Una historia de amor…La niña de la mariposa {CUENTO} - LJA Aguascalientes
26/11/2024

Un cuento de Cora Romero Vega

Julia sollozaba al lado de la cama de su mamá, en ese triste hospital público, los doctores y enfermeras parecían no darse abasto con toda la gente que ingresaba; colocaban vendas, administraban sedantes, suministraban suero, corrían por los pasillos, en fin, estaban tan ocupados que no se percataban de la presencia de la niña en un lugar donde los niños estaban prohibidos.

Julia tomaba la mano de su madre y la hacía prometerle que todo iba a estar bien, que siempre estaría a su lado. A su mamá la iban a operar por segunda ocasión del corazón, parecía que había crecido un poco más y eso provocaba que se desvanecería constantemente.

De pronto uno de los doctores se dio cuenta de la presencia de la niña y mandó a una enfermera a acompañarla al pasillo.

Julia se sentó un poco inconforme, esperaba que su padre apareciera en cualquier momento, mientras sacaba de su bolsa unos lápices de colores y una libreta para dibujar, era su mejor pasatiempo. Le encantaba ver sonreír a su mamá cuando le mostraba sus dibujos.

Esa tarde su papá se tardó más que otros días, había tenido mucho trabajo en la oficina de mensajería, entonces Julia tuvo bastante tiempo para inspirarse y plasmar en una hoja blanca una hermosa mariposa de colores, parada sobre una flor amarilla.

Su papá la vio sentada, tan vulnerable, estaba cada vez más delgada, pero con esa sonrisa que iluminaba su mundo.

–Julia, ya llegué, hija ¿Qué haces?

–Es una mariposa como las que tanto le gustan a mamá.


A Julia le gustaba pintar mariposas, pero fue más su gusto después de escuchar a su profesor de Biología comentar que desde la antigüedad muchos pueblos creían que la transformación de las mariposas se asemejaba al viaje del alma cuando abandona el cuerpo, para renacer como símbolo de inmortalidad. En su interior, sentía que el tener una mariposa tenía algo de especial, algo mágico.

En ese momento uno de los doctores indicó a las enfermeras que preparan a la señora de la cama número cinco, la iban a pasar a quirófano.

Número cinco; era su mamá. Sintió que el estómago se apretaba, le incomodaba… Como pudo Julia corrió a darle el dibujo a su madre, algo le decía que eso la haría sentirse amada, acompañada y más fuerte.

Al otro día, Julia llegó acompañada de su tía; regresaron al hospital, su padre les había dicho que la operación había sido un éxito. Mientras esperaba en el pasillo, observó a un niño de su misma edad, tenía las manos cubriendo más de la mitad de su rostro. Parecía reprimir las lágrimas, se veía desvalido, sin esperanzas.

Julia no supo por qué sintió deseo de acompañarlo, sobre todo porque estaban en una edad en la que los niños parecían no tolerar a las niñas.

–Hola, ¿cómo te llamas?

–Luis Daniel

–¿A quién vienes a visitar?

–A mi mamá.

–Yo igual, pero que lata que no nos dejen estar con ellas verdad. Nos tratan como a niños tontos.

Él no pudo más y soltó en llanto.

Julia sintió que había sido imprudente, agachó su cabeza y guardó silencio por varios  minutos, hasta que se les acercó un hombre, bien vestido, pero con rostro cansado y de ojeras profundas. Parecía papá del niño, lo tomó entre sus brazos y lo abrazó con toda fuerza.

–Tu mamá está respondiendo, tu mamá se salvará, hijo. No llores.

–¡Hola, jovencita! ¿Cómo te llamas?–. Preguntó el papá de Luis Daniel.

Julia contestó un tanto apenada.

Al otro día, después de salir de la escuela Julia y su papá llegaron al hospital, ella había hecho dos dibujos, uno para su mamá y el otro para la mamá de su nuevo amigo.

La mamá de Julia estuvo un mes en el hospital, recuperándose satisfactoriamente de la operación de corazón.

Ese mes les sirvió a los adolescentes para iniciar una bonita amistad. Luis Daniel sentía que la compañía de Julia le daba fuerza para soportar la situación de su mamá.

Julia todos los días de ese mes llevaba una carpeta con dos dibujos, una para la mamá de su amigo y otro para la de ella. Las enfermeras del hospital fascinadas por el colorido de los dibujos las habían colocado en sus respectivas cabeceras.

Cuando alguien ajeno entraba a los cuartos se asombraban por el colorido y el sentido mágico que ofrecía el espacio.

Se cumplía el mes de rehabilitación para la mamá de Julia, era su último día de hospital. Estaban felices. Julia prometió llamarle a Luis Daniel y seguir su amistad.

Julia iba a cumplir quince años cuando al papá de Luis Daniel lo transfirieron de su empresa a Mérida, era una gerencia de una importante compañía telefónica, realmente no podía desaprovechar la oportunidad.

–Me siento muy triste, promete que me hablarás por teléfono.

Luis Daniel asintió con la cabeza.

