Ante cada circunstancia adversa de la vida, el ser humano se encuentra siempre frente a dos opciones: aceptar la situación callando y enfrentar las consecuencias, o no aceptarla, expresarlo y enfrentar nuevas consecuencias. No hay más. En este sentido, el ciclo se repite indefinidamente a cada instante desenvolviéndose en un profuso laberinto de senderos que se bifurcan (Borges dixit) provocando múltiples y diversas posibilidades de vida.
Para quien escoge callar y aguantar, la situación se vuelve compleja, pues en parcial o total desacuerdo con las condiciones impuestas debe enfrentar una realidad forzada cuya inevitable convalidación le genera frustración y resentimiento continuo aun dentro de la anodina zona de “confort” en la que decidió permanecer. Para quien, por el contrario, escoge expresar la inconformidad, la situación se torna aún más complicada. La confrontación de una perspectiva distinta de intereses, necesidades y realidades alternas, así como la realización de un esfuerzo por lograr empatía y puntos de entendimiento con la contraparte le suscitan, evidentemente, la salida de esa zona de aparente tranquilidad, y le introducen de lleno a una zona de riesgo. En ella puede encontrar o aceptación o rechazo, pero no se librará nunca de la incertidumbre, la inestabilidad y la duda que ello genera. Si la propuesta es aceptada por el común acuerdo de las voluntades, la coyuntura habrá sido aprovechada para el beneficio de las partes con la ventaja de nuevas circunstancias armónicas para la mejora y el progreso colectivo; si no es aceptada, se estará ante la necesidad de replantear vías más efectivas de diálogo que faciliten el entendimiento mutuo hasta lograr el inexcusable acuerdo.
En muchos casos, sin embargo, la sinrazón, la ceguera, la sordera y el egoísmo imposibilitan el diálogo productivo, con lo que se hace forzosa la participación de terceros que favorezcan la solución de los conflictos, entendiéndose por terceros a personas, organismos, instancias o leyes cuya competencia permita esclarecer los hechos y mediar entre las partes en procuración de su bienestar y en defensa de los valores humanos y sociales primordiales. Entre los individuos como entre las naciones el respeto irrestricto a estos derechos (Juárez dixit), sólo puede generar la paz.
De igual manera, entre los individuos como entre las naciones la lucha constante por el respeto a las prerrogativas básicas, a la dignidad y a la libre manifestación de voluntades, no sólo es encomiable, sino necesaria y fundamental para lograr el tan anhelado desarrollo del hombre y de la sociedad. La permanencia en ninguna sumisa y obediente zona de confort podrá jamás, por sí misma, generar en el ser humano el impulso necesario para desarraigar de su vida la injusticia, la opresión y la explotación de que es sujeto por parte de quienes tienen el poder real sobre de él. La toma de consciencia voluntaria de esta realidad, y de los derechos y obligaciones para consigo mismo y para con su entorno social y natural, es el catalizador de cualquier proceso.
De allí en adelante, la lucha debe continuar. Desde la pequeña o gran trinchera en donde se encuentre, la persona debe ejercer siempre una conducta firme de convicciones éticas y sociales que manifiesten congruencia con sus actos, y que le permitan trascender en la comprensión de la globalidad humana y terrestre en que se encuentra, favoreciendo constantemente los vínculos con otras personas o grupos que en luchas similares no cejan en su cometido de otorgar valor al ser humano y a los más desprotegidos.
Tal es el caso de gran cantidad de individuos y asociaciones en nuestro país que desde sus propias esferas se esfuerzan día tras día por hacer la diferencia en este conmocionado mundo. Muestra de ello es, por ejemplo, el Sindicato Minero que tras seis años de lucha logró ganar las once viles demandas penales imputadas por el gobierno federal contra de su líder, Napoleón Gómez Urrutia, así como los mayores aumentos salariales para sus agremiados y el apoyo de las principales corporaciones sindicales del mundo que reúnen a cerca de 200 millones de trabajadores. Muestra de ello son, también, las comunidades indígenas zapatistas de los municipios autónomos que buscan, a pesar de la oposición gubernamental, construir su propia autonomía, construir caminando, como dicen ellos, para salir de la miseria y el abandono en que se encuentran. Muestra de ello son los cientos de periodistas y escritores que dedican y arriesgan sus vidas en la búsqueda y difusión de la verdad. Muestra de ello son las asociaciones civiles y ciudadanas que luchan a favor de los derechos de los marginados: mujeres, niños, jóvenes, indígenas y migrantes. Muestra de ello son el Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad, el Frente de los Pueblos en Defensa de la Tierra, las Abejas de Acteal, y muchos ejemplos ciudadanos más. Al final de la jornada, nadie sabe a dónde llegaremos en nuestra búsqueda de la felicidad y la armonía social. Bástenos recordar que, de todas, la peor lucha es la que no se hace (Marx dixit).