And super heroes come to feast
to taste the flesh, not yet deceased.
And all I know is still the beast is… Feeding
Super heroes, Rocky Horror Show
El modelo arquetípico del antihéroe puebla distintas expresiones de la ficción. Podemos definirlo como aquel personaje que busca objetivos lícitos por medios ilícitos, que se empeña en obtener resultados éticos mediante recursos no éticos. Nos es atractivo porque se aleja del níveo rol heroico de la épica en la que el protagonista -condenado a la perenne rectitud- posee un derroche de virtudes y es incapaz para el mal. Por el contrario, el antihéroe humaniza el cariz de las acciones del protagonista y las pone en un plano realista en el que recurre a lo que tiene a la mano (sin reparo sobre el vicio o la virtud) para vencer positivamente en el conflicto de fuerzas existentes en todo drama. La lógica del antihéroe se parece bastante a la del hedonismo: ambos buscan el bienestar, pero están dispuestos a sacrificar un bien inmediato si ello implica obtener ulteriormente un bien mayor y más trascendente.
Como muestras de antihéroes podemos recordar, en la literatura “clásica”, a ejemplos como Don Quijote: hombre de altos ideales pero de modos torcidos y extravagantes; así también a todos los protagonistas de la saga picaresca, quienes luego de pasar por peripecias en las que revelan sus vicios, llegan a la virtud; en Fuenteovejuna, de Lope de Vega, vemos como antihéroe no a un personaje, sino al coro del drama: el pueblo embravecido mata al comendador para restablecer el orden social; en Moby Dick de Herman Melville, el capitán Ahab es un hombre determinado a todo -incluso a arrastrar a su tripulación hacia la muerte- con el objetivo de eliminar al mal encarnado en una ballena. Igualmente, las narrativas de ficción más contemporáneas se llenan de antihéroes, sobre todo las surgidas a partir de la segunda posguerra del siglo XX, en un mundo maniqueo que se sabe al filo de la navaja nuclear y que está dispuesto a cualquier cosa con tal de sobrevivir; como ejemplos, todos los protagonistas de la novela negra: detectives privados o miembros de la policía pública, moralmente rotos, que no escatiman en extorsionar, mentir, o torturar, con el fin de abatir al mal. En la cultura pop del cómic abundan los súper antihéroes; de entre éstos, mis favoritos son Batman, The punisher, The comedian (Edward Blake, de The Watchmen) quienes, al margen de la ley, imponen el orden ante un sistema corrupto, sin que importe arrasar con los individuos, si esto implica un bienestar para el colectivo.
En la narrativa de ficción la figura del antihéroe puede ser muy seductora, pero, como siempre, la realidad es la maestra de la ficción y sus resultados se antojan más bien atroces y sórdidos. ¿Por qué en la realidad no podemos atenernos a los antihéroes? Por las mismas razones con las que Thomas Hobbes y Jean Jaques Rousseau desdeñaban al Estado Natural: el hombre es malvado por naturaleza, el homo homini lupus, y si no lo es, la avaricia y el egoísmo lo corromperán para destruirse a sí mismo. Actualmente vemos, con una frecuencia cada vez más espeluznante, grupos de colonos que linchan delincuentes sin siquiera llamar a la policía; a usuarios del transporte público que disparan y matan a los asaltantes que continuamente roban en las rutas del Estado de México; a grupos de “autodefensa” que eliminan narcotraficantes para que otros narcotraficantes restauren el orden de sus comunidades. Es comprensible (mas nunca justificable) que el pueblo llano, en su hartazgo de ser víctimas, excluyan al Estado y tomen la iniciativa de aplacar al mal; sin embargo, en este México bretoniano, los mismos representantes del Estado se sustraen de éste para convertirse en viles justicieros. Dos perlas: 1- Erick Morales Guevara, alias El Marino Loko, infante de la Marina Armada de México que “caza” jefes de cárteles del narcotráfico, los tortura y viste con lencería de mujer (un tipo de “humillación” misógina) para luego entregarlos a la ley. 2- El caso de Elvira Santibáñez Margarito, alias La Pala, integrante de la Familia Michoacana, torturadora, extorsionadora, criminal completa, quien fue grabada en video mientras una mujer soldado, una mujer policía y un capitán militar la torturaban con asfixia y golpes. Por casos como éstos es que nuestros héroes nacionales -el Ejército, la Fuerza Aérea, y la Marina Armada- han dejado de serlo para asumirse como antihéroes.
Por ello, el pasado sábado el general Salvador Cienfuegos, secretario de la Defensa Nacional, hizo algo inédito: ofreció una disculpa a nombre de las fuerzas armadas por un cuestionable actuar de sus subordinados que tiende a la tortura, la desaparición forzada y el juicio sumario, en una larga lista de hechos condenables. Para muestra, el trabajo del reportero Ignacio Alzaga, del diario Milenio, reporta que la PGR tiene “más de mil investigaciones en curso contra elementos de las fuerzas armadas por desapariciones, tortura y homicidio” y que hay al menos 558 soldados bajo proceso por faltas a la disciplina, en vías de ser entregados a la autoridad civil para su juicio. El secretario de la Defensa Nacional fue elocuente y contundente en su discurso: “Son estos sucesos repugnantes, aunque aislados, que dañan nuestra imagen y prestigio, actos muy alejados de los principios y valores que se nos inculcan permanentemente; hechos deplorables que nos denigran como soldados, también traicionan la confianza que día a día se ha ganado esta institución ante la sociedad nacional. Quienes actúan como delincuentes, quienes no respetan a las personas, quienes desobedecen, no sólo incumplen la ley, no son dignos de pertenecer a las fuerzas armadas. Que quede claro: no debemos ni podemos enfrentar la ilegalidad con más ilegalidad”. De manera sugerente, este discurso se da también en un contexto en el que el ejército no se ha abierto a los interrogatorios sobre la noche de Iguala y la desaparición de los estudiantes de Ayotzinapa.
Así las cosas en un país en el que todos, tanto el pueblo como la autoridad constituida, estamos dispuestos a convertirnos en nuestros propios antihéroes frente a un fallo del Estado en el que los primeros derechos que se disuelven son los derechos humanos. Estamos en el lindero que desata la furia de Fuenteovejuna, y si ha fallado el Estado y las manos de su pueblo confunden justicia con venganza, cabe preguntar Who watches the Watchmen? El héroe es “quien querríamos ser”, mientras que el antihéroe es “quien en verdad podemos ser”; pero el Estado debe apuntar al ideal de las virtudes universales, porque si se queda sólo en lo posible, en nada se distingue de una panda de bribones; el Estado debe ser el héroe, alejado de nuestros muy humanos vicios, que para eso lo constituimos. Y el Estado no es una abstracción, es una realidad tangible en la que palpitamos todos, de ahí la urgencia para construir una ciudadanía republicana, democrática, que no se agote sólo al ejercer el sufragio en una urna secreta, porque debemos aspirar a ser más que el simple antihéroe. Como decía David Bowie: We can be héroes, just for one day…
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