Continúo, a partir de los artículos de las tres semanas anteriores, con el tema de visualizar por qué es necesario crear un nuevo sistema económico viable, toda vez que el capitalismo del siglo XXI parece ya insostenible. En esta ocasión, presentando distinto enfoque para volver luego a las propuestas.
El padre de la economía, Adam Smith afirmó desde el siglo XVIII que la avaricia y el egoísmo constituían la mano invisible que hacía moverse a la economía; que la avaricia es la razón del capitalismo para provocar el crecimiento económico. Aquello que induce a las personas a obtener para sí los satisfactores de sus propias necesidades, aseguraba Smith, lleva a aguzar el ingenio para obtenerlos, a competir y a desarrollar habilidades, aptitudes, actitudes y capacidades que permiten la mejora en las condiciones de vida, estando la avaricia personal acotada por interés y avaricia de otras personas. Así, en igualdad de circunstancias, todos mejorarían lo máximo posible hasta el límite donde los demás les permitiesen.
El crecimiento económico, bajo esta perspectiva, resulta deseable para que con el crecimiento poblacional la riqueza alcance a distribuirse entre los agentes económicos en libre competencia y para que la población tenga progresivamente más riqueza que repartirse. Pero lo que a Mr. Smith le falló en tal previsión fue preguntarse qué sucedería en caso de que quienes compiten entre sí tuviesen distinto peso económico y que pudiesen existir en agentes económicos con más perversidad que otros, o simplemente con desigual percepción de la equidad. Qué pasaría -como ahora pasa-, que no existiese una entidad que actúe como árbitro, o que éste sea cooptado por los más poderosos. Nimiedades en la construcción del modelo teórico capitalista, podrían haber pensado los seguidores de Smith. Pero también se le barrió otro pequeño detalle: vivimos en una economía donde se obliga a todos a trabajar con un medio de cambio, el dinero bancario, que no es de libre acceso ya que es una mercancía más. Que aparte de todo, es controlado por un solo agente en este juego de libre competencia, que no es proclive a la equidad y produce los medios de pago sin límite ni trabajo o valor real de por medio.
La mayoría de las personas relaciona la economía con dinero, cuando en realidad, el dinero es sólo un aspecto de ésta que se conoce como “política y teoría monetaria”. De hecho, sólo técnicos muy especializados son quienes manejan todo lo referente a esta materia y, generalmente, lo hacen de manera aislada del resto de la economía en general -trabajo, recursos naturales, etc.- poniendo prioridad en el “equilibrio de los mercados financieros”. El sistema bancario es el dueño del dinero -no el gobierno-, y también es por obligación legal el único instrumento válido para realizar transacciones.
El sistema capitalista en la actualidad se orienta al crecimiento, el cual es medido en términos monetarios. Eso lleva a una importante falacia que ciega a casi todos, incluyendo a los diseñadores de la política monetaria. El crecimiento del valor monetario de la producción oculta el decremento real en la riqueza de la gran mayoría de las personas. La desigualdad, provocada por la propia naturaleza del sistema capitalista, ahora ya es crítica y por ello hace inviable su permanencia.
Para muestra, un botón de la dinámica reciente de la economía mexicana.
En el período comprendido entre 2007 y 2015, el Producto Interno Bruto del país creció 15.3%, mientras que la población lo hizo en 10.2%. Lo que le correspondería a cada persona si se repartiera equitativamente el valor de la producción nacional, en 2015 serían $121,000, o sea, poco más de $10,000 mensuales por cada mexicano y mexicana, mientras que en 2007 ese promedio fue de $9,150. No parece tan mal, según dirían desde un escritorio burocrático, pero el PIB no refleja lo que las personas reciben efectivamente como ingresos.
El PIB es un agregado monetario que resulta de sumar lo que se pagó vía remuneración al trabajo, más el valor de los insumos adquiridos y lo que se pagó como ganancias o utilidades al capital. Durante ese período de 2007 a 2015, en México se impulsó el crecimiento con políticas públicas para incentivar la industria. Veamos qué sucedió en dicho sector con el valor del trabajo.
El valor del PIB de la industria manufacturera creció 15.6%, un poco más de lo que creció el PIB de todo el país entre 2007 y 2015, en tanto que el pago al factor trabajo, medido en términos de costo de la mano de obra, cayó 6%. Por su parte, un componente de éste impulsado por la política gubernamental, el PIB del sector “336 Fabricación de equipo de transporte”, creció 76%, en el mismo período en que el pago por el factor trabajo se redujo en 6%. Esta industria exportadora a la que tanto apoyo se le brinda ha reducido su derrama salarial. Otra industria de las cuales se presume haber fomentado, es la “Fabricación de maquinaria y equipo”, cuyo PIB registró un crecimiento de 44%, mientras el costo de la mano de obra cayó 16%.
En otros sectores que registraron crecimiento superior al del PIB total el costo de la mano de obra también se redujo de forma importante. Tal es el caso de la “Industria de las bebidas y del tabaco”, el pago al trabajo se redujo 27%. Para la “Fabricación de equipo de computación, comunicación, medición y de otros equipos, componentes y accesorios electrónicos”, la remuneración al trabajo cayó 25%, mientras para la “Fabricación de productos metálicos” el pago por el trabajo fue 24% menos.
Resulta evidente la desigualdad que genera el crecimiento a toda costa. ¿Por qué, entonces, insistir en continuar con este sistema económico?
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