Cinefilia con derecho / Fundamentalismos y educación - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Una de las primeras películas de la obra de Arturo Ripstein con las que tuve contacto El Evangelio de las Maravillas (1998) una recreación y reinterpretación –no tan alejada de la realidad- de lo que sucedía en los ochentas en la ahora mundialmente famosa Nueva Jerusalén: tierra de fundamentalismos, tierra de nadie, cual sinónimos podrían ser. Todo queda entre familia: producida por el padre del director (Alfredo Ripstein Jr.) y con guión de su esposa, Paz Alicia Garciadiego, la historia se centra en la neo comunidad religiosa formada en 1973, y sus líderes que se dicen iluminados, y prácticamente están dedicados en cuerpo y alma a la religiosidad. Frente a los conflictos que se viven al interior, el Estado sólo atina a apostar a la entrada del pueblo al ejército, aquí aparece en un buen papel secundario Rafael Inclán (de los pocos actores rescatables del cine de ficheras) como un soldado que además de estar comisionados a ese campamento trata de enderezar a su sobrino que tiene tendencias homosexuales. La película de Ripstein es una mirada crítica al extremo religioso que existe en la realidad, esa Nueva Jerusalén, que pareciera resurgir de un pasaje de la Edad Media. Y esta comunidad enclavada en Michoacán retoma fama en el país por los hechos sucedidos en las pasadas semanadas, cuando el grupo religioso movido por una supuesta revelación de su líder destruyó dos escuelas y, posteriormente, a punta de golpes, evitó a como diera lugar que se iniciaran clases en el ciclo escolar.

El Liberalismo, el gran movimiento ideológico mexicano, entre sus vertientes fundamentales tenía a la educación. Mora, el padre fundador, criticaba fuertemente la intromisión de la religión en la materia educativa“sujeta a regulación clerical –dice Charles Hale citando a Mora-  la educación nunca podría fomentar ‘un espíritu de investigación y de duda’ sino únicamente el ‘hábito de dogmatismo y disputa’”. La férrea oposición de la Iglesia prácticamente evitó la secularización pues, como lo dice el también autor de El Liberalismo Mexicano en la Época de Mora las leyes de reforma dictadas al respecto prácticamente fueron abrogadas por Santa Anna; la tan anhelada secularización se concretó prácticamente hasta el Positivismo de Gabino Barreda y se fue consolidando durante todo el siglo XX. En este sentido, la educación laica se ha consolidado como un derecho humano de primerísima generación.

Sin embargo, esta semana hemos sido testigos de un fundamentalismo religioso que llevó a hacer añicos una escuela; lejos de la pérdida material que en sí misma es grave, la sociedad mexicana debemos ver esto como un símbolo, un reto, pues significa un claro grito y afrenta contra el ideal de sociedad democrática, ilustrada, científica, en pocas palabras occidental, a la que aspiramos como país y cuya piedra angular es precisamente la escuela. Hasta hoy, ninguna autoridad se ha pronunciado o generado cualquier acto de desagravio: ni el Municipio, el Estado o la Federación, al menos la Comisión Nacional de los Derechos Humanos ha abierto un expediente donde ha solicitado medidas precautorias, y del que se esperaría una recomendación donde urja al Gobierno a hacer efectivo el derecho a la educación.

Si los habitantes de la Nueva Jerusalén en sus muy personales creencias quieren vivir estratificados, rezar día y noche, acostumbrar que las mujeres se tapen el pelo o que usen faldas largas, prohibir la televisión o renunciar a cualquier otra clase de placeres mundanos que a otros nos hacen tan felices, es algo que francamente no debe importarnos ¡bendita la libertad de creencia! Pero su desprecio a la educación materializado en el oprobio de derrumbar un lugar dedicado a la enseñanza, debería generar una indignación colectiva.

Se puede entender que el Estado de manera prudente se mantenga al margen de ciertas conductas sociales si con ello evita un conflicto mayor, sin embargo el reto de evitar la educación en la comunidad llamada La Nueva Jerusalén no sólo atenta contra los principios elementales del Estado laico, no sólo atenta contra uno de los derechos humanos más fundamentales como lo es la educación, sino que atenta contra toda la ideología de un país que necesita ver a la educación como la cimbra y único motor de cambio y mejora.

Como en la película de Ripstein, pareciera que el Estado permanece como mero espectador. Y conste que en educación no vale que cualquier orden de Gobierno se deslinde, todos, conforme a la Ley General de Educación son responsables. Bajo ningún esquema se puede permitir actitudes como las de los extremistas de la Nueva Jerusalén, el Gobierno en su integridad  deberá actuar ciertamente de forma prudente, pero con todo el poder que está respaldado justamente en la razón, y como tal debe ser esgrimido cuando la razón es ofuscada por algo tan absurdo como un fundamentalismo religioso.

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