- La lógica de guerra sólo deja tres opciones: a favor del gobierno contra las drogas, a favor de los contrabandistas, o abstraernos de la guerra
- El narco no siempre ha estado ahí, han existido momentos en los que los mexicanos nos hemos relacionado de otras maneras con las sustancias, que no son el narco, la corrupción y la violencia
La búsqueda del placer es una búsqueda consustancial a todos los seres humanos, algo que se ha hecho desde tiempos inmemoriales. Y en esa búsqueda nos hemos encontrado con las sustancias psicoactivas, que forman parte de la cotidianidad de muchos lugares del mundo. México no fue la excepción y durante mucho tiempo existió un control social de los consumos individuales que impedía que la decisión final de tomar o fumar algo dependiera directamente de las autoridades. Durante muchos años, y tal como nos cuenta el historiador mexicano Froylán Enciso (Sinaloa, 1981) en su libro Nuestra historia narcótica (Editorial Debate), los mexicanos podíamos comprar morfina o cocaína en las boticas de la ciudad, o mariguana en los mercados populares. Sin embargo, esto cambiaría drásticamente a principios del siglo XX, a pesar de los intentos de personajes como el doctor Leopoldo Salazar, que durante el sexenio de Lázaro Cárdenas intentó que el asunto de las drogas se mantuviera dentro de la salud pública y logró, por un corto periodo de tiempo, legalizar el consumo de sustancias en nuestro país.
Froylán Enciso es egresado del Colmex y actualmente se encuentra trabajando con la State University de Nueva York para obtener el doctorado en Historia y desde 2010 inició a publicar el blog Postales Fantásticas en la página de Nuestra Aparente Rendición, en donde presentaba historias cotidianas del consumo de drogas en nuestro país, que ahora fueron reunidas en Nuestra historia narcótica, en donde nos habla de tres hechos definitivos que marcarían la relación y la visión que en el México contemporáneo tenemos de las sustancias psicoactivas: 1917 el doctor José María C. Rodríguez arengó a los diputados que se aprestaban a redactar la Constitución del país en Querétaro, en contra de las drogas, pues estás “degeneraban nuestra raza”. El segundo hecho fue la suspensión del Reglamento de Sanidad que legalizaba el consumo de drogas en 1940 por parte del presidente Lázaro Cárdenas, ante las presiones y las amenazas del gobierno de Estados Unidos, que impuso una visión prohibicionista sobre el consumo de sustancias. Y por último, en 1947, cuando el tema pasa a manos del sistema de seguridad que convierte el consumo en un delito:
“Las sustancias psicoactivas han estado en México desde hace muchos años, igual que nuestro gusto por alterar la conciencia, pero ahora el narco es la manera como nos relacionamos con estas sustancias”. Nos cuenta el historiador en entrevista: “El narco no siempre ha estado ahí, han existido momentos en los que los mexicanos nos hemos relacionado de otras maneras con las sustancias, que no son el narco, la corrupción y la violencia. Pero casi nunca empezamos a platicar sobre el tema de las drogas hablando de esas otras maneras en las que nos hemos relacionado con ellas, y eso es una de las consecuencias de la guerra en la que hemos vivido, pues ha terminado por crear una narrativa, una retórica en donde también hay un parte importante de miedo, que nos impide ver esas otras formas de cómo nos hemos relacionado y nos seguimos relacionando con las drogas.
Javier Moro Hernández (JMH): Nuestra historia narcótica nos abre la posibilidad de encontrar textos de 1930 sobre un usuario de cocaína, por ejemplo, para decirnos que se compraba en las farmacias, se vendía a todo aquel que la pidiera, no era una sustancia prohibida. La heroína la producía la Bayer como remedio para la tos, la Merck sintetizó la cocaína y la vendía en el mundo. Nadie obligaba a la gente a consumir.
