Quizá conozcan la historia de Phineas Gage: fue un obrero de ferrocarriles que sufrió un accidente en el que una barra de acero destruyó gran parte de su lóbulo frontal. La historia es famosa dado que Gage sobrevivió al accidente -un milagro médico para la época-, vivió doce años más, y también sufrió cambios dramáticos en su personalidad y temperamento, al punto en que sus allegados dijeron que “ya no era la misma persona”. En pocas palabras, el generoso y amable Phineas se había convertido después del accidente en una persona impulsiva y cruel que había perdido todas sus virtudes morales. Para otros, el caso de Phineas Gage también indicaba que el lóbulo frontal podía ser el encargado de los procesos cerebrales que tienen que ver con las emociones, la personalidad y las funciones ejecutivas. Pero aquí lo que me interesa es la identidad personal: ¿qué hace que yo siga siendo el mismo a través del tiempo? Y me interesa responder a esta pregunta desde la perspectiva de los demás: de quien juzga o evalúa que sigo siendo el mismo. Así, la pregunta relevante en este caso es: ¿qué es aquello que hace que otra persona siga creyendo que soy el mismo, o qué es aquello que hace que deje de creer que lo sigo siendo?
Parece que si dejamos a la identidad personal en manos de nuestros estados mentales (identidad psicológica), sucede algo similar a si la dejamos en manos de nuestro cuerpo (identidad material): durante nuestra vida cambiamos constantemente de materia (e.g., las células que nos componen al día de hoy no son las mismas que nos componían cuando éramos pequeños) y también cambiamos de estados mentales (e.g., dejamos de creer cosas que creíamos y comenzamos a creer otras nuevas). En este sentido, nuestra identidad personal fluctuaría tanto como el clima en la Ciudad de México: el que se levantara de la cama por la mañana no sería el mismo que fuera a dormir por la noche (como sugirió Heráclito en su famoso aforismo del río).
No obstante, las personas nos siguen con relativa facilidad a través del tiempo: si dejo de ver a una amiga durante un año, seguramente la reconoceré y juzgaré como la misma cuando la vea y platique con ella nuevamente. En otros casos -como el de Gage- no sucede lo mismo: recuerden, los allegados a Phineas reportaban que después del accidente no era ya la misma persona. ¿Qué es lo que sucede en estos casos?
Al parecer, las personas tienen intuiciones fuertes sobre la identidad personal que están relacionadas con la similitud psicológica: Gage ya no era el mismo después del accidente debido a que no era lo suficientemente parecido psicológicamente al Gage posterior al accidente (aunque no quede claro qué contaría como “suficientemente parecido”).
Kevin Tobia ha conducido un experimento recientemente que trata de afinar algunos puntos con respecto al vínculo que parecemos establecer intuitivamente entre la identidad personal y la similitud psicológica. Es cierto que las personas tienden a suponer que el Phineas Gage posterior al accidente es uno distinto al Phineas posterior al accidente, pero ¿por qué sucede esto? Parece que esto no sólo depende de haya diferencias psicológicas importantes entre ambos, sino de que tales diferencias afectan negativamente su cualidad moral: el Gage posterior al accidente es moralmente peor que el previo al accidente.
Bajo esta suposición, Tobia formó dos grupos de personas: el primero recibía la historia original de Phineas Gage, mientras el segundo recibía una versión opuesta. En esta segunda versión, el Gage previo al accidente era una peor persona que el Gage después del accidente. Así, en la primera versión se veía deterioro moral, en la segunda progreso moral. A las personas de ambos grupos se les hizo la misma pregunta: ¿es Gage el mismo después del accidente? Sorprendentemente, los juicios presentaron una asimetría: el Gage que había empeorado moralmente ya no era considerado la misma persona, mientras que el Gage que había progresado moralmente era considerado la misma persona. Así, la mera similitud o disimilitud psicológica no es capaz de explicar la asimetría en los juicios.
Termino con la hipótesis más plausible para explicar esta asimetría, así como con una moraleja. La hipótesis consiste en que no sólo juzgamos si una persona es la misma o no a partir de evidencia neutral y criterios neutrales para evaluarla, sino que nuestro juicio está permeado de valoraciones, principalmente de índole moral. Una persona que nos parece la misma de alguna manera se adecua a las creencias, deseos y expectativas que tenemos con respecto a ella, así como con nuestra propia jerarquía de valores y nuestros propios prejuicios. La moraleja ya se deja entrever: quien siga creyendo en el viejo mito de la “autenticidad” y “el verdadero yo”, al margen de la sociedad y sus exigencias, vive en un sueño. Nos guste o no, en gran parte somos lo que los demás creen, desean y esperan que seamos.
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