En 1992, durante la campaña para la presidencia de los EUA, James Carville, estratega electoral de Bill Clinton, sintetizó en la frase “La economía, estúpido” (the economy, stupid) el hecho de que la campaña debía enfocarse sobre cuestiones relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas. Con la campaña enfocada en ese mensaje, Clinton se convirtió en presidente de los Estados Unidos. Luego la frase se popularizó como “es la economía, estúpido” y la estructura de la misma ha sido utilizada para destacar los más diversos aspectos que se consideran esenciales.
Hoy la economía rige y resulta evidente que es lo que gobierna al mundo. Los políticos se ciñen a lo que manda la lógica de la mayor ganancia posible. Son las demandas de la maximización de la ganancia monetaria las que reinan; las prioridades políticas están al servicio de las estructuras económicas mientras las demandas sociales están sujetas a la disponibilidad de recursos.
La economía determina nuestros modos de vida, nuestra alimentación, nuestro ocio… crea nuestros deseos y forja nuestra cultura, de modo cada vez más homogéneo de una punta a otra del planeta. Se ha globalizado para optimizar los costos y producir mayores ganancias a quienes detentan el capital financiero, globalizando al mismo tiempo el comportamiento y las aspiraciones de los humanos.
En México, el capitalismo depredador o la tercera fase monopólica del sistema capitalista amenaza con evaporar los fondos existentes para el retiro del Instituto Mexicano de Seguridad Social (IMSS). En cualquier momento la voracidad de lo que algunos llaman neoliberalismo motivará una iniciativa de ley para absorber los 289 mil 245 millones de pesos que algunos ya denominan “capacidad ociosa” en las administradoras de fondos para el retiro.
Este atraco se sumará a todo lo que ya se ha quitado prácticamente del bolsillo de las personas vía transferencia de recursos públicos hacia las arcas de los amigos cercanos al poder con el eufemismo de privatización, en aras del progreso, del crecimiento económico, la productividad y la competitividad. ¿Y las personas?
Hoy la moda mundial es la sustentabilidad. En el texto de la “Agenda 2030” se menciona ese término prácticamente dos veces en cada página. Una economía sustentable es necesariamente solidaria con las personas y con el planeta. Pero eso no es posible conforme a la lógica de la economía hasta hoy prevaleciente.
En su último escrito antes de dejar este mundo en marzo de 2006: La Economía del Tercer Milenio será espiritual o no será nada, Philippe Amouroux, cofundador de la Alianza por una Economía Plural, Responsable y Solidaria- Socioeco (http://aloe.socioeco.org/), afirma que la economía debe responder a “las necesidades de cada uno, cualquiera sea su grado evolutivo y su función social, no despilfarra el dinero que es la concretización de la energía en el cuerpo social, la sangre el cuerpo social”. Que la economía habrá de ser “Economía de la Libertad de cada uno en la elección de aquello que quiere consumir, producir e intercambiar, guardando el respeto de todos y de la humanidad en su conjunto. Ello implica obligadamente la responsabilidad de cada uno, en su nivel y en su contexto de vida, del impacto de actos sobre la vida de otros y sobre la vida en el planeta.”
Amouroux, al decir que la economía ha de ser espiritual cuando aun la mayor parte del mundo considera que es la misma representación de la materialidad, asume la responsabilidad del filósofo que marca un nuevo paradigma, aunque éste parezca imposible. Pero al cabo de casi diez años de su partida, nada parece más lógico. Y si bien algunos son reacios a decir que la economía debería ser espiritual, a cada vez más le resulta lógico que la norma que rige el manejo de la casa común -Economía viene del griego oikos (casa) y nomos (leyes y reglas)-, el eje, centro y propósito de ésta debe ser la persona.
El compromiso que asumí hace un mes con los lectores de esta columna fue el de privilegiar la difusión de propuestas para la construcción de un nuevo paradigma económico cuando ya es cada día más evidente que el actual modelo no funciona. Algunos aún no lo ven, pero las señales que se vislumbran son presagio de tormenta. Desde que el Fondo Monetario Internacional (FMI) considera prudente comenzar a considerar viable el uso de criptomonedas (monedas no bancarias respaldadas por mecanismos informáticos de seguridad), que el Vaticano asume posturas cada vez más críticas al sistema y comienza a cambiar sus posiciones bancario-financieras, que la economía norteamericana no termina de recuperarse y que la prioridad de la guerra en varios frentes demanda cada vez más deuda, es signo de que la ganancia monetaria como prioridad ya no garantiza la prevalencia de nuestra actual cultura. Es preciso dar prioridad a la persona.
La economía ha de ser solidaria incorporando a la gestión de la actividad económica los valores universales de equidad, justicia, fraternidad económica, solidaridad social y democracia directa. Pero estos valores, que están presentes explícitamente en los diferentes pactos y cartas de derechos humanos, no inciden en modelos ni estructuras, sino en la persona. Es la persona la que ha de desarrollarse libre, sana, plena, próspera, para que se cambie el entorno. No al revés. No son viables las ideologías que pretenden incidir en el materialismo colectivo, en la inasible y siempre cambiante sociedad, si no se atiende primero y ante todo el desarrollo individual. Es la persona con sed de infinito, la persona espiritual la que construye una economía congruente con esta cualidad.
No puede haber progreso material, desarrollo económico ni bienestar social, si antes no se atiende al ser humano en sus requerimientos fundamentales de existencia. Ninguna oferta política es realista si no se orienta a rescatar los derechos fundamentales de la persona.
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