Mientras las mujeres continúen en una posición vulnerable seguirán siendo necesarias diversas acciones de atención inmediata y sanción, pero también es urgente virar hacia los hombres y las masculinidades para la prevención de la violencia sexista, impulsar la acción civil y los programas institucionales hacia una visión más amplia sobre las problemáticas de género, que si bien atañen más a las mujeres, también los varones están circunscritos en diferentes roles y estereotipos dañinos que promueven la reproducción de conductas contra lo femenino en su sentido más amplio, por lo que vale la pena abrir las agendas para hacerles conscientes de la agresión, la exclusión y la omisión.
La denuncia de la violencia sistemática contra las mujeres es determinante para exigir una justicia equitativa, así como para evidenciar los daños de la división sexual dicotómica entre hombres y mujeres, como la reciente información sobre los feminicidios en Puebla en tan solo dos meses, de los cuales varios hombres privaron de la vida a sus parejas sentimentales por estar embarazadas. En este tipo de casos es prioritario el asegurar la impartición de justicia, la transparencia y acciones de concientización sobre los “amores” nocivos, por mencionar algunos ejemplos; pero además, si los hombres se formaran en una sociedad que reconociera lo dañino de la violencia (problematizar), sin impunidad y ecuánime tal vez se reduciría el impulso a asumir los grotescos privilegios de los que gozan, y me atrevo a nombrarlos así pues durante años, de manera continua y sin represalias muchos varones han identificado que pueden controlar, amedrentar, subyugar, callar, acosas, violar e incluso asesinar a personas relacionadas a lo femenino: mujeres, homosexuales o transgénero.
Durante una reunión con amigas y amigos en organizaciones civiles comentamos sobre la información que podrían ofrecer programas de seguimiento a hombres agresores, pues más allá de posibles condiciones psicológicas o circunstancias individuales, existe un ambiente que en vez de generar una cohesión, un sistema moral de protección mutua, únicamente exhibe que los hombres ante los impulsos de agresión pueden eximirse e incluso en algunos casos hasta reivindicar su virilidad ante una sociedad que enaltece la violenta masculinidad laboral, social, económica y hasta “amorosa”.
También es necesario realizar un escrutinio sobre la masculinidad en temas como embarazo adolescente, acoso callejero, paridad de género, participación política y civil, ya que los hombres sólo parecen ser actores incidentales y no se indaga en propuestas para que sean promotores y defensores de la equidad, para concientizarlos sobre su papel como parte del problema; pues de lo contrario, a medida que se generan avances en favor de las mujeres, se podrían desarrollar nuevos actos que impidan atender de manera integral las diversas problemáticas para su erradicación. Los hombres deben reconocer los actos que acrecientan la violencia o impiden su resolución, y sólo será posible al ampliar la visión sobre los males que derivan de la división de los sexos.
El desarrollo de escenarios equitativos en busca de la igualdad de oportunidades para las mujeres seguirá siendo una consigna indispensable para forjar una sociedad justa, pero también es urgente ampliar el cuestionamiento, la concientización y las acciones de prevención hacia los hombres, ya que de lo contrario sólo continuará esta lucha de protección ante la creciente violencia sexista que aflora en una tierra prominente de impunidad y exaltación de la masculinidad nociva.
Estas letras esperan no ser malinterpretadas, pues no se trata de olvidar la lucha y los beneficios de los feminismos, sino ampliar su visión hacia un mayor terreno de acción, hacia lo masculino para reconfigurarlo en esquemas de igualdad, otredad y respeto, de empatía y compañerismo que permitan cimentar las bases para una sociedad en la que los niños no necesiten demostrar la fuerza viril, la sexualidad precoz innecesaria de ver calzones y pechos de mujeres, ni el ver en la cuna de al lado una futura esposa fecunda y servil por el simple hecho de creer que es algo “tierno” y romántico.
Ante la cruel realidad actual las mujeres requieren cursos de defensa personal, aprender a gritar ¡fuego! ante un intento de violación, reconocer en el empoderamiento económico una vía de realización personal, asumir la libertad y expropiar su cuerpo del amor, la maternidad y la sexualidad, realizar el doble esfuerzo de argumentación para abrirse paso en el mundo laboral y político, e incluso buscar diálogos para justificar su éxito frente a otras. Pero esto no sería necesario si los hombres aprendiéramos a reconocer, cuestionar y renunciar a esos grotescos privilegios de la masculinidad dominante que sólo han cobrado lágrimas, muertes, pobreza, exclusión y desigualdad a esos otros sujetos que, por una tonta forma separatista de pensamiento, se les ha exiliado a una humanidad de segunda clase por el simple de hecho de ser femeninos.
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