What good’s permitting
some prophet of doom
to wipe every smile away?
Life is a Cabaret, old chum,
Come to the Cabaret!
Cabaret – John Kander, Fred Ebb, Liza Minelli
Pedro Calderón de la Barca escribió El Gran Teatro del Mundo bajo la premisa de que la vida es un teatro, y que en este teatro cada uno de nosotros cumplimos un papel en el drama de “vivir” para que -con la virtud o el vicio de nuestras acciones- se nos otorgue o no el mérito de la trascendencia. Poco más de dos milenios antes, Aristóteles había ensayado con la idea del Zoon Politikon, este planteamiento de que el humano es un animal social que -a diferencia de los dioses o las bestias- necesita de sus iguales para vivir. En esta necesidad de convivencia colectiva entre humanos ocurre todo; la medida de todas las cosas; lo decible y lo indecible; lo recto y lo torcido; el blanco y el negro, con todos los códigos Pantone en medio, especialmente en lo referente al oficio de dominarnos los unos a los otros.
Bien visto, el ejercicio del poder es un gran teatro en el que tácitamente todos asumimos nuestro rol: el de los que mandan, el de los que obedecen, el de los que con su apatía legitiman a los primeros y terminan por joder a los segundos. Entrados en esto, el drama teatral se puede subdividir en géneros; y el ejercicio del poder democrático en momentos. Así, a cada momento del poder podemos corresponderle un género teatral: aprobaciones presupuestales melodramáticas, movimientos sociales trágicos, acciones de gobierno contra la corrupción bastante cómicas, políticas públicas basadas en el absurdo, sexenios completos para el teatro de la crueldad, gobernantes con rompimientos brechtianos, legislaturas de pantomima, políticos de pastelazo, etcétera.
Para el momento actual de campañas políticas podemos afirmar que el género teatral correspondiente es el Vodevil. Este género nace en Francia y se populariza en EEUU hacia finales del siglo XIX y principios del XX; toma su nombre del francés Vox de Ville, voz del poblado, voz popular, por los cantos y dramas vulgares que emergían de las villas suburbanas a los escenarios de las carpas en las barriadas citadinas, y que constaban de números teatrales, musicales, acrobáticos y de malabar, en tono cómico, casi siempre en un acto, y con la mera finalidad del divertimento vulgar. Así, las actuales campañas buscan no la persuasión inteligente ni el convencimiento racional con un plan de trabajo claro; sino el aplauso fácil, la diatriba al oponente a partir del pastelazo, la vulgarización de la propaganda.
Y es en este punto, el de la vulgarización de la propaganda, en el que -gracias al penoso cariz de campaña negra que han elegido jugar los “estrategas” del duopolio partidista y sus medios compinches- nos es posible revisar el legado del oscuro Paul Joseph Goebbels, Ministro para la Ilustración Pública y Propaganda en la Alemania de Hitler, quien delineó, en la década de 1930, una serie de Principios de la Propaganda aún vigentes, para asegurar el apoyo del vulgo ante lo atroz. De estos principios, invito a comparar el diseño teórico de Goebbels con nuestra chabacana realidad, para ver hasta dónde nos ceñimos al libreto de este drama político.
De los Principios mencionados, se han popularizado once que tienen que ver con la manipulación de masas a partir de la obnubilación de la razón y la ocurrencia de argumentos emocionales para orientar al vulgo. A continuación se enlistan estos once, con una brevísima explicación, para que quien lea esto haga -si le place- la comparativa con nuestro modesto vodevil local. Los Principios son: 1.- Simplificación y Enemigo Único: Simbolizar al oponente en una sola idea alusiva al vicio, la amenaza, lo pernicioso o negativo. 2.- Método de Contagio: Asegurar que todos los oponentes representan al símbolo enemigo del punto anterior. 3.- Transposición: Achacar al oponente los errores propios. 4.- Exageración y Desfiguración: Asumir cualquier yerro del oponente, por trivial que sea, como una amenaza grave. 5.- Vulgarización: Reducir la complejidad de la propaganda, de tal modo que sea fácilmente aprehensible y replicable por los menos inteligentes de la masa popular. 6.- Orquestación: Afirmar un pequeño número de postulados no necesariamente verídicos, y presentarlos repetidamente desde distintos medios, convergiendo en el mismo concepto, para dar la impresión de verdad. 7.- Renovación: Refrescar el pequeño número de afirmaciones del punto anterior a un ritmo tal que las respuestas del oponente vayan siempre algunos pasos atrás. 8.- Verosimilitud: Tomar datos y fragmentos de la realidad para utilizarlos con sesgo y maña a fin de validad como verosímil un argumento que por sí solo no lo sería. 9.- Silenciación: Evitar, e incluso acallar, los puntos argumentativos que muestren el error propio o la ventaja del oponente. 10.- Transfusión: Apelar a los prejuicios sociales (de carácter racial, étnico, de género, de gentilicio, religión, folclor, etc.) que, por su formación cultural, padece la masa para manipularla mediante las pasiones primitivas: euforia, deseo, ira, miedo. Por último, 11.- Unanimidad: Hacer creer a la masa que nuestro postulado tiene unanimidad o -al menos- consenso mayoritario, para hacerlos sentir obligados a sumarse a éste.
Hasta ahí los puntos argumentales del libreto de nuestro drama político en campaña. ¿Hubo muchas coincidencias con la realidad actual? Que nos ciñamos o no a estos dependerá de nuestra vocación para ser ciudadanía racional, o la de ser sólo una masa vulgar, crédula y fácilmente manipulable mediante las emociones primitivas. En las campañas se ven toda clase de tropelías goebbelianas: mentiras que se repiten mil veces para hacerlas verdad, ataques viles que despiertan el odio o la animadversión pasional, postulados maniqueos que pretenden polarizar. Es responsabilidad de los electores despojarnos de esa basura mediática de dimes y diretes e ir a lo fundamental (que efectivamente lo hay en alguna de las propuestas electorales, descubra usted en cuál) para confrontar a cada uno de los aspirantes al poder sobre ¿Qué modelo de gobierno me están queriendo vender? ¿Qué garantías de legalidad me dan para que yo los ponga en el gobierno? ¿Qué historial de transparencia y limpieza administrativa me ofrecen? ¿Qué mecanismos utilizarán para realizar lo que quieren hacer con el asunto público? ¿Qué iniciativas legislativas creen que es necesario impulsar? ¿Qué canales comunicativos abren o cierran para que yo pueda cuestionarles su acción colectiva? Finalmente, cada proceso electoral debe servir no sólo como un mecanismo de la democracia para poner o quitar a un grupo en el poder público, sino también como un examen de IQ aplicado a toda la población votante. Levantémonos, informémonos, cuestionemos, decidamos lo más racionalmente posible, aprobemos el examen en El Gran Teatro de la Política, donde el ensayo es ya la obra misma en escena. Trascendamos del Zoon Teatrikon al Zoon Politikon, y seamos protagonistas de nuestro propio drama porque -como se afirma en La Poética, de Aristóteles- la diferencia entre la Comedia y la Tragedia es sólo la distancia; y el absurdo de este humor negro de pastelazo político nos queda bastante cerca como para ser cómico.
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Post data: mi pesimismo me impidió poner en este texto cualquier marca de tiempo, espacio, partidos políticos, porque tengo la triste certeza de que la misma columna podrá ser usada en otro momento, en otro lugar, en cualquier proceso electoral.
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