El humo negro se asoma sobre los techos de las casa, no parece lejos.
Un par de jóvenes están cerca del fuego a un costado de las vías, durante el recorrido a las ondeantes llamas que se mantienen a baja altura, la cámara llama la atención y ahoga sus deseos de capturar los techos de láminas detenidos por piedras y las paredes pintadas con la virgen de Guadalupe, ya no es invisible, y el grupo de jóvenes a las afueras de las casas, reunidos jugando con una motocicleta, preguntan en voz alta si es para el Tribuna.
–Buenas, ¿qué se quema?
–Nada. –Responden mientras ven el irreconocible montón de fierros y sólo ellos saben qué más haya ahí–. ¿A qué le anda tomando fotos?
–Desde el otro lado de la avenida se veía el humo y como estos días ha habido muchos incendios…
–Sí, pinches morrillos quemaron la otra vez allá abajo en el río…
Al regreso, con la mirada gacha, un hombre sale al paso: –Esos morros y sus lumbritas, luego por eso se enojan los rambos, hablan y quieren traer hasta al ejército –sus palabras se vuelven indescifrables y un tímido “mmm” intenta seguir la plática.
El humo negro quedó atrás con los jóvenes lanzándole piedras y con un palo de madera moviendo los restos de sólo ellos saben qué había ahí.