Todo lo que el ser humano produce para su beneficio, en sí mismo es cultura. Aún recuerdo esos discos de acetato de 33 o 45 revoluciones por minuto que se ejecutaban en muebles completos con tornamesa y bocinas incluidos, que eran conocidos como tocadiscos o consolas. Mucho tiempo el slogan en el empaque de los acetatos, fue “el disco (también) es cultura”, y es curioso pero cierto, el disco, la música, las bellas artes, como producto humano, es cultura.
A pesar de ello, el común de la gente cree que la cultura es algo alejado. Casi etéreo. El estereotipo de la persona culta es aquel que domina las raíces grecolatinas del lenguaje, habla a perfección el latín y el griego con corrección. Escucha música clásica y sabe distinguir entre un aria y una opereta, y por supuesto no confunde a Bach con Vivaldi. Conoce de pintura y aprecia un Velázquez en sus mínimos detalles. Y así hasta coincidir en que quien conoce de cultura es un snob.
Yo siempre he pensado en que la calidad de cultura se le da al producto factual humano tomando en cuenta el beneficio que de ese producto recibe. Simplemente con que el hombre demuestre el afán por conocer algo más de lo que ya sabe, está produciendo cultura. El ejemplo con el que he trabajado en la exposición de este tema es el del niño humano que, en sus diversas etapas cognitivas, no comienza desde cero. No tiene que inventar la rueda, aprender a generar y manejar el fuego, saber de entre las cosas que come, cuáles le pueden causar daño al punto de matarlo, o que le haga un bien a su organismo. Ese niño humano aprovechará la experiencia acumulada por el ser humano en miles de años, para superar el handicap y comenzar a realizar productos culturales, insisto, como producto humano para beneficio.
Esta columna que aborda temas electorales, no es ajena al ejemplo expuesto anteriormente. Como buena parte de nuestra tradición jurídica, la versión actual del derecho electoral, mismo que se encuentra en constante perfeccionamiento, deviene de una tradición que tiene como base el derecho romano. Igual el concepto democracia, tiene su base en el ágora ateniense. No estamos partiendo de cero, sino que cada vez que se realiza una modificación en la materia, arrastramos siglos de historia que nos han permitido llegar hasta aquí y evolucionar.
En los términos con los que se refiere a las votaciones, como sinónimos usuales, existe al que me quiero referir en esta columna y es el de comicios.
En la Roma antigua, la forma de gobierno, que era la monarquía, no distaba mucho de como la conocemos hoy día, pero si difería por que el monarca no lo era de manera absoluta. El “rey” era el jefe de una especie de república aristocrática, donde los realmente soberanos eran los patricios, jefes de las familias de abolengo, es decir, nobles romanos y únicos y verdaderos ciudadanos plenos de la ciudad.
Ese rey era elegido por los comicios, y ejercía su poder precisamente en los comicios. La figura histórica de los “comicios” nos remite a los miembros de las treinta curias (diez tribus descendientes de cada uno de los fundadores de Roma: Rómulo, Tatio y Lucio), patricios y clientes (personas semilibres que servían al patricio a cambio de protección).
Esta asamblea era lo más parecido a un poder legislativo actual, pues sus decisiones eran consideradas leyes de la curia, y podrían versar sobre elección e investidura del rey, cuestiones de paz y de guerra, y sobre lo que ahora podríamos clasificar como algunos temas de derecho civil, como familia y testamentos.
Los comicios se reunían en Roma en una parte del foro, y el rey podría convocarles, siempre y cuando los auspicios fueran favorables. Sin embargo, aunque ahora nos parece tradicional usar como sinónimo la palabra comicio por votación, realmente en su origen, los comicios votaban de manera indirecta, es decir, se procuraba la unidad en la curia, votaba la curia entera, y 16 curias pronunciándose en el mismo sentido, formaban la mayoría.
Un esquema similar dentro de nuestra sociedad sería impensable. Sin embargo hemos ido afinando esos procedimientos de representatividad para acordar que se tomen decisiones como si toda la población estuviera incluida. Ahora de eso se trata. De verdaderamente incluirnos como población e inmiscuirnos, en la medida de lo posible, en esas decisiones.
El camino andado desde los comicios romanos hasta nuestros días ha permitido un gran avance cultural y en otros ámbitos. Hoy sabemos que además de utilizarlos como sinónimos, el término implica más allá de una similitud, en cuanto a esencia, de las palabras. Implica que si hablamos de comicios, debemos entender que es una participación ciudadana que nos debe impulsar no solamente en lo individual sino en la colectividad a la que pertenecemos.
Recordemos que, justo ahora, estamos en época de comicios.
/LanderosIEE | @LanderosIEE