–Promete que no me vas a olvidar

Olvidar, olvidar… ¿De que hablaba? ¿Cómo podría olvidar a su primer amor?

Al paso del tiempo las llamadas de los amigos se hicieron tan pocas que los recuerdos se fueron desvaneciendo. Habían pasado diez años, los dos ahora eran profesionistas.

Julia seguía pintando mariposas y la gente compraba sus cuadros. No era una artista reconocida, a ella le gustaba pasar desapercibida. Aunque no tanto en los hospitales de la ciudad. En sus ratos libres, visitaba a los enfermos y les regalaba uno de sus dibujos. El verlos sonreír, la hacía sentirse feliz.

Era licenciada en Administración de Empresas, su papá le había ayudado para entrar en la compañía de telefonía, tenía buen sueldo y sabía vivir bien.

Un día al regresar del trabajo encontró un sobre en tonalidades ocre, en papel elegante y con un logotipo que identificó inmediatamente, de una de las grandes compañías hoteleras internacionales.

“Felicidades señorita Julia Robledo Casillas, es usted una de la seleccionadas para  participar en la exposición de pintura Imágenes Mágicas con el famoso pintor Claude Jean Torné, en el vestíbulo del  Hotel Sierra Azul de Cancún Quintana Roo, la semana del…”

No lo podía creer, quién la había inscrito, sería quizá su madre a quien tanto le gustaban sus dibujos… No, no, pero ella no tenía ese tipo de contactos. Su papá; no el tampoco, quizá uno de sus amigos de la universidad o del trabajo. Estaba tan sorprendida y con cierto temor que  no se percató de una nota adjunta a la invitación.

Era una tarjeta para la compra de un vestido y zapatos de la mejor boutique de la ciudad.

Cuando la  descubrió y la leyó se preocupó todavía más.

Llegó la noche del evento, Julia hizo una selección de los cuadros que más le agradaban, pero sentía miedo, quizá su propuesta sería muy inferior a la de los otros artistas.

En  el vestíbulo del hotel se podía ver todo tipo de personas, extranjeros,  conocedores, artistas, políticos, empresarios. El maestro de ceremonia le pareció alguien familiar, pero con la emoción de la noche se distrajo en otras  situaciones.

Hasta que ese mismo personaje habló de su obra:

–Estos cuadros no solamente representan el colorido de nuestra nación, la grandeza de nuestras tradiciones. Representan la esperanza que existe entre la transición de esta vida a lo inmortal. Las mariposas nos regalan, con su vuelo, la posibilidad de creer.

En ese momento Julia lo reconoció, era Luis Daniel, él la había invitado a ese lugar, él le estaba dando un lugar a su obra. Era él, su gran amigo.

La ovación que le hicieron a su obra la sacó de su reflexión y la volvió a la realidad.  Minutos Luis Daniel se acercó a ella y la  felicitó con un fuerte abrazo.

–Amiga, que gusto volver a verte.

Ella, un poco dispersa –¿Por qué no me dijiste que eras tú? ¿Por qué no fuiste a  invitarme personalmente?

–Quizá porque tenía miedo a que no aceptarás.

Julia quería saber todo sobre él, sobre todo de los últimos años, en los que ya no se escribieron.

–Me gradué como licenciado en Turismo y trabajo en la fundación del hotel que te invitó a exponer tu obra. Te preguntarás cómo pude relacionarte con este medio. Fue fácil, uno de los socios fue un día a mi oficina y quedó maravillado con los cuadros que tú le regalaste a mi madre antes de morir. Me preguntó que de quién eran y me pidió localizarte e invitarte a uno de nuestros eventos. Mr. Peter Johnson es un hombre muy sensible.

Bajo sus ojos y habló casi en silencio.  

–Tus mariposas, que fueron tan importantes para mi madre.

-¿Tu mamá murió?

–Pocos años después. Ella fue una gran admiradora de tu obra, cuando salió del hospital tuvimos que enmarcar sus cuadros, porque los quería todos en su recámara. Esas mariposas le daban alegría, le permitieron sentir esperanza. Por ello, mi padre y yo te estamos profundamente agradecidos.

Ella decía que era como tus mariposas, que sufrían cambios, a veces bellos y a veces dolorosos, pero que así era la vida y había que amarla con todos sus colores. Sin cambio, no hay crecimiento.

–Ven Julia, quiero presentarte con Claude Jean Torné.

Julia iba de la mano de Luis Daniel, sin  comprender, era tanta información para tan poco tiempo.

El pintor hablaba entrecortado el español, pero Julia entendía que la invitaba a perfeccionar su obra. Julia respondía distraída.

Julia se despidió bruscamente del artista, no lo necesitaba a él, ella buscaba a su amigo, pero él se perdía entre tanta gente.

Julia mientras corría a buscarlo, pensaba en que la amistad y el amor no conocen el tiempo, no saben de fórmulas, vienen del corazón, no se razonan, se confían, se da lo mejor que cada uno tenemos, no espera recibir… El amor y la amistad nos cambian, nos convierten en seres humanos.

 


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