Baldomera Larra Wetoret / Hombres (y mujeres) que no tuvieron monumento - LJA Aguascalientes
16/11/2024

En resumen, el esquema Ponzi, una de las formas de timo más extendidas y en las que más fácil es caer, consiste en pagar interés a los inversores con el mismo dinero que ellos han invertido o con el de los nuevos inversores que acuden con la promesa de dinero fácil. El único medio de que prospere es que cada vez haya más inversores. El nombre le viene de Carlo Ponzi, emigrante italiano en Estados Unidos, que prometía un cincuenta por ciento de intereses de la inversión en cuarenta y cinco días. La noticia corrió y más y más inversores acudían a él con la esperanza de los beneficios, ayudando a pagar los intereses de los anteriores inversionistas. Finalmente con más intereses que devolver que inversores se descubrió la estafa, una estafa que en justicia debería llamarse esquema Larra.

Baldomera Larra Wetoret fue la tercera hija del escritor Mariano José de Larra y Josefa Wetoret. Tenía cuatro años cuando su padre, uno de los precursores del romanticismo en España, se suicidó tras un fracaso amoroso.

“Baldomera era de espíritu inquieto, decidido, resuelto. A los diecisiete años, sus formas esculturales acusaban un completo desarrollo. La redondez de su cuello alabastrino, la blancura de su rostro, la pureza de sus líneas, la riqueza de su cabello rubio, la gracia de su sonrisa y sus expresivos ojos azules, cautivaron a una cohorte sin fin de adoradores”.

Tras varios noviazgos, Baldomera Larra se casa con Carlos de Montemar, doctor personal de Amadeo I, con el que las malas lenguas del Madrid de su época le atribuyen un romance que se cumple con el rey yéndola a visitar a su propia casa después de haber mandado al marido a mil y una diligencias fuera de la ciudad. Cuando, por una revolución el rey tiene que salir al exilio con él se marcha también su médico particular dejando a Baldomera desvalida. Desvalida hasta que a punto de empeñar sus joyas, una de las últimas posesiones valiosas, se le ocurre proponerle a un usurero “si me presta una onza, yo le devolveré dos a fin de mes”.

Rápidamente corrió por Madrid la fama de su negocio, un negocio que empezó en su casa como préstamo de particular a particular. El boca a boca hace cada vez lleguen más clientes, por lo que fundó la Caja de Imposiciones, frente a la cual se formaban largas colas. La muy madrileña Plaza de la Paja era el lugar de las operaciones. Trabajaba a la vista de todos pagando un 30 por ciento mensual, con el dinero que le daban los nuevos impositores. Se cree que llegó a recaudar 22 millones de reales.

“¿Garantías? Ahí está el viaducto”

Baldomera, que había logrado uno de sus sueños al hacer que la gente se dirigiera a ella como Doña Baldomera, compra con el dinero generado por la, todavía no descubierta, estafa, un palacio en la calle del Sordo. Los clientes mientras siguen llegando y llegando hasta el extremo de garantizar los intereses de los anteriores inversores y una vida de lujo para ella. Son pocos los que en Madrid los que dudan de su negocio, aunque alguno hay. Cuando alguien le propone que todo su negocio puede resultar un fracaso tan monumental como su palacio y pregunta por la seguridad y garantía que tienen sus “accionistas” doña Baldomera solamente replica “¿Garantías? Ahí está el Viaducto”. Un Viaducto famoso por ser uno de los puntos preferidos por los suicidas en Madrid para arrojarse desde él.

La quiebra le sobrevino en diciembre de 1876. Algunos autores calculan que los estafados llegaron a más de cinco mil. Doña Baldomera, reducida ahora a Baldomera y obligada a huir, con todo el dinero que pudo juntar en efectivo al cerrar las oficinas a Francia, tuvo que vivir en ese país, en Auteuil, con nombre falso. Los tribunales españoles pidieron su detención y extradición. Una vez concedidas se celebró un juicio que fue uno de los más seguidos de la época con portadas en los diarios de la época. Adujo en su defensa que se fue porque acabó con menos ingresos que pagos por culpa de las informaciones negativas contra ella de la prensa. El Imparcial y La Época le dedicaron a la sentencia toda la primera plana como si ninguna otra noticia importara. Fue condenada a seis años de prisión. Sus colaboradores fueron absueltos. Baldomera lo sería poco después, gracias a una campaña de recogida de firmas, donde participaron desde gente sencilla hasta aristócratas. Durante el juicio se habían escuchado defensas de los primeros inversionistas del tipo “Volvería a confiar mis dineros a doña Baldomera” o “Yo conozco mis intereses y los sé administrar”.

Poco se sabe de lo que pasó con ella cuando salió de la cárcel. Algunos autores afirman que se encerró en unas habitaciones prestadas por su hermano Luis Mariano. Otros que fue a Cuba en busca del marido que la había abandonado muchos años antes. Menos que acabaría su vida, como una emigrada española más, en el anonimato logrado en Buenos Aires. En lo que todos coinciden es en que el dinero nunca apareció.


Un periódico satírico de la época resume perfectamente el sentir de muchos de los inversores que confiaron en ella. “Doña Baldomera Larra ha sido absuelta. Siempre me había parecido a mí que el tomar dinero no era materia penable. Y el Tribunal Supremo de Justicia acaba de ratificarme en mi opinión. Se asegura, no sabemos con qué fundamento, que varios de sus antiguos imponentes, los más agradecidos, piensan obsequiar a dicha señora con una serenata el día que sea puesta en libertad. Una de las piezas del programa será la popular Canción de la Lola, con una pequeña variación en la letra: El dinero que era nuestro, Baldomera se llevó. Baldomera ha aparecido, pero nuestros cuartos no”. Frase que, desde entonces, se ha repetido con los nombres cambiados miles de veces. William Miller, Gescartera, Patrick Bennett, Haligiannis, SOFICO, Fidecaya, Banesto, Fórum Filatélico, Afinsa o, por supuesto, Bernard Madoff.


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