Cómo y hacia dónde / Ciudadanía económica - LJA Aguascalientes
23/11/2024

 

Agradezco a varios lectores de esta columna sus valiosos comentarios gracias a los cuales puedo ir dando a este espacio la oportunidad de convertirse en un referente para formación de criterio y fuente de información para la toma de decisiones.

En algunos artículos del año pasado, comenté sobre la inminente transformación del sistema financiero-monetario global que obligaría a la sustitución del dólar como moneda de reserva comúnmente aceptada en el mundo con motivo del enorme nivel de endeudamiento denominado en dicha divisa, que lo lleva a ser impagable. La pugna entre las divisas -que ya tiene varios años de haberse iniciado- ha llegado a niveles tan elevados y complejos que resultan incomprensibles para la mayoría de las personas. Como aquí lo he expuesto, si bien se percibe inquietud en los mercados financieros en el ámbito mundial, para la gran mayoría no es tan comprensible la relación de esto con los conflictos bélicos y el terrorismo, ni tampoco el porqué, existiendo confrontación bélica entre países, al mismo tiempo éstos aparecen como aliados en foros y encuentros internacionales. Resulta aún opaco para muchos el que, en medio de esta situación financiera, el papa Francisco denuncie que estamos viviendo una “Tercera Guerra Mundial”, que el dinero es el “estiércol del diablo”, que el capitalismo es la “economía que mata”, se reúna con la directora del Fondo Monetario Internacional y al mismo tiempo se encuentre en una vehemente cruzada ecuménica reuniéndose con los dirigentes de otras religiones y viajando intensamente.

Ya he comentado en este espacio por qué estos signos marcan un importante cambio en el equilibrio de fuerzas internacionales y el cambio profundo que se espera en la economía mundial y su sistema monetario. Pero a fin de cuentas lo más importante para nuestros lectores y la gran mayoría de las personas es saber qué hacer para proteger su patrimonio y adaptarse a lo que viene sin saber claramente qué es lo que cambiará. Qué  hacer, cómo y hacia dónde ir requiere hasta cierto punto prever el futuro.

En estricto sentido sólo conocemos el pasado. El futuro está siempre en proceso de hacerse. Pero se compone de materiales ya existentes que potencialmente se pueden conocer. Tenemos conocimiento del pasado y del presente; en función de ellos se pueden construir imágenes de futuro. Las imágenes de futuro deben ser plausibles, es decir, aceptables por el conjunto de usuarios posibles (Stafford & Sarrasin, La prévision–prospective en gestion, Presses de l´Université du Québec, Québec., 2000). El futuro es resultado de la interacción de tendencias, eventos y propósitos de los actores. Las tendencias están compuestas por procesos físicos, organizacionales, y humano-sociales. Los eventos por definición son inciertos y no completamente controlables. Pero se requiere de cierta guía para no acceder ciegamente a condiciones desconocidas. Es más, lo que se requiere es lo opuesto a la opacidad o ceguera, es preciso desarrollar una visión.

Una visión de futuro tiene importantes implicaciones, no sólo económicas, sino también  desde el punto de vista político, social, educativo y cultural. Una visión de futuro es una imagen movilizadora que pone en escena tres sentidos de la acción colectiva: el sentido-dirección: a donde se espera llegar en el futuro; el sentido-utilidad: para qué deben esforzarse las personas; el sentido-finalidad: por qué deben hacerlo.

Al reflexionar sobre el resultado que al día de hoy tenemos en nuestras vidas habiendo experimentado un paradigma basado en la competencia, la búsqueda del bien personal, la maximización de la ganancia monetaria como meta y motivación, resulta claro que eso motiva la depredación de los recursos naturales, la desigualdad y concentración de la riqueza en cada vez menos personas. La construcción socioeconómica tiende a privilegiar a un pequeño grupo de poder progresivamente más poderoso que, para mantener el estado de las cosas a su beneficio, inciden en la conformación de la política social, educativa y cultural. La enorme industria cultural de nuestros días, con el cine, la música, los medios informativos, son prueba fehaciente de ello. El dinero, como ya lo hemos visto, es el medio que sirve para medir el intercambio, que debiendo ser bien público de libre acceso, ha sido secuestrado como concepto al convertirse en mercancía controlado por unos cuantos.

Por tanto, ya podemos ir trabajando en el primero de los sentidos de nuestra acción colectiva, el sentido-dirección. Una opción es tomar el camino opuesto: un paradigma basado en la cooperación, la búsqueda del bien común, la maximización de la ganancia en recursos  y bienes tangibles como meta y motivación.

Para lograrlo, lo primero a realizar es identificarnos personalmente y con las personas que nos rodean físicamente en el espacio donde vivimos, permitiendo con ello crear, visibilizar y fortalecer el capital social de la comunidad.


Esto implica la creación de una base de datos con las habilidades, capacidades, aptitudes de las personas cercanas, así como de los bienes y servicios requeridos y disponibles en cada comunidad. Esto es lo que se requiere para identificar una red de producción, distribución y consumo de bienes y servicios con los que podrían satisfacerse necesidades básicas e inmediatas. Así se puede mitigar la previsible reducción del ingreso disponible que ya se ha hecho evidente para muchos con la “cuesta de enero”. Esto permitirá promover el consumo preferente de lo que los cercanos ofrecen, ya sean bienes o servicios, además de permitir visibilizarnos mutuamente para otras actividades como puede ser el aprovechar el transporte colectivo y la organización para gestionar y tramitar grupalmente ante proveedores y gobiernos lo que se requiera como comunidad.

Próximamente abundaré más sobre este sentido-dirección y abordaré el sentido-utilidad y el sentido-finalidad ante los cambios globales, con impacto local que podemos esperar.

 

[email protected] | @jlgutierrez


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