Soy mahleriano, luego existo / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
22/11/2024

No sé qué extraño encanto despierta en mí Gustav Mahler, gran compositor austríaco, claro, su fascinante música es lo más importante, pero en torno a él, en torno a su creación musical, hay una serie de circunstancias que hacen de todo en conjunto, su vida, su música, algo imposible de ignorar, algo que jala con más fuerza que un imán. Entiendo perfectamente que la música de Mahler no es en absoluto la más atractiva ni la más taquillera, si me permites el término sin parecer irreverente, pero la atracción que genera es avasalladora.

Su impresionante corpus de nueve sinfonías y media, y sus bien trabajados lied son lo suficientemente grandes para despertar ese encanto, esa irreprimible fascinación que nos atrapa una vez que nos hemos dejado seducir por su elocuente y sufriente pensamiento musical.

El atormentado Mahler, el exquisito atormentado Mahler, ¿cómo ignorar su música si en ella encontramos muchas veces la razón de nuestra existencia?, bueno, en realidad debo hablar en primero persona del singular y no en plural, es probable que si te gusta la gran música de concierto y conozcas a Mahler no te sientas atraído como tu servidor por su creación musical, mucho menos con ese delirio que en mí despierta toda su obra, pero no sé, Mahler es para quien esto escribe la descripción exacta de muchos de nuestros atormentados sueños, de las visiones a las que más les tememos y que sin embargo están ahí para decirnos que estamos vivos, no sé, posiblemente esto sólo me pase a mí y no tengo derecho a invitar a la fiesta a todos ustedes, estimados invitados a la mesa que amablemente degustan este viernes del presente banquete.

Pues bien, el hecho es que Gustav Mahler murió el 18 de mayo de 1911, hace 105 años que sus restos descansan en Grinzing, un cementerio en la capital austriaca, y esto me parece un pretexto lo suficientemente importante para dedicarle al atormentado y sufriente Mahler unas cuantas líneas, y de alguna manera, aunque no hubiera un pretexto, de todos modos los haría, simplemente porque me place.

De hecho pensaba escribir algo a acerca de Bob Marley, el más importante exponente del Reggae quien murió el 11 de mayo de 1981, la fecha es más cercana, pero la verdad es que ni soy un apasionado de Marley ni me considero un amante del reggae, en cambio sí lo soy de Mahler, y aunque falte una semana para su aniversario luctuoso, he decidido servirte a la mesa un platillo con nueve sinfonías, acompañadas por un puñado de deliciosos lied aderezados por una salsa de misticismo y un sublime y casi religioso sufrimiento, o quizás debo quitarle el casi.

Gustav Mahler pertenece a esa mágica generación de músicos que murieron después de haber escrito su novena sinfonía, hay varios casos que documentan esa extraña coincidencia, el muy conocido de Beethoven, el de Dvorak, el de Bruckner, el de Schubert, y el que nos ocupa en esta ocasión. De hecho los grandes estudiosos de la música nos dicen que Gustav Mahler no quería escribir su novena sinfonía por miedo a morir después de terminarla, conocedor de esta tradición buscaba la manera de evadir ese temido noveno capítulo sinfónico, y cuando terminó la novena pretendió que fuera en realidad la décima considerando su Canción de la Tierra como novena, pero no, imposible, este es un lied que no pertenece a su corpus sinfónico, entonces empezó rápidamente la escritura de su décima, pero ya ves cómo son las cosas, no la concluyó, murió después de dos movimientos y de ella se han hecho varias posibles conclusiones tomando en cuenta algunos apuntes dejados por el maestro, pero no hay una versión definitiva. Su novena Sinfonía, concluida en 1909 y que para tu servidor es una especie de compendio del universo, fue su Canto del cisne, imposible evitar la… ¿podríamos llamarle maldición?, como sea, Mahler inevitablemente murió después de haber terminado nueve sinfonías completas.

Es difícil para mí señalar una de ellas como mi favorita, pero siento especial atracción por la segunda, conocida como de la Resurrección y todas a partir de la sexta, llamada la Sinfonía Trágica, de la que por cierto, dijo en alguna ocasión el compositor Alban Berg: “A pesar de la Pastoral (sexta de Beethoven), no hay más sexta que la Trágica”, no sé es complicado, ambas son grandiosas y valdría la pena seguramente dedicar un banquete a definir, por ejemplo a cuál debemos de llamarle simplemente la Sexta, hay varias candidatas, las dos ya mencionadas o la Patética de Tchaikovski, así como también hay varias que deben ser reconocidas en la historia de la música como la Novena, ya veremos.

Mahler es uno de mis cinco compositores favoritos, me voy a atrever a señalarlos: Bach, Beethoven, Brahms, Bruckner y Mahler, no están apuntados en orden de gusto sino cronológicamente, y escuchar para mí alguna de sus monumentales obras representa sumergirme en un mundo mágico, pero no para evadirte de la realidad, al contrario, para encararte con ella, posiblemente para saludar de mano a la fatalidad y hacerle un guiño a la muerte. Cuando la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, que por cierto, es una de las pocas orquestas que en México han tocado el ciclo completo de las nueve de Mahler, interpretó la Novena con la batuta del maestro Revueltas en una de sus mejores noches, yo estaba sudando frío en el cuarto movimiento, con esa delicada intensidad de los angustiosos pianísimos del final, cualquier movimiento que hiciera rechinar la butaca, un niño llorando, un celular sonando, lo que sea, yo estaba en verdadera angustia, recuerdo que mi esposa me dijo al terminar: “Tu sufres a Mahler, no lo disfrutas” y sabes, creo que tiene razón, pero qué le voy a hacer, soy mahleriano, luego existo.

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