Froylán Enciso (FE): Muy tranquilamente, los boticarios no traían cuernos de chivo ni los consumidores traían el miedo en el cuerpo. Las sustancias estaban ahí, siguen estando ahí, aunque con dificultades, por ejemplo para los enfermos de cáncer es complicado conseguir los insumos de morfina, son difíciles de conseguir por la misma prohibición, y tenemos este sistema esquizofrénico en el que compramos morfina legal para nuestros enfermos y en México no podemos producir opio, para el mercado legal quiero decir, porque se produce y mucho, pero no lo podemos vender a las farmacéuticas para que produzcan morfina, por este clima de prohibición en el que vivimos.
JMH: El edicto al peyote fue redactado en pleno siglo XVII es uno de los primeros ejemplos de prohibición en México, que también nos deja ver que los mexicanos ya teníamos otra relación con ciertas plantas, con ciertas sustancias.
FE: Existía el consumo, uno que tenía que ver con lo sacro, pero había otro que era recreativo, en los periodos prehispánicos existía la regulación social de estas sustancias, había sustancias que eran para las clases altas, para ciertos rituales, que si alguna de la comunidad la usaba mal podían ser castigados por el grupo, no como ahora, pero sí existía una regulación social de las sustancias, pero el miedo, la lógica de guerra, este impulso por enrolarnos en la guerra en alguno de los bandos. La lógica de guerra nos deja sólo estas tres opciones: enrolarte a favor del gobierno en esta cruzada contra las drogas, contra los malos, o te enrolas con los contrabandistas porque te creíste la idea de que vas a vivir un poco mejor así o la otra tendencia es abstraernos de la guerra, ésta es una tendencia a la que cae mucha gente, sobre todo de las clases medias urbanas, que se abstrae pensando que la guerra no tiene que ver con nuestros consumos ni con mi situación personal, se define como una lucha entre narcos exóticos y gobiernos corruptos, como si no tuviera nada que ver con nosotros, algo que no es cierto porque las sustancias están ahí, nos relacionamos con ellas, pero tendemos a abstraernos de la responsabilidad personal, porque por otro lado todos consumimos sustancias psicoactivas: el azúcar, la cafeína, el tabaco, el alcohol. Un poco el objetivo del libro es ese, desde los primeros borradores, que fui escribiendo de manera fragmentaria y que se fueron reproduciendo en algunos medios electrónicos, en el blog de Nuestra Aparente Rendición, desde que concebí el libro, que fue con ese blog, uno de mis objetivos era no caer en una de estas tres tendencias y por eso está escrito así, con personajes con los que cualquier lector pueda identificarse.
JMH: El boticario que expendía cocaína a principios del siglo XX en la Ciudad de México, los miembros de las clases altas que consumían opio o los soldados revolucionarios que fumaban mariguana o los políticos corruptos de todas las épocas, son personajes que aparecen en libro.
FE: Es que con todos ellos tenemos algo que ver, con todos te puedes llegar a identificar en algún momento, tenemos mucho en común con cualquiera de estos personajes porque somos seres humanos, pero también porque vivimos en medio de un sistema capitalista. Para mí es algo muy importante retomar la idea de la responsabilidad individual y llevarlo a lo global, es decir, desde la responsabilidad que nace desde tu propio consumo, que en lugar de quedarse en la inmovilidad, podamos transferirla a la responsabilidad comunitaria, nacional y global, esto es, pedirle a los gringos que colaboren en la reparación de los daños de esta guerra injusta y contraproducente. Esa es una idea, la rehabilitación de la responsabilidad.
JMH: En México hubo un momento en el que fuimos punto de lanza en la lucha contra las adicciones y contra el mercado negro de drogas, con el doctor Salazar Viniegra, en México por un corto periodo de tiempo la mariguana fue legal, el opio fue legal, y esto poca gente lo sabe. Pero la guerra contra el narco ha sido una forma de control geopolítico de América latina ¿Cómo salir de esta dinámica interna en la que una política, que afecta gravemente a la población, se nos impone desde otro centro de poder?
