Yo sí defiendo a Cecilia, la señora de Borja, como artista contempo / The Insolence of Office - LJA Aguascalientes
22/11/2024

 

Recuerdo que el resultado de la restauración del arte de la Capilla Sixtina despertó, por un lado, elogios; por otro, burlas. Los del segundo grupo veían en la obra de Miguel Ángel algo que se acercaba más a un cómic que a un fresco: vamos, la novela gráfica de la religión católica.

Ambos pueden tener argumentos suficientemente convincentes como para que alguien se sienta afín con una determinada postura; sin embargo, los que llaman mi atención son los que se burlaron. Supongo que lo hicieron porque estaban enfadados. Si admito esta hipótesis como cierta, estaría pensando en que ellos, más que molestos, estaban preocupados, y, acaso, se preguntaron cómo fue que una obra de arte tan emblemática -no de un pueblo, sino de Occidente- acabó en ese chiste. Vale, son especulaciones; pero dudo severamente que los expertos en materia de restauración hayan tenido una mala intención en su desempeño. Es Miguel Ángel, for god’s sake. Arte arte, pues.

Hace poco, en un pueblo perdido de España, una viejita -de pinceles tomar-, decidió restaurar, sin ninguna preparación y por iniciativa propia, una horrible y olvidada pintura de Jesús en una iglesia. La pinturita, hasta antes de ella, no tenía ningún valor histórico ni artístico -y agregaría estético; era una cosa sin ton ni son-. ¿Qué hizo la señora? Pues, para no hacer el cuento largo, vio que a aquella desatendida imagen, al estar tan maltratada por el tiempo, le hacía falta algo de color. Y lo logró (bueno, digamos que si se comparan los rostros, la conclusión es más o menos así: uno, el nuevo, parece de plastilina; el otro, pues eso, el retrato típico de Jesús); sólo que los ortodoxos han puesto el grito en el cielo. (Ejemplo: para los ojos del diario francés Le Monde, aquello fue una masacre).

La pobre señora, ante la avalancha de acusaciones, ha tenido que salir a pronunciar lo siguiente: “yo he pecado por pintarlo; pido perdón. Pido perdón, pero lo hecho con muy buena intención…” Hasta aquí tenemos una anécdota simultáneamente curiosa y divertida. Pero me gustaría agregar algo más a este simpático hecho: tratar de conectar su famoso talento con algunos de los recursos contemporáneos en materia de arte.

A lo largo de la historia hemos visto cómo la credencial que identifica a una persona como artista se adquiere con base en trabajo e inteligencia. No tenemos ninguna duda, por ejemplo, en llamar así a José Clemente Orozco. En cambio, en esta trans-ultra-pos-god knows what else-modernidad, adquirir la etiqueta es de una pasmosa facilidad: cualquiera puede serlo. En serio. Como prueba, acá va la anécdota de la señora española sólo que un tanto modificada:

Hace poco, en Borja -un lugar underground de España-, una mujer, Cecilia, normalmente a disgusto con las manifestaciones culturales que la rodean, decidió intervenir, sin el menor pudor, una obra vintage de Jesús, dentro del recinto más exquisito para la provocación: una iglesia.

¿Cuál es la diferencia? Vamos a ver: ¿qué si este acto lo hubiese hecho alguien del medio artístico? Creo que no tendríamos la menor duda de que estaríamos ante una obra que responde a nuestro tiempo: una pieza de arte contemporáneo.

Inscribir a Cecilia, la vecina de Borja, la restauradora posmo, dentro del selectísimo grupo de “soy artista”, hoy por hoy, es sencillo. Veamos algunas características que muchas obras de arte contemporáneo tienen: provocar, intervenir, y recordar con nostalgia a las obras de otro tiempo. El trabajo de Cecilia tiene todo lo anterior; y más: la imagen, originalmente fracturada, fue actualizada por la mano de quien se dice que ha pecado. Además, ¿en una iglesia? Ni el artista más arrojado se atrevería a ello (salvo las Pussy Riot: Free Pussy Riot!).


Admito que parece que estoy jugando; pero no es así. Lo que hizo la señora, involuntariamente, nos permite recordar dos preguntas a un mismo tiempo ociosas y pertinentes (en arte, a veces van de la mano):  ¿en qué momento una obra puede ser arte?; ¿en qué momento alguien se convierte en artista?

He leído que un grupo de profesionales va a encargarse de “reparar el daño”. ¿Será? Las bondades que ha dado Cecilia a ese pueblo -a donde ni dios ni los restauradores llegan- son impagables (turismo, historia, desempolvar una comunidad). Con todo, lo más probable es que esto quede en un asunto donde el mundo se fijó, brevemente, en Borja, debido a la modificación de una obra malísima en una muy mala; y donde algunos reflexionamos que, tristemente, para artista, cualquiera.

 

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