¡Bienvenido, papa Francisco I! Por fin, tras casi tres años de pontificado, llega de visita a México. Su presencia pastoral ha levantado una nube digital de comentarios mediáticos y de sesudos análisis sociopolíticos acerca de sus posibles sorpresivos o sorprendentes pronunciamientos que vaya desgranando por la geografía mexicana y sobre todo ante las conciencias de un pueblo que, según el santo papa Juan Pablo II: “México sabe gritar”, “México sabe bailar”…; pero, ante todo, debiera cumplir su consigna: “¡México, siempre fiel!”.
Frase histórica adjudicada originalmente a la Francia “ultramontana” –Hija primogénita de la Iglesia (La fille ainée de L’Eglise), en aquellas remotas andanzas, en que la Santa Sede padeció la persecución y el exilio impuesto por aquellos poderosos imperios de su tiempo. Juan Pablo II, con gran voluntarismo simbólico, adjudicó a México esta reedición de fidelidad a la católica, con su perenne sede en Roma. Frase, por cierto, desmentida con gran humor por el papa Francisco: “La France ‘est une fille aînée de l’Église bien infidèle’’ (La Francia es una hija primogénita de la Iglesia bien infiel (…). Así “lo confió el papa Francisco en una encuentro con jóvenes franceses, a los que recibía en la casa Santa Martha –en el Vaticano, donde él reside (Fuente AFP. Publicado el 12/06/2015 a las 13:55 | Le Point.fr).
Tratar de interpretar estas modulaciones significativas del discurso pontificio, ciertamente implica un buen ejercicio de memoria y de no llamarnos a confusión, por no atinar a ponderar correctamente el principio del análisis social que define el campo de la religiosidad como la esfera del poder de los símbolos que se distingue con nítida claridad del ámbito político, que constituye la esfera de los símbolos del poder. Esta distinción analítica es crucial, y puede sernos muy útil al momento de querer interpretar un pronunciamiento papal.
Por el lado de la memoria, debo recordar que a partir de las 6:45 p.m., del lunes 16 de octubre de 1978 (…) el cardenal Felici anunció: “Annuntio vobis gaudium magnum: Habemus Papam!”… “Cardenal Wojtyla”. – Así reseña aquellos hechos de gran impacto mundial y para la cristiandad, el autor David Yallop en su obra El Poder y la Gloria, Juan Pablo II ¿santo o político? Fue así como transcurrió un largo y apoteósico pontificado de casi 26 años y medio. Hasta aquella tarde del sábado 2 de abril, (2005) en que Karol Wojtyla murmuró: “Déjenme marchar a la casa del Padre”. Cayó en coma y murió seis horas más tarde, a las 9:37 de la noche”, (David Yallop. Opus cit., ut supra). Las voces de Roma fueron: “Santo súbito!”.
Al día de hoy, a casi cuatro décadas de cambios acelerados y profundos, presenciamos el punto y aparte de un hiato que literalmente puso en suspenso, el anhelo renovador y de puesta al día de la Iglesia postconciliar (1962-1965. Se impone un yo me acuerdo. La promesa de renovación de la “cristiandad” quedó liderada por dos congregaciones religiosas de reciente fundación: – San Josemaría Escrivá de Balaguer (Barbastro, Aragón, España-Roma 1975), canonizado El 6 de octubre de 2002, por el papa Juan Pablo II, en la plaza de san Pedro, fue el Fundador del Opus Dei (1928), estructurada jurídicamente como una Prelatura Personal de la Iglesia Católica, adscrita al papa. Y Marcial Maciel Degollado (Cotija de la Paz, Michoacán, México, 1941-2008, Houston, Texas, USA), a su vez, fundador de La Legión de Cristo y el movimiento laico Regnum Christi.
Durante el pontificado de Juan Pablo II, estas dos fundaciones eclesiásticas con inclusión orgánica de laicos consagrados jugaron un role protagónico en la gerencia del Vaticano y en los episcopados nacionales del resto del mundo. En paralelo, especialmente, a la muerte del padre Pedro Arrupe (1991), prepósito general de la Compañía de Jesús, los jesuitas fueron literalmente relevados de la Santa Sede, para allegarse a encumbrados miembros del Opus Dei, que junto con otros no menos notables Legionarios de Cristo, son instalados en puestos clave de la estructura central vaticana y en importantes Nunciaturas Apostólicas, como es el caso de la de México. Mons. Girolamo Prigione fue un gestor muy activo, no sólo de la nueva Nunciatura Apostólica, sino de la conformación renovada de la planta jerárquica de los obispos mexicanos en activo, bajo el primado nacional del cardenal Rivera Carrera, como epítome de esta generación episcopal al modo excluyente de un gobierno eclesiástico.
