Bruselas: combatir el terrorismo y la desmemoria / Extravíos - LJA Aguascalientes
25/11/2024

El atentado que el día de ayer en Bruselas asesinó a 33 personas e hirió a más de 200 es una muestra no sólo de la imbecilidad intrínseca de los terroristas, sino también de su capacidad operativa dentro de Europa. Es también una muestra de la naturaleza y magnitud de algunos de los desafíos que hoy enfrenta la Unión Europea y que, por diversas razones, no parece estar en las mejores condiciones políticas para dar una respuesta unificada a este desafío.

El atentado, en efecto, ocurre no sólo en un momento en que se ha puesto en duda la continuidad misma de la UE, sino también en un contexto en que los países de la región han optado por ofrecer respuestas nacionales al terrorismo.

Como se sabe, el Tratado de la Unión Europea prevé, en su artículo 222, una Cláusula de Solidaridad que señala que “La Unión y sus Estados miembros actuarán conjuntamente con espíritu de solidaridad si un Estado miembro es objeto de un ataque terrorista o víctima de una catástrofe natural o de origen humano. La Unión movilizará todos los instrumentos de que disponga, incluidos los medios militares puestos a su disposición por los Estados miembros para prevenir la amenaza terrorista en el territorio de los Estados miembros; proteger a las instituciones democráticas y a la población civil de posibles ataques terroristas; prestar asistencia a un Estado miembro en el territorio de éste, a petición de sus autoridades políticas, en caso de ataque terrorista; prestar asistencia a un Estado miembro en el territorio de éste, a petición de sus autoridades políticas, en caso de catástrofe natural o de origen humano.”

No obstante, hasta ahora ninguno de los países que han sufrido ataques muy graves, han considerado necesario recurrir a esta Cláusula. A lo más que se ha llegado es apoyarse en mecanismos de intercambio de información entre las instituciones de seguridad.

Mantener esta vía de acción no parece prudente. En principio porque una respuesta acotada a las fronteras nacionales subestima la naturaleza y alcance regional de las actividades terroristas. Parte de las ventajas logísticas de las acometidas terroristas es su imprevisibilidad, esto es la extrema dificultad que hay en identificar y prevenir no tanto su modo de operación, sino el lugar, momento y objeto de sus ataques. Sus asaltos no reconocen fronteras nacionales, no discriminan a sus víctimas y saben, finalmente, que más allá de la capacidad de destrucción de sus actos y del lugar donde perpetre estos, sus ataques tendrán una gran eficacia continental para inquietar a los ciudadanos debido a lo que N. Y. Harari ha llamado el teatro del terror, un teatro en el cual, cuanto menos violencia política hay en una región dada, más conmoción pública despierta el terrorismo.

Téngase en cuenta, además, que para el mal llamado Estado Islámico (Isis) y todos los grupos terroristas centralizados activos, Europa es más que la suma de diversos países. En su perspectiva, Europa es una entidad cultural con valores y creencias contrapuestas e irreconciliables a las suyas, una entidad histórica con un pasado colonialista que no ha terminado en pagar por sus culpas, una entidad económica dominada por su avaricia y egoísmo y una entidad política que es, ajustándose plenamente a la concepción totalitaria del poder de Carl Schmitt, el enemigo a combatir.

Para los terroristas los enemigos a vencer y doblegar no son los franceses, los españoles o los ingleses, los polacos o los belgas: son los europeos. Parece, entonces, que aún en sus delirios y patologías criminales los terroristas ven con claridad aquello que para muchos europeos está resultando cada vez más difícil ver o apreciar: el espíritu europeo, ese espíritu modelado a lo largo del tiempo y no sin múltiples y dolorosas luchas, por la invención y conquista de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Así, ante una estrategia terrorista a la que le son del todo indiferente las fronteras nacionales, son poco claras las ventajas de mantener respuestas de corte nacional. Hay aquí un imperativo eminentemente pragmático de dar una respuesta europea firme y permanente que unifique y coordine con eficacia los esfuerzos diplomáticos, militares, de inteligencia y policiacos.

Pero la defensa de Europa tiene un segundo desafío. Me refiero al que representa la combinación explosiva entre el euroescepticismo (cuyo ejemplo mayor es por ahora el ‘Brexit’), el resurgimiento de la xenofobia (acentuada por la crisis de migrantes sirios) y el ascenso electoral de la derecha nacionalista aislacionista y conservadora en diversos países.


Estos movimientos sociales y tendencias políticas no sólo están lejos de ofrecer una respuesta democrática, socialmente incluyente y pertinente a los muchos problemas que están en el origen de su descontento, sino que también son por sí mismos una fuente que se alimenta las tensiones sociales, culturales y políticas en la región.

Parecería aquí que hay amplios sectores entre las nuevas generaciones de europeos -y entre las generaciones adultas- que no tienen ningún problema en ignorar el extraordinario esfuerzo que representó levantar la Unión Europea después de la experiencia cursada entre 1914-1945 e, igualmente agraviante, en menospreciar el legado cultural, político y ético sobre el que se desarrolló la historia de Europa en, por lo menos, los dos últimos siglos.

En 1918, un año después de concluida la Primera Guerra Mundial, Paul Valéry escribió:

“Un escalofrío extraordinario ha recorrido la médula de Europa. Ha sentido, en todos sus núcleos pensantes, que ya no se reconocía, que dejaba de parecerse a sí misma, que iba a perder la conciencia, conciencia adquirida mediante siglos de desdichas soportables, millares de hombres de primer orden, ventajas geográficas, étnicas e históricas innumerables. Entonces, como en una desesperada defensa de su ser y de su haber fisiológicos, ha recobrado confusamente toda su memoria”. (Política del Espíritu. Primera carta).

Hoy, cien años después, los europeos requieren recobrar, así sea confusamente en un inicio, el sentido de lo que han sido y hacer uso de las reservas morales de su historia para defenderse unidos de esas dos graves amenazas que hoy le acosan: el terrorismo y la desmemoria.


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