Durante la época de la llamada crisis del SIDA, diferentes grupos realizaron acciones que cimentarían las bases para uno de los más grandes estigmas de finales del siglo XX, que durante varios años impidió el desarrollo de estrategias de prevención para la reducción de su propagación. La obcecada medicina en la década de los 80 creía enfrentarse a un nuevo tipo de cáncer que sólo afectaba a personas homosexuales, grupos conservadores inquisitivos aprovecharon la oportunidad de posicionarse en lo público y mediático para denostar el “desenfreno” de la liberación sexual que se había logrado en la década anterior, argumentando la aparición de un nuevo castigo para la perversión y la lascivia. En suma, el VIH/SIDA fue el pretexto para volver a poner la sexualidad como tabú, como tema que atemoriza y avergüenza, lo cual ha impedido incrementar la realización de pruebas por decisión propia y de manera recurrente.
A causa de la alarma del SIDA resurgió con gran fuerza la homofobia latente, la medicina, una de las –consideradas– “verdaderas” ciencias, parecía respaldar el repudio a las prácticas e identidades distintas a la heterosexualidad, el asco, la discriminación y la exclusión como instrumento de prevención a una nueva enfermedad desconocida y destructiva. Sin embargo este imaginario continúa arraigado en la sociedad aún después de haber reconocido e informado que se transmitían por vía sexual, sanguínea o perinatal (durante el embarazo) sin condicionante de prácticas entre personas del mismo sexo. Esto ha invisibilizado la necesidad de su prevención entre heterosexuales, mientras que la comunidad LGBT sigue enfrentándose a un terror que les imposibilita disfrutar de una sexualidad autónoma, libre y placentera, o les hace rehuir al diagnóstico.
Para el sector heterosexual parece que la única problemática apremiante y expuesta es el embarazo durante la adolescencia o no planificado, tal vez el resto de las enfermedades de transmisión sexual parecieron ser insignificantes ante el padecimiento que era considerado exclusivo de homosexuales. Si alguna persona heterosexual le comenta que sostuvo relaciones sexuales sin protección, seguramente la primera preocupación será si esto desbocará en un hijo y tras la prueba de embarazo no habrá mayores preocupaciones. Todo lo relacionado al estigma del VIH/SIDA ha ocultado que todas y todos somos vulnerables, aunque se hable de prácticas de riesgo para apaciguar las mentes moralinas de la sociedad.
Por otro lado, asumir una orientación o identidad sexual distinta a la heterosexual suele llevar implícito, y en silencio, el miedo al VIH/SIDA, lo cual no sólo merma el desarrollo erótico del individuo, sino que además se llega a considerar que realizarse pruebas de detección desencadenaría vicisitudes más delicadas que enfrentarse en algún momento a una fase terminal, como perder el trabajo, pareja, amistades e incluso solvencia económica.
En contraparte, desde el inicio del siglo XXI se había identificado entre la comunidad gay un sector que realizaba prácticas de riesgo de manera consciente, las cuales involucraban sangre, semen y sudor, este último elemento debido al imaginario previo de creer que podría ser un fluido infeccioso. Aunque este fenómeno pudiera ser considerado como un acto de terrorismo biológico, en realidad sustentaba un discurso –aunque delicado– de reacción ante el estigma heteromachista del VIH/SIDA: si se promulga por la sociedad y las instituciones que todas las personas homosexuales están o estarán “contaminadas”, entonces dejaré de preocuparme por ello, pues al final, si lo tengo o no, seguirán llevándome al cadalso de la acusación, la discriminación y la marginación.
Hasta hace poco esta práctica se consolidó bajo un movimiento nombrado poz -itive- breeding que podría traducirse como preñarse –cero– positivo, en el cual grupos de personas, hombres y mujeres, en especial de la comunidad LGBT, manifiestan su hartazgo al fustigo estigma del VIH/SIDA para proclamarse en favor de una sexualidad libre y sin miedo, considerando a la llamada “pandemia” como una enfermedad más, terminal y dolorosa como otras tantas, pero que ha sido utilizada para promover la violencia y la exclusión. El poz breeding implica intercambiar fluidos sin protección, de manera sexual o no, bajo consentimiento expreso de cada participante, asumiendo la posibilidad de adquirir enfermedades de transmisión sexual, pero en especial, buscando a cero-positivos para “preñarse” de SIDA. Este fenómeno engloba un cúmulo tan grande de significados y códigos que incluso las personas que se asumen como partícipes de esta… ideología, llegan a portar como tatuaje el símbolo del biorriesgo.
Por otra parte, también se encuentran las personas quienes creen en teorías conspiratorias en las que se argumenta que el VIH es simplemente un arma biológica, desarrollado por grupos políticos y capitalistas que sólo afecta a grupos en pobreza con carencias alimentarias, lo cual les impediría luchar con un virus “creado” para reducir la población estorbosa a los fines del neoliberalismo económico, como África.
Ya sea la laxitud del tema entre los heterosexuales, el terror para la comunidad LGBT, las acciones de resistencia a través de una resignificación peligrosa, o el efecto narcotizante de la conspiración, son resultado del estigma desarrollado en un momento en que la sociedad aún mantenía lo sexual en lo privado, tanto que al salir en lo público la respuesta fue únicamente el culpar a los “desviados”, a lo anormal, a quienes ya eran considerados personas de segunda clase.
El octavo Objetivo de Desarrollo del Milenio de la Organización de las Naciones Unidas incluye reducir la pobreza hasta frenar la propagación del SIDA, pero más allá de su relación con el acceso a hospitales y medicamentos, se encuentra la importancia de la educación laica y con base científica para desarrollar nuevos escenarios de concientización. Considero que uno de los puntos fundamentales para esta consigna es el diseñar estrategias para erradicar el estigma del VIH, pues esto no sólo ampliaría su problematización a públicos más amplios para una mayor prevención, sino que además abonaría a minimizar el terror al diagnóstico, lo cual brindaría las bases para relaciones de mayor cuidado entre parejas sexuales, así como detecciones tempranas para ampliar la esperanza de vida y evitar la propagación a más personas.
Frenar la propagación del VIH/SIDA requiere de un trabajo más amplio que sólo dotar de condones a personas que acudan a antros, bares o zonas “gay”, que capacitar a médicos para su tratamiento en busca de ampliar la esperanza de vida de los pacientes. Se necesita de la participación de la sociedad civil organizada, las instituciones, el sector educativo, de los científicos sociales y en especial de las generaciones jóvenes que, I want to believe, tienen una mayor consciencia sobre las problemáticas a las que se enfrenta la sociedad, hablan más abiertamente de las sexualidades y pueden marcar la pauta de un cambio. Como en el caso de Cuba, que logró eliminar la transmisión del VIH de madre a hijos. La laicidad, el pensamiento científico y el humanismo incluyente no sólo plantean una transformación en beneficio de los grupos vulnerables, sino que puede impulsar en cada una de las personas el reconocerse como parte de las múltiples problemáticas que creemos sólo les afecta a aquellos.
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