Me explico. Este reemplazo dista mucho de ser un mero recambio administrativo. En verdad se operó un giro copernicano que ocurrió, lamentablemente, en sentido retrógrado. El inquietante avance, iniciado por el mismo Concilio Vaticano II, con gran aliento tanto jesuítico como de los dominicos, misioneros de múltiples denominaciones y muchas otras órdenes religiosas incluyendo femeninas muy proactivas, hacia formas de compromiso social profundo, fue detenido de golpe y en seco. La naciente “Teología de la Liberación”, impulsada en la década de los años setenta, fue sepultada, literalmente, en América Latina, gracias a la persistente obra de acotamiento, exclusión y silencio operada desde la Curia Vaticana, e impuesta activamente por la nueva cúpula jerárquica ultra-ortodoxa, sembrada vigilantemente en nuestro país, por el nuncio apostólico, la Arquidiócesis de México bajo el cardenal Corripio Ahumada, su sucesor, y los cuadros conservadores dirigentes de la Conferencia Episcopal Mexicana, que fueran apoyados entusiásticamente por la Prelatura y el Instituto de laicos consagrados, de activa injerencia, pretendidamente promisoria.
Si se hablara de “los desplazados” de la Teología de la Liberación, aquí tiene un buen y preciso indicio. Los episcopados latinoamericanos durante casi 40 años, fueron prácticamente recambiados con obispos afines a tal viraje. Este hecho se pretendió interpretarlo como “la salvación” moderna de la Iglesia católica, e instrumentada bajo la consigna del Opus Dei y la Legión de Cristo; un giro copernicano que consistió en realidad de un movimiento de apariencia laico, pero al fin con profunda influencia económica y política de élites instaladas en los países de la periferia capitalista.
La presente gira apostólica del papa Francisco es de naturaleza pastoral, que da pauta precisa de su tono y modalidad pedagógica y testimonial, la que abiertamente se ha planeado y estructurado como una presencia del pastor en los sitios significativos del proceso social actual mexicano, y que incluye una agenda de tópicos inequívocos: -indígenas, niños enfermos, ciudadanos sometidos a la violencia estructural y mecánica de muerte; más el tema fronterizo y de migrantes. También incluye referencias presenciales explícitas contra la corrupción institucional, la impunidad y por tanto la cínica supresión de la impartición de justicia, la indigna privación del derecho a la vida, la trata de personas, el impío mercado de armas; en fin, las conductas y actitudes que enmarcan una anti bioética mundial, sembrada de antivalores contra la dignidad de la persona humana y el derecho a su libre autodeterminación. El papa Francisco resume este escenario refiriéndose a “nuestro pedacito” de infierno que ocurre a escala global. Él no regaña, viene corregir los pasos indebidos de una historia.
Es destacable, dentro de esta temática, que el papa Francisco opere una gran síntesis recurriendo al fondo y forma de un pronunciamiento que lo pinta de cuerpo entero. Me refiero a aquel discurso pronunciado con ocasión de su visita a Filipinas, donde se dirigió a las víctimas del peor tifón en su historia, refiriéndose a Jesús crucificado y su madre al pie de la cruz, les dijo: “Nosotros somos como ese chico que está allí abajo, que en los momentos de dolor, de pena, en los momentos que no entendemos nada, en los momentos que queremos rebelarnos, solamente nos viene tirar la mano y agarrarnos de su pollera (falda) y decirle “Mamá”, como un chico cuando tiene miedo dice “Mamá”. Es quizás la única palabra que puede expresar lo que sentimos en los momentos oscuros “Madre, Mamá”. Y ello con relación al punto central de su presencia pastoral ante la Virgen de Guadalupe.
En su peregrinaje por sitios emblemáticos de México, nos resta desearle en su encuentro con las etnias de Chiapas, aquel fraternal saludo Tzeltal: “Wocoli shawi-lú, K´hermano-Tatik Francisco” (¿qué hay de nuevo, mi hermano tata Francisco?), a lo que él respondería: “Mayuk-Wocol, K’ermano-Tak” (Ningún problema, mi hermano!).