No había querido pronunciarme acerca de Uber. He preguntado a mis amigos usuarios sobre el servicio: todos hablan maravillas. Que te dan tu agüita, que puedes escuchar tu música, que son bien amables, que a veces andan trajeados. Uber es una empresa con la que se corre riesgo hasta de hacer crítica, es una empresa carismática, tiene una comunicación social envidiable en redes, vamos: es todo lo que soñaría totalplay. En ese sentido se parece a Netflix, empresas que han sabido escuchar a sus usuarios y que prácticamente tienen una inexistente cuota de desaprobación.
Primero hay que decir que casi todo lo que se pueda discutir sobre la empresa se reduce a un campo muy pequeño en México y más aún en Aguascalientes. Atiende a un sector muy específico de nuestra población: la clase media (en peligro de extinción). Más allá de los crudos números económicos que señalan que la mitad de la población en Aguascalientes vive con seis mil pesos al mes por hogar, el 70% tiene celular y apenas el 40% tienen una tarjeta de crédito o débito. Yo he usado ocasionalmente taxis. He tenido tantas buenas y malas experiencias como se puede decir con cualquier otro prestador de servicios: mecánicos, albañiles, pintores, etc. No tengo razones para estigmatizar la clase completa. Entiendo, sin embargo, el descontento que hay: he escuchado quejas sobre el cambio, sobre comentarios molestos para sus usuarias, sobre que son unos cafres y más.
El fin de semana pasado comenzó a circular un video que transmitió por Periscope la delegada de la Miguel Hidalgo en la novísima Ciudad de México. El vídeo llamó al escándalo público por lo que, al parecer, no para muchos era evidente: que la clase política mexicana convive (más allá de la chamba, que son amigos, o cuates, o que se soportan las jetas con unas chelas de por medio). Debo confesar que, aunque pienso que fue alevoso lo que hizo la delegada -que fue una invasión a la privacidad y que sacó el colmillo para salir incólume de la reunión (como si aquellos no fueran también sus cuates)-, me alegra que quede claro públicamente que no tiene sentido apasionarse por un partido político como si se tratara de un equipo de fútbol, de técnicos o rudos, o de sectas. Constantemente veo a jóvenes discutiendo en Facebook, ofendiéndose, chanceándose al menos en nombre de tal o cual candidato, descalificando en nombre de tal o cual candidata, cuando las cúpulas que tradicionalmente han tenido el poder: esas que se niegan a rotar, esas de los rostros sobreexpuestos, están mucho menos dividida que las bases mismas. Sin embargo, creo firmemente que el hecho de que sean compis es el menor de nuestros problemas.
“Fue desmadre”, dice la delegada Xóchitl Gálvez sobre Periscope, pero uno empieza a sospechar cuando su “flamante” city manager ha logrado exposición por esta vía: confundiendo justicia con humillación y utilizando “la ley” para promoverse con un insoportable tufillo de superioridad moral. He vuelto a ver aquella transmisión de la señora que dejó unas bolsas de basura en la esquina (ni siquiera repetiré el hashtag con el que se le identificó), me parece que la ley y el orden se deben de ejercer con menos emocionalidad. Una nota sobre la señora, las placas, una invitación más cordial, un replanteamiento dado que llevaba un niño a la primaria quien no tenía culpa alguna de su mamá engrosara las filas del Ecoloco. El sencillo acto de lucrar mediáticamente (de esa manera, con ese protagonismo) sobre el cumplimiento de su trabajo nos obliga a replantearnos nuestra relación con el gobierno: Arne aus den Ruthen no forma parte de Los Supercívicos, cumplir con el orden de la delegación no debe ser el show de las 7. Más: incluso si el trato que dio a la señora de la basura es correcto, ¿qué agrega que lo vuelva un espectáculo en vivo y en directo? Mera pasión, mero lucimiento, mera exposición pública y lo peor: con recursos públicos. Ahora a este político millennial le dio por perseguir a prostitutas: ¡seguramente castigar a una clase ya severamente castigada es lo más urgente en la CDMX! (¿a poco no se ve bien acá escrito así?).
En estos días a nuestro gober le dio por meterle una regañiza a uno de sus secretarios. “¡Que la chingada! ¿Puedes o no puedes? ¿Lo tengo que venir a hacer yo?” le espetó. No sé si realmente es una humillación. Me parece sí, un vicio de carácter. Una desproporción. Porque si bien ser enérgico puede ser importante no creo que hacerlo en vía pública, en un evento público, sea lo mejor para la cohesión de un equipo. El gobernador se ha disculpado. Hasta ahí no veo, fuera de lo dicho, mayor problema. Esto es lo que me preocupa: hace unos meses circuló otro video de él discutiendo con una ciudadana porque ella demandaba atención pronta y él no la daba, ahora él discute por la atención pronta. En ambos las críticas son fuertes. La polémica, la circulación de estos lapsus, reflejan lo que nos importa discutir. Aguascalientes tiene un índice altísimo de desigualdad de género: estamos por encima del promedio en México (en desigualdad), por encima del promedio de Latinoamérica y el Caribe, y estamos más cerca de la frontera de desigualdad del África Subsahariana que de la de Asia Central y Europa. Por cada mujer que gana más de dos salarios mínimos hay tres hombres. En el espectro contrario, el doble de mujeres que hombres ganan un salario mínimo o menos. Se nos ha presumido la millonaria inversión de Nissan, pero los números siguen siendo desalentadores sobre los salarios. Si bien dar empleo es importante, ¿no debería el gobierno trabajar por garantizar que el empleo sea justamente remunerado si va a darle facilidades a una empresa? No pretendo tener la razón sobre mis posturas pero sí señalar que con estos números en el estado, seguimos discutiendo por su desplante público.
La fiesta del “jefe” Diego, la popularidad de Arne, las groserías del gober y la llegada de Uber tiene algo en común: ¿estamos hablando de lo importante? ¿En qué punto exigiremos que nuestros gobernantes cumplan cabalmente con la ley y esto será tan satisfactorio que nos parecerá irrelevante con quién pistean? ¿En qué punto exigiremos que se cumplan las leyes de transporte público?: que las concesiones dejen de estar acaparadas por unos cuantos que además explotan a nuestra clase baja, a quienes no pueden comprar un auto propio para entrarle a “la modernidad”, que -si bien eso no es excusa para la grosería- se asegure a los choferes, se les cobre una liquidación justa, se les den condiciones agradables de trabajo. ¿En qué momento lo exigirán ellos mismos en vez de hacerle el caldo gordo a sus jefes, acaparadores de placas?
Hace poco se anunció que algunos CRIT cerrarían porque el Teletón no juntó el dinero suficiente por la “campaña negra” de la que “ha sido víctima”. Más allá de lo que yo opino sobre el tema, vi en esto una oportunidad maravillosa: que por fin tuviéramos ocasión de hablar sobre la obligación irrestricta del gobierno sobre atender a la población con dificultades motrices, que por fin tengamos acompañamiento universal para todos nuestros ciudadanos, que por fin entendamos que ninguna empresa privada -más allá de sus intenciones- tiene por qué paliar lo que es obligación del gobierno. Éste es el peligro de Uber: que, obnubilados por la agüita y el narcisista playlist olvidemos exigir al gobierno lo que le corresponde.
/alexvazquezzuniga
Chayotero cuanto te pagan ? No vayas a ofender a tu patrón con tu desaprobación , tu nota no tiene sentido