Si recibieras un volante invitándote a “la hora verde” ¿qué pensarías? Algunos supondrían que fueron convocados a algún tipo de mitin para manifestarse contra el calentamiento global, otros que han sido invitados al 2 por 1 de la barra de ensaladas “todo lo que quepa en tu bowl”. Los menos imaginarán que los extraterrestres al fin se han manifestado y salen por las calles libres de sus camuflajes. Pero nada de lo anterior es cierto.
Si fuéramos ciudadanos de París, en el siglo XIX, sabríamos que “la hora verde” es el momento de asistir a los cafés, sentarse en una mesita y pedir nuestra dosis de absenta. Absenta o ajenjo, como quieran llamarle. Prefiero la palabra absenta porque se asemeja al francés absinthe. Pero para no errarle, lo mejor sería pedir una dosis de “el hada verde”, sí, en “la hora verde”.
La absenta es una bebida alcohólica que se elabora con hierbas aromáticas diversas. Aunque las recetas varían según el país o la región, la base es: ajenjo (Artemisia absinthium), anís verde, ajenjo menor (Artemisia pontica), hinojo e hisopo. Para describir esta combinación, traduzco la descripción detallada que se encuentra en el Musée virtuel de l’absinthe, de Oxygénée:
“Cada hierba aporta su nota sutil a la mezcla: el ajenjo ofrece notas (fragantes) de madera, amargas; el ajenjo pequeño es fragante pero menos amargo (pero muy útil en la etapa de coloración); el anís aporta su aroma característico y su rico sabor en la boca (reforzado por el hinojo dulce); las flores de hisopo brindan al todo un color clásico de hoja muerta.”
La absenta es verde debido a un proceso de coloración, en el que suele emplearse clorofila. Pero también existen las absentas claras, mejor conocidas como la bleue (la azul) y la blanche (la blanca). Como dije la semana pasada sobre el pastis, la absenta también se precipita al añadirle agua fría. Esta apariencia lechosa se conoce como louche. A diferencia del pastis, a la absenta se le añade azúcar. El ritual es parte de lo que la hace mágica. En su momento, se elaboraron cucharitas perforadas, como coladeras, sobre las que se ponía un terrón de azúcar, y sobre éste se vertía el agua. El azúcar es necesaria porque la bebida, per se, es amarga. Lo que en el café es un atentado, en la absenta es un requisito.
En su mejor momento, se confeccionaron objetos primorosos para tomar este licor: gran variedad de vasos, licoreras y cucharas perforadas. Hasta que el licor fue prohibido en 1915, por su toxicidad. Bueno, el consumo en exceso es siempre malo, pero la absenta contiene un aceite esencial tóxico, la tuyona, que afecta el sistema nervioso.
Creo que sería interesante hacer una lista de lo que un día fue bueno, o simplemente inocuo, y terminó siendo malo o más, como el rabo del mismísimo Satanás. En verdad, muchas cosas nos han dado, digamos, la sorpresa. Sin embargo, otras fueron sacadas del mercado por intereses ajenos a la salud. No sobra recordar que, a veces, los intereses no son sólo económicos sino morales, o bien unos disfrazados de otros. La verdad, siempre algo nos está matando; la vida misma es un asesino lento. La absenta ahora es legal en muchos países, con el control de porcentaje de tuyona.
No hace falta la absenta para matarnos, tenemos toda una colección de bebidas alcohólicas en el mercado; además de los alcoholes adulterados del mercado negro. Al alcohol debemos sumar las drogas, incluidas la nicotina a la que yo soy adicta. Puedo entender la adicción de muchos a “la hora verde”, su relación de amor y odio con el hada. También puedo entender por qué es difícil, casi imposible, deshacerse de una adicción. Cualquier adicto lo entenderá. Los otros, los “sanos”, sólo señalarán nuestra falta de voluntad, convicción, sensatez y demás bla bla bla. Sí, somos débiles, estamos rotos, mal formateados. En la repartición de demonios internos nos tocó un pilón.
La absenta tiene toda una connotación romántica. A veces creo que mucho de ella se debe a que fue prohibida. Lo que resulta de una prohibición es imparable: ¿recuerdan la de los Estados Unidos?; hoy en día seguimos disfrutando y alabando la figura del gángster, el sabor del whiskey y demás. La absenta no es la excepción, y cuánto mejor si está rodeada de nombres de grandes pintores del impresionismo, de escritores incunables y de objetos hermosos de la belle époque. Todo esto me gusta, lo disfruto, en verdad. Pero no puedo dejar de aclarar que lo que yo llamo la poética bukowskiana es una falsa visión; sólo es un chamuco más en la adicción. Los artistas o los creadores no lo fueron gracias a la absenta, o en su defecto al opio o a cualquier droga o alcohol. Temo informarles que no encontrarán la siguiente gran obra en el fondo de una botella, por muy verde que sea. No, sólo es una adicción, tan terrible como pueden ser. Y sí, en la obra de muchos creadores adictos se refleja parte de esto, no todo, porque gran parte es ficción o la percepción de muchos más elementos. Debe quedar claro que no todos los creadores son adictos y no todos los adictos son creadores.
En fin, “la hora verde” tiene tantos minutos como una hora sin color; por ello se nos ha acabado el tiempo-espacio. Creo que seguiremos hablando sobre hadas verdes en la siguiente minuta.