No hay más sexta que la Trágica… ¿será? / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
22/11/2024

¿Qué sinfonías merecen, por su carácter influyente, por su revolucionario espíritu, por su innovador lenguaje, en fin, por su protagonismo en la historia de la música, ser reconocidas simplemente por el número que ocupan en el orden establecido dentro de corpus sinfónico de un compositor? 

Hay muchos ejemplos, e indudablemente la discusión, el intercambio de opiniones, los diferentes puntos de vista podrán aportar mucho al tema. Las terceras, las quintas, las sextas pueden ser objeto de acaloradas y apasionadas discusiones. Sí, porque la música despierta esa pasión, en los verdaderos melómanos la pasión puede ser mayor que los temas de política o de fútbol. Y salvo tu mejor opinión, me parece que en donde no hay división de opiniones, en donde el acuerdo es casi total, es con la novena, aun cuando hay grandes novenas, como la Grande de Schubert, la del Nuevo mundo de Dvorak, o las inmensas novenas de Bruckner y Mahler, la novena por excelencia ha sido, y con toda seguridad seguirá siendo, “la coral” de Beethoven, esa es simplemente la novena, cuando decimos “la novena”, así, sin más, seguramente nos estamos refiriendo al Op. 125 de Ludwig van Beethoven, aquí no hay discusión, pero sin duda los desacuerdos y enfrentamiento de opiniones vienen cuando intentamos definir cuál sinfonía debe ser reconocida como “la tercera”, seguramente en este caso Bruckner y Beethoven tendrán argumentos muy sólidos para defender sus respectivas terceras, aunque muy probablemente, al menos por popularidad, por reflectores, salga triunfante la “Eroica” (así sin h, es en italiano el nombre original) del genio de Bonn. Con las quintas, sextas y octavas seguramente habrá también acaloradas discusiones. Por otro lado no hay una en todo el sinfonismo universal a la que podamos llamar simplemente la primera, aunque ahí está “la Titán” de Mahler. Tampoco hay una segunda, aunque en esta caso también Mahler levante la mano con su sinfonía de la Resurrección. Así mismo, tampoco podemos encontrar una cuarta por definición. Con las séptimas no encontramos de frente con la de Beethoven, según Wagner, la “apoteosis de la danza”, aunque también Bruckner y Mahler tienen sus argumentos que defienden sus respectivas séptimas. La octava tendría que ser sin duda la llamada “de los mil” de Gustav Mahler, obedeciendo tanto a la forma como al contenido, de hecho, la Octava de Mahler merece con toda justicia un Banquete para poder penetrar con mayor puntualidad a sus encantadoras entrañas. 

A mi entender, las discusiones más amargas deberán presentarse al intentar definir cuál debe ser reconocida simplemente como  la quinta y la sexta. Con la quinta está la de Tchaikovski, otra vez Mahler y  otra vez Beethoven ofrecen inmensas sinfonías, creo que la opinión popular ha decidido que cuando digamos la quinta, nos estemos refiriendo a la llamada “sinfonía del destino”, otros la llaman “la catedral de cuatro ladrillos”, claro, la de  Beethoven, y aunque sin duda habrá quien prefiera reconocer como la quinta a la de  Mahler y otros a la soberbia de Tchaikovski, finalmente sólo son opiniones y todas igualmente válidas. 

Pero con la sexta, por Dios, aquí sí que hay desesperación y rechinar de dientes, aquí las discusiones sí deberán ser tremendas y llevadas hasta las últimas consecuencias. En el mundo de la música encontramos soberbias sextas, concretamente me quiero referir a tres, las tres, por cierto, con un nombre que refleja el espíritu descriptivo de la obra en cuestión: la sexta de Tchaikovski conocida como la “Patética”, la sexta de Mahler llamada “Sinfonía Trágica”, y la “Pastoral” de Beethoven, que a pesar de Franz Liszt, algunos consideran como el primer poema sinfónico en la historia de la música. Las tres son inmensas construcciones sinfónicas, las tres convencen con sus argumentos, las tres son igualmente gloriosas, aunque con espíritu diferente, mientras que la de Beethoven es la descripción musical de la campiña con una luminosidad que resulta evidente, las otras dos son profundamente lúgubres, tristes, fatalistas incluso, finalmente hablamos de la Patética y de la Trágica. 

Para Tchaikovski su sexta representa una especie de canto del cisne, es su despedida de la vida y el saludo a la eternidad, es el punto final a su existencia, es la rúbrica con la que se despide de todo y de todos, es al mismo tiempo la cereza del pastel de todo su pensamiento musical. 

Mahler por su parte nos anuncia la tragedia, es una sinfonía llena de premoniciones, es un oráculo de la fatalidad, es el saludo de Mahler a su destino, cruel seguramente, pero que acepta sin acobardarse, con la cabeza en alto y dispuesto a saludar de mano a la muerte e incluso coquetear un poco con ella. 

En su sinfonía trágica Mahler describe con tres espeluznantes golpes al final de su obra, las tres grandes tragedias de su vida: la muerte de su hija de fiebre escarlatina, su despido como director de la Ópera de Viena y el diagnóstico de la cardiopatía que finalmente lo llevaría a la muerte. 

Estas son las tres grandes sextas, ¿cuál de ellas debe ser reconocida simplemente como la sexta? En realidad yo no me atrevería a dar una opinión, las tres son grandes, si acaso me podría aventurar a hacer una quizás injusta eliminación, dejaría fuera de la contienda a la Patética de Tchaikovski para quedarme sólo con la Trágica y la Pastoral, pero ya no podría ir más allá. 

El compositor austríaco Alban Berg enfrascado en una discusión respecto a cuál debería ser la sexta, dijo lo siguiente: “a pesar de la Pastoral, no hay más sexta que la Trágica”, ¿será?, tú qué opinas.  


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