“Todo tiempo pasado fue mejor” es la vieja y anquilosada frase que repiten algunos abuelos y también algunos jóvenes, añorando lo que consideran tiempos mejores. Para alguien con esta idea, la realidad del presente jamás les satisface. Si analizamos los hechos de nuestra vida cotidiana de ayer y hoy nos damos cuenta que los sucesos extremos son nuestra vida normal. Y entre más tiempo tardemos en aceptar los cambios, más pesada se nos hará la vida y llegaremos quizás a pensar que “antes todo era mejor”. Los padres de familia se quejan de que los chamacos pasan mucho tiempo frente a la pantalla de la computadora y del celular. Pues bien, esa es la nueva normalidad. Y por más que los jefes del hogar renieguen, nada cambiará. La computadora y el celular son enormes logros en ciencia, tecnología y comportamiento social. Los índices de inseguridad y delincuencia aumenta velozmente en esta ciudad “antes tan tranquila”. Bien, pues más vale que aceptemos que aquella paradisíaca provincia ya nunca volverá, ahora lo que tenemos es la nueva normalidad. Porque la verdad es que el cambio constante es lo único normal y pretender que las cosas sigan como antes o vuelvan a ser como antes, no solamente es un sueño, es una irrealidad. Y ya deberíamos saberlo, puesto que Heráclito en el Siglo V aC lo dijo: “Lo único permanente es el cambio…”, y por si fuera poco, el cantautor chileno Julio Numhauser hizo canción de esta frase en 1973 con su popular tema “Todo cambia”. Y pasando a asuntos más trascendentes, el mejor ejemplo es la economía mundial, que nunca ha sido mejor que en el tiempo actual. Todo el mundo vive mejor que hace cien años. La salud no tiene comparación, con lo que se lograba en medicina y cirugía hace cincuenta años. Ahora nadie puede desconocer las enormes ventajas de los viajes intercontinentales. Diariamente viajan millones de personas de uno a otro país, lo que hasta hace medio siglo era poco imaginable. Internet pone al alcance de cualquier persona un vasto mundo de conocimientos e imágenes que no teníamos hace apenas cuarenta años. Un hombre de la tercera edad decía hace poco “yo soy del tiempo en el que el agua era gratis y la música costaba…”. Bien pues eso no volverá. De hecho ya casi no cuesta el cine, y sí cuesta respirar aire limpio. En este punto, alguien podrá decir que las catástrofes que cambian el mundo, si rompen la estructura de la vida universal y no podemos aceptarlas como un cambio constante o inevitable. Hay algo de razón, sin embargo cuáles son las catástrofes que realmente han cambiado el rumbo de nuestro planeta. Cada año se inundan Tabasco, Oaxaca y Chiapas y al gobierno no se le ocurre otra cosa que hacer campañas de donaciones civiles para los damnificados. Cada invierno se mueren tarahumaras por el frío, pero siguen viviendo igual. Todos los años llegan ciclones que toman “desprevenido” al puerto mexicano que pierde infraestructura turística y turistas. Pero esas no son realmente catástrofes, porque suceden con tal frecuencia y de la misma manera que son (otra vez) la nueva normalidad. El filósofo estadounidense Gregg Braden afirma que nuestros padres y maestros se pasan la vida intentando modificar los cambios extremos en nuestra vida cotidiana, en vez de aceptarlos como normales. O si no, dígame usted si volverá a usar corbata ¿O dejará de usar tenis? ¿Abandonará la ropa casual? ¿Ya no hará uso del auto? Los limosneros ya no están afuera de las iglesias, están a la salida de los bancos o en los cruceros de las calles. Volveremos a cocinar en casa el pozole, menudo, birria y pizzas, cuando las tenemos al alcance de la mano, a todas horas, más baratas y mejores que las que nosotros hacemos. ¿Y cuáles fueron las catástrofes que realmente sí cambiaron el rumbo del planeta? Seguramente la explosión de la bomba atómica en Hiroshima, la llegada del hombre a la luna, la guerra de Vietnam y su consecuencia: el movimiento hippie, la caída del muro de Berlín, el derrumbamiento de la Unión Soviética, la aparición de las energías limpias y alguna que otra más. Con todo y eso, el mundo sigue. Los cambios siguen sucediendo y la vida continúa, por lo tanto, lo constante es el cambio y el cambio es la normalidad.