Pregunta Salinas Pliego, desde el título de un artículo que publicó en El financiero el 4 de febrero: “¿La riqueza es perversa?”. Y luego responde con un enternecedor tono de víctima, acerca de cómo se juzga de manera injusta a los ricos por ser más talentosos que los demás y brindar trabajos y bienestar al por mayor para los países de donde emergen. El dueño de TV Azteca se propone hacer una apología de los injustamente atacados ricos (‘ora sí que pobrecitos) por el lobby “pro-socialista” de Oxfam, organización que recientemente puso de relieve la acumulación de riqueza en manos de 4 empresarios que poseen el equivalente 9% del PIB nacional.
El lobby pro-socialista si así se le quiere ver no es más que la reacción natural a un sistema que muestra fallos importantes y que está permitiendo que la riqueza se acumule en unas cuantas manos no sólo en el ámbito nacional sino en todo el mundo. Salinas Pliego aduce que son los empresarios los que corren riesgos importantes y que gracias a ellos hay una gran cantidad de trabajo disponible. Se puede decir que ser rico no es malo por sí mismo. El problema es que la riqueza superlativa sólo puede supervenir de condiciones de extrema desigualdad. Ahí comienza el problema: comerme un cierto postre no puede ser malo, pero si supiera que, directamente (no en un sentido abstracto) ese postre implica condiciones terribles para otro ser humano entonces el panorama debe ampliarse y el juicio no se reduce a lo que es malo per se, sino a lo que, a la luz de la razón, es poco deseable.
La “riqueza” es una noción que nos parece seguramente ansiada, aunque estoy seguro que sólo hasta cierto punto: la educación aspiracional en la que hemos crecido hará que casi cualquiera que lea estas líneas piense que es deseable o sería deseable ser rico. Creo sin embargo que la aspiración de la mayoría de las personas se reduce a un nivel de bienestar bastante normal: tener una casa cómoda, un auto funcional, poder vestir según se quiera, viajar una o dos veces al año al interior del país o incluso al extranjero. Todos estos deseos son legítimos y no deberían representar, creo yo, una culpa. No estamos hablando aquí de acumulación, menos en un grado obsesivo. Pocos, puedo apostar, desearían tener un peluquero privado, una flotilla de autos o un escusado con chapa de oro. En pocas palabras creo que lo que la mayoría realmente desea no es necesariamente la riqueza sino el bienestar. Grandes economistas han probado que ese nivel es posible con la riqueza que hay en el mundo: todo ser humano podría aspirar, si hubiera una repartición equitativa, a ese nivel de vida. Lo podemos ver en los países más desarrollados: Noruega, Australia, Suiza, Dinamarca, Países Bajos. Sobra decir que, para empezar, en estos países el Índice de Desarrollo Humano da cuenta de que nadie muere de hambre, todos pueden ir a la universidad, tener una casa, servicios básicos y otros como derechos informáticos. La brecha económica, cultural e informática en estos países es mucho menor que en el resto del mundo. Por supuesto que en estos países también hay desigualdad, no estoy aquí defendiendo un socialismo trasnochado: pero si esta desigualdad está volcada a la protección de los menos favorecidos tiene una justificación distinta. El camino no es que el empresario deje de ser más rico que sus empleados, sino que haya una repartición justa y oportunidades que permitan un mayor bienestar para éstos.
En su apología a la riqueza Salinas Pliego echa mano incluso de un argumento terrible: defender la desigualdad como si ésta fuera una cuestión de talento, comparándose con Messi o Vargas Llosa, intenta decirnos que él no tiene la culpa de ser genial, que así son las cosas. Hay que señalar que el trabajo de los grandes futbolistas o escritores no implica el empobrecimiento directo de terceros. Ahí se cae la soberbia analogía de Salinas Pliego (podríamos hablar de los directivos de un equipo de fútbol, de las políticas predatorias del mundo editorial, pero ése sería otro tema, uno donde los talentos se retroalimentan de la falta de oportunidad de un tercero). Por otro lado, para aspirar a un mundo donde exista una verdadera meritocracia, sería necesario que todos partiéramos de condiciones equitativas.
Ya se anticipa lo que quiero probar: la riqueza desmedida necesita de la pobreza. Basta ver la lista de los supermillonarios: en los primeros veinte puestos los países representados son Estados Unidos, México, Francia, España y Hong Kong. Estados Unidos es el único que apenas logra colarse en el Top Ten del desarrollo humano. ¿Dónde está el bienestar que Salinas Pliego presume que producen los ricos? Todos estos países tienen brechas mucho más marcadas (México es paradigma) que los punteros. Sí: la riqueza desmedida, ridícula, necesita de la pobreza. Y es que generar empleos no significa generar bienestar: en julio de 2014, Sinembargo.mx reportó que Slim ganó 217 millones de dólares cada hora (las cifras si bien variopintas son todas escandalosas). Veamos, con el cambio a esa fecha (13.5 pesos por dólar) Slim ganó casi 3,000 millones de pesos en una hora. Suponiendo que sus empleados tengan un extraordinario salario y todos estuvieran en el 10% más rico del país, es decir, que ganaran 10,000 pesos mensuales, 25,000 empleados ganarían en un año lo que él ganó en una hora. O puesto de manera más trágica: si todo mexicano (cada uno de los 122 millones) ganara casi 25 pesos por hora de trabajo (cosa que la inmensa mayoría no hace) habríamos, todos juntos, generado lo mismo que él en esos mismos 60 minutos.
Yo no sé a usted, lector, pero a mí el dato me parece inmoral. Escoger a los millonarios como villanos es también torpe porque siempre podrá aducirse que aprovecharon bien sus oportunidades. Puede que así sea, sin embargo, esas oportunidades sólo pueden provenir de un sistema que favorece la desigualdad más atroz. Hay algo aún peor que esto: el capital social, los privilegios que la riqueza lleva aparejados. Ni siquiera se necesita ser súper millonario para que esto suceda: los ricos, incluso en una ciudad pequeña como la nuestra, tienen sus calles pavimentadas, servicios baratísimos, parques relucientes mientras la clase pobre, con menos posibilidades de hacer presión política, viven en condiciones lamentables. Servicios básicos como el agua (para regar enormes jardines en sus patios traseros) son proporcionalmente infinitamente más baratos para el rico que para el pobre que precisa esa agua para su aseo básico o incluso su alimentación.
La desigualdad de oportunidades es el costo por la riqueza. La igualdad de oportunidades tendría como costo que algunos cuantos no pudieran acumular riquezas que jamás siquiera podrían gastar. ¿Cuál cree usted que es el camino más deseable, apreciable lector?
/alexvazquezzuniga