En una carta escrita a sus 20 años, se leen estas palabras del joven Franz Kafka: “Si el libro que leemos no nos despierta como un puño que nos golpeara en el cráneo, ¿para qué lo leemos? ¿Para que nos haga felices? ¡Dios mío!, también seríamos felices si no tuviéramos libros, y podríamos, si fuera necesario, escribir nosotros mismos los libros que nos hagan felices. Pero lo que debemos tener son esos libros que se precipitan sobre nosotros como la mala suerte y que nos perturban profundamente, como la muerte de alguien a quien amamos más que a nosotros mismos, como el suicidio. Un libro debe ser como un pico de hielo que rompa el mar congelado que tenemos dentro”.
Muchos años después, un anciano ciego y autor no menos desmesurado, Jorge Luis Borges, en una de sus conferencias de Siete noches refiere: “He sido profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y he tratado de prescindir en lo posible de la historia de la literatura. Cuando mis estudiantes me pedían bibliografía yo les decía: ‘no importa la bibliografía; al fin de todo, Shakespeare no supo nada de bibliografía shakespiriana’. Johnson no pudo prever los libros que se escribirían sobre él. ‘¿Por qué no estudian directamente los textos? Si estos textos les agradan, bien; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda: tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes. Déjenlo de lado, que la literatura es bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención, o indigno hoy de su atención y que leerán mañana’”. Párrafos más adelante continúa, también, no menos provocador: “Hay personas que sienten escasamente la poesía; generalmente se dedican a enseñarla. Yo creo sentir la poesía y creo no haberla enseñado; no he enseñado el amor de tal texto, de tal otro: he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad”.
A partir de estas dos visiones, ambas polares, se puede pensar que la experiencia de la lectura o es atroz como lo era para Kafka, o es placentera como para Borges. Por un lado, la lectura como perturbación es un planteamiento, digamos, menos extendido que la contraparte, la lectura como diversión y placer. Esto, supongo, por la creciente ola de promoción de la lectura siempre políticamente correcta para los gobiernos recientes. Pero ¿de verdad es tan simple?, ¿a esas dos posibilidades puede verse reducida la experiencia lectora?, o exactamente ¿de qué se trata leer?
La lectura puede ser muchas cosas a la vez: una actividad, un entretenimiento, un divertimento, una evasión, una necesidad, una pasión e incluso una profesión. De modo que tanto puede gozarse como sufrirse, y puede además encajar en matices de un espectro más amplio que sólo dos extremos. Puede causar desasosiego, puede sobrecoger, conmover, emocionar, atemorizar, asombrar, conmocionar. La lectura necesita de nuestras emociones, apela a ellas; busca hacer contacto tanto como nosotros con ella. He usado antes la palabra experiencia para definirla, esto es porque considero que la lectura en sí misma guarda tantas posibilidades al ser una experiencia verdaderamente trascendental. Su influencia en la vida, en el mundo, en la historia, es tal por ser parte indisociable de la vida.
En lo particular, nunca he entendido por qué se ha intentado separar la lectura de la vida,comosi fueran mundos aparte, no sólo diferenciados sino ajenos y desvinculados. Más todavía, que uno de ellos pueda ser más importante que el otro, cuando leer y vivir no son incompatibles. Me atrevo a decir que, por ejemplo, leer a Flaubert, a Rulfo, a Shakespeare, a Joyce, a Whitman, al propio Kafka o a Borges es una de las experiencias vitales más agitadoras e indelebles por las que pueda pasar un ser humano. Leer también es una forma de vivir, un complemento de la vida; no es necesario decidir entre vivir o leer, hay una tercera elección posible: vivir leyendo.
Y la lectura como parte de vivir, como experiencia, no sólo puede ser una forma de felicidad o de perturbación interior; es, de hecho, una forma de acercarnos a experimentar, sentir o conocer aquello que no nos alcanzaría sólo con nuestra propia vida para hacerlo.
Personalmente creo que la literatura (como la escritura, la filosofía o la ciencia) es una de las mayores hazañas humanas. Un logro que además, considero, está muy lejos de ser un fin en sí mismo. Y si no es así entonces ¿qué utilidad tiene leer, específicamente, literatura? En su introducción a El canon occidental, Harold Bloom ha escrito algo que creo puede ser una respuesta: “La verdadera utilidad de Shakespeare o de Cervantes, de Homero o de Dante, de Chauser o de Rebelais, consiste en contribuir al crecimiento del yo interior. Leer a fondo el canon no nos hará mejores o peores personas, ciudadanos más útiles o dañinos. El diálogo de la mente consigo misma no es primordialmente una realidad social. Lo único que el canon occidental puede provocar es que utilicemos adecuadamente nuestra soledad, esa soledad que, en su forma última, no es sino la confrontación con nuestra propia mortalidad”.
Si en la soledad, como creen algunas religiones, es como se encuentra el sentido de la vida, de nosotros mismos, quizá de ahí que valga la pena seguir leyendo, a pesar de todo. Sí, tal vez de eso se trate. n
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