner en cursivas esta porquería) escoge un apelativo amado para sus seguidores, sus followers, sus hermanos de escupitajos binarios. Yuya llama a los suyos ternuritas (creo) y una famosa #hotwife llama a los suyos gatitos (miau). También he visto a otros influencers, con menos gente, influencia y dinero para los tacos, buscar con ardor ese apelativo que hará creer a su congregación que son parte de una religión. Si los grandotes me parecen penosos, los medianos me parecen más porque cambian de apelativo como cambian de silla y no saben si entregarse por completo a la ridiculez de ser una broma escandalosa para el solaz de sus mirones, o si están apelando al dios de la ironía para que, por favor te rogamos señor, todos crean es un chiste y su humor es superior. Los más patéticos, bueno, los pocos-followers (favor de poner en cursivas esta otra), llaman a los suyos: followeritos. Como en el mercado pero también follones. Werito follón, ¿me echas una mano? Al final, no puedo negar que hay cierto atractivo en creerse el director de una granja e incluso yo también he soñado que si algún día consigo a cientos de miles de followers, el nombre de mis acérrimos fanáticos: les llamaré arbolafios (acento pendiente de moderación) y juntos haremos un bosquecito coqueto. Quíhubo.

En Cholula, en la iglesia sin techo a la que alguna vez llegué cuando me perdí caminando, alguien ha conseguido un orador y le dieron un micrófono y un buen equipo de sonido. Con la ventana abierta, a seis kilómetros de distancia, gracias a los extensos baldíos, puedo escuchar sus misas. Habla de los días de descanso, de los meteoros que caen a Cholula, de cómo Dios nos está vigilando a todos. El Señor, sin rasgo de ironía, llama a los suyos como lo que son: “el rebaño”. Me imagino, porque él lo puede todo, que es el único ser celestial que puede decir lo siguiente: “Mira cómo se me estira que parece liga” y no se le quiebra el rostro ni en risa ni en furia. Quizás no lo baila y no lo canta, porque su sentido del humor está viejo y pasmado, pero la inflexión en su voz es suficiente para hacernos creer en todas las capas de humor que pueden existir, incluso, en las palabras sosas. Es capaz de todo, por eso es quien es. Sigo escuchando al orador, señor cura, me atrevo a adivinar. El señor habla de la familia y de los deberes. No cierro la ventana porque también el silencio puede ser insoportable.


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