Cuando se llega la fecha histórica del 5 de Mayo, en el país y en Estados Unidos se celebra con gran fervor patriótico la Batalla de Puebla de 1862, cuando las armas nacionales se cubrieron de gloria al derrotar a las tropas napoleónicas, el mejor ejército del mundo. Los festejos, por lo general, incluyen una escenificación de la batalla en los campos aledaños a los cerros de Loreto y Guadalupe. En ocasiones, también se hacen desfiles en Puebla y ciudad de México, en los que no pueden faltar un grupo de paisanos disfrazados de fieros zacapoaxtlas. Con calzón y camisa de manta blanca, un cotón de lana oscura, un enorme sombrero de palma y el infaltable machete en mano. Porque así se supone que vistieron en aquella memorable gesta. Mi amigo Daniel Méndez, compañero de estudios en la Facultad de Medicina de la UNAM, me contaba orgulloso y al mismo tiempo avergonzado que era descendiente de Juan N. Méndez, un héroe poco conocido de esa batalla.
¿Por qué se orgullecía? Porque su bisabuelo formaba parte de “Los Tres Juanes” héroes locales de Tetela de Ocampo lugar de donde salieron los valientes xochipulcas, que desde entonces buscan el reconocimiento que se les da a sus vecinos zacapoaxtlas. Lo cierto es que el VI Batallón estuvo formado por dos terceras partes de xochipulcas y una tecera parte de zacapoaxtlas que fueron llevados a la guerra por leva, no por convencimiento. A otros se les obligó como una manera de pagar las deudas que tenían con el gobierno del pueblo. Ambas etnias nahuas-chicihimecas estuvieron ahí, se les recuerda y hasta tienen un monumento en el centro del poblado. ¿Por qué se apena mi amigo? Porque su papá y él mismo participaron en muchas ocasiones en desfiles y representaciones vestidos como indios. Los gobiernos municipales, estatales o federales, según la importancia del momento, invitaban a hombres y muchachos a participar. Se les regalaba la vestimenta, los huaraches y el sombrero. Algo que se repetía año con año y a nadie se le pedía que repitiera en traje usado sólo una vez, el año anterior. Lo mejor de todo era el machete. Variaba en cada ocasión dependiendo del presupuesto, ya que a veces era de excelente calidad y en otras era del mas corrientito. Algunas veces les tocó viajar a la ciudad de México para participar en fastuosas paradas militares, sobre todo en sexenio del presidente Díaz Ordaz, quien nació en Puebla y gustaba de celebrar la épica fecha con gran boato. Aunque decía Daniel, el presidente en realidad era de Oaxaca y descendiente de Porfirio Díaz, uno de los héroes de esa célebre confrontación. En esos viajes, recibían un generoso donativo que en mucho le sirvió para pagar sus libros y otros gastos de estudiante humilde.
Ahora nos preguntamos ¿y los zacapoaxtlas y los xochipulcas? Pues resulta que a pesar de su valeroso desempeño, no lograron impedir la intervención francesa. El general Ignacio Zaragoza murió de tifoidea cuatro meses después. Los franceses siguieron con la penetración, llegaron a establecerse en el país durante cinco años y hasta trajeron al emperador Maximiliano que gobernó tres años. Los paisanos indígenas no volvieron a aparecer en el panorama militar del país. ¿Por qué se les quedó el adjetivo de fieros con el que son nombrados casi como denominación de origen? Porque los corresponsales de guerra narraron en Francia que habían sido derrotados por salvajes que además de destazar con sus machetes a sus nobles soldados zuavos (argelinos) belgas y franceses, se los habían comido. ¿Y ahora? Bueno pues los descendientes y sobrevivientes viven dedicados a las labores del campo, participando en las teatrales batallas de aniversario y algunos de ellos viajando con frecuencia a Estados Unidos, como lo hacen muchos de nuestros indígenas. A trabajar en el field, ilegalmente pero cobrando en dólares.