FE: Marx habló sobre el fetichismo de la mercancía, que son estas relaciones mágicas que surgen de las propias mercancías en los procesos de intercambio, pero algo en lo que ni Marx ni las teorías antiimperialistas profundizaron en el fetichismo de la circulación de las mercancías. Un poco este tema de las políticas de las drogas no es exactamente una imposición del gobierno de Estados Unidos, es un sistema de imposición especial que va hacia tu conciencia, hacia ti y hacia mí. Una estrategia que yo he encontrado es que en cada punto de la cadena se crean significados, un fetichismo de la circulación, sin embargo el capitalismo de nuestros días está diseñado para que las personas que están dentro de la cadena no se conozcan, no sepan del intercambio de significados que se crean en el otro punto de la cadena. Es el mismo sistema cultural pero está creado para que nos neguemos los unos a los otros, está diseñado para que no veamos la película completa, sino para que nos metamos en la lógica de guerra, en la lógica del miedo inmediato para que no hagamos un esfuerzo por ver como las mercancías van circulando y en cada punto significan diferentes cosas, y en lugar de eso nos aferramos al discurso del narco, que sí es una creación de Estados Unidos. Una manera de tratar de luchar contra eso es pelear contra esa manipulación que nos están haciendo porque el enemigo no está afuera, la lucha empieza desde la recuperación del conocimiento médico-científico, por ejemplo, que hemos tenido a través de la historia, ese conocimiento nos puede ayudar a que nos dejemos de ver como mitos, el mito del estudiante de la UNAM o de la ENAH que fuma mariguana versus el mito del Chapo Guzmán como un ser exótico, riquísimo, y empecemos a vernos los mexicanos como personas.
JMH: La historia del uso de sustancias en México es una historia velada detrás de estos mitos que mencionas, que ocultan una realidad distinta a la que nos han contado.
FE: Detrás de esos estereotipos construidos hay gente con la que puedes compartir el mismo dolor o con quien compartes la misma búsqueda del placer o conocimiento que te dan las sustancias y desde el reconocimiento de la responsabilidad individual podríamos crear un movimiento social que pudiera reclamar la reparación de los daños por una guerra injusta, que en lo personal no lo pienso como una utopía. El pedir reparaciones desde la aceptación de la responsabilidad personal, no desde el discurso convencional de las izquierdas, que sigue la lógica de la guerra porque evade las responsabilidades personales de los que estamos en la periferia del sistema, yo creo que sería una manera más honesta de hacer ese reclamo a los Estados Unidos. También hay que bajarnos del discurso de víctimas, porque nosotros hemos hecho cosas horribles en el pasado justificándonos, porque la prohibición no solo llegó porque el gobierno de Estados Unidos nos lo impusiera, eran preocupaciones de aquel momento de la “salud de la nación”, así de abstracto, pero que también tenían un dejo racista con los consumos de nuestros pueblos indígenas.
JMH: En América Latina, en México, existe una relación con las sustancias, que de alguna nosotros como consumidores, como espectadores del narco show, hemos terminando pervirtiendo. Tu libro nos habla de esa relación constante que ha existido en nuestro país con las sustancias.
FE: En cada momento la hemos tenido, sin embargo no podemos crear una narrativa de la nostalgia sobre ese pasado, en donde todo era mejor porque no fue así, pero sí hubo un pasado menos violento, un pasado en donde se intentaba pensar en opciones que no fueran la guerra, pero no hay un pasado idílico, en los pueblos indígenas también había un sistema social imperante, había sustancias que eran sólo para ciertos rituales, cuando había un rebelde había un control social y un castigo a ese consumo no enteogénico, y lo mismo pasa cuando en las narconarrativas en el que se dice, por ejemplo, que la guerra contra las drogas de Calderón no empezó con Calderón porque antes había todo un sistema de control del narco controlado por el Estado autoritario priista, entonces empiezan todas estas narrativas de la nostalgia que nos dice que hubo un pasado en donde el narco sí era controlado, claro, bajo los gobiernos autoritarios del PRI. Ese es un pasado que no deberíamos soñar, al que no deberíamos querer regresar, pero en vez de caer en esas narrativas de la nostalgia deberíamos crear algo completamente nuevo, basado en el conocimiento específico del pasado, como en las cosas que llevaron a relaciones pacíficas y espirituales, tanto los efectos que le gustan a la gente como lo que no nos gustan, como la violencia, para que en el futuro hagamos una cosa nueva.