Estas elecciones en puerta mancharán de camisas rojas y azules la geografía provinciana de nuestra patria chica, Aguascalientes. Me refiero a los colores predominantes, porque el resto de los partidos políticos contendientes se verán como matices que grafitean el fondo del cuadro político que estamos a punto de pintar, ya sea por alianzas confesas o inconfesas o bien por la socarrona tendencia a figurar en el mapa electoral, so pena de no compartir los jugosos emolumentos que les brinda su autoridad el INE y el consejo local.
La reciente elección extraordinaria local, para reponer la cancelación de su precedente intermedia a nivel federal, ambas nos dejaron lecciones difíciles de olvidar y, mejor dicho, de obligatorio aprendizaje. Asignatura pendiente de examinar, ya que involucra de nueva cuenta la inversión de decenas de millones de pesos del erario público en gastos de propaganda masiva. Recordemos la anodina contienda “del aire” de millones de spots que invadieron la capa de ozono de la tierra o hasta donde lleguen las onda hertzianas, y que valieron lo que valen los fallidos cohetes de cohetero.
Su memoria está bien viva en nuestras mentes. Una campaña cifrada en tantas menciones y mentadas de unos contra otros que hizo que la sorpresa explosiva del cohete se pareciera más a los toritos silbantes de a pie y a rastras, que serpentean y te hacen dar brincos francamente irrisorios. Los jugadores sometidos a tal posición literalmente se cansaron de parlotear y saltar como esquites en comal caliente, sin lograr posicionar para nada sus argumentos convincentes ante el gran público elector.
Ese primer encontronazo de bombardeo electoral se pareció más a una batalla naval, de buques a vela, cuyos mástiles principales fueran ferozmente atacados con la primera andanada, simultánea y de todos contra todos, de manera que el primer saldo obtenido fuera la anulación de la fuerza propulsora principal de todos los barcos contendientes. Escenario que deja a todos a la deriva, con mucho parque todavía por disparar, pero sin posibilidad de maniobra, más que flotar sin control ni estrategia, dejando a sus tripulaciones paradas a la borda y mandando insultantes improperios a los de banderas contrarias, al ritmo del vaivén de las olas y de la fuerza del temporal. Queda al azar quién choca contra quién y que casco resiste más para permanecer en su línea de flotación. En tal estado de cosas, se vería más agresivo el curso de las trajineras de Xochimilco en un plácido domingo de fritangas, cheves y mariachis. (Así lo dije: Lja. Sábado 2 de mayo, 2015. ¡Alto! Un pedimento singular.)
Con el objeto de lanzar un haz de luz sobre este enigmático sino de las campañas de lodo, de todos contra todos, y de embarrar a los contendientes principales con el feo y pestilente cieno de actos ilícitos vergonzosamente tipificados, compraventas indecorosas, enriquecimiento inexplicable, favores inconfesos a segmentos pudientes y de celebridad mediática de la socialité urbana y local; he recurrido a ensayar una lectura asaz heterodoxa, según los estándares actuales que miden las contiendas electorales casi exclusivamente con base en encuestas, productos estadísticos de reputada fama, que sin duda son instrumentos válidos y plausibles para medir el cambiante bulto de lo social; aceptables digo, en la medida que guarden y se atengan a las normas proyectivas de la inferencia estadística, y en no contadas ocasiones no cometan errores estrictamente matemáticos.
Ensayo, entonces, de hacer una relectura de estos fenómenos sociales desde el horizonte de la cultura popular, o mejor dicho, de una visión particular de la cultura popular. Esta es una que responde a la tesis de base según la cual “la religiosidad popular es la cultura popular”. Así la define mi maestro Gilberto Giménez, inserto en el análisis francés contemporáneo de la cultura popular. En otro lugar, yo la defino así: -la religión es por definición el reino de los símbolos, es cultura, es representación simbólica, es el espacio del Misterio, en tanto que potencia tremenda y fascinante a la vez, el mundo de lo maravilloso y literalmente de la magia: los símbolos vivientes, que son eficaces por su propia naturaleza. La fuerza y calidad religiosa derivan precisamente del poder del símbolo que ostenta. “El cordero de Dios” simboliza la máxima víctima sacrificial que es propiciatoria ante la divinidad; basta invocarlo para saberse cobijado y protegido con la más pura e inocente mediación ante el irresistible poder divino. El juez tan implacable como justo se hace apacible y misericordioso ante la mediación suprema de su Hijo, el “Cordero de Dios”, a favor de un pecador arrepentido.
En gran resumen, la religión es la esfera del poder de los símbolos mientras que la política es el símbolo del poder. Y no se confunden la una con la otra. De manera que el patrimonio político de una sociedad consiste en la forma con que se constituye el poder supremo de su estado, que se manifiesta simbólicamente en el modo de gobierno, y se modula mediante el estilo personal de gobernar; en cambio, el patrimonio religioso de esa misma sociedad está integrado por las mediaciones simbólicas, normalmente tradicionales, fundadas en creencias, valores y actitudes morales que representan el éthos de un pueblo o nación y lo traducen en su más genuino folklore. Al punto que se ha hecho ya un punto paradigmático del análisis cultural: la cultura popular es la religiosidad popular. (Así lo dije: Lja. Sábado 25 de mayo, 2013. La perversión del poder.)
Pues bien, éste es mi punto de partida. Y la proyección del camino hacia adelante, lo podemos ilustrar con una rica síntesis, como sigue: “El pragmatismo político se vuelve mágico mientras el actuar institucional de la Iglesia permanece secular y acechante” (Bernardo Barranco V, La Jornada 22/04/2013. Opinión, p.23). Sin duda un marco metodológico simple, pero no por ello menos eficaz. Recuerdo la sabia apostilla de un maestro de secundaria que después de haber explicado algo, decía: “lo dejamos así, o lo complicamos más?”.
Para elegir el escenario donde habrá de trabarse el singular combate electoral sobreviniente, recordemos que se pinta así: -Aguascalientes. Comprende un territorio de los diez municipios –impropiamente llamados rurales, dejémoslo en extracápite– y el macrocefálico municipio capital del estado. En total, suma un millón 312 mil 544 habitantes (Fuente: Encuesta Intercensal 2015, Instituto Nacional de Estadística y Geografía, INEGI). El municipio capital continúa concentrando la mayor parte de las personas, con 66.8% (casi 877 mil); muy distante le siguen los municipios de Jesús María (9.2%), Calvillo (4.3%) y Rincón de Romos (4.1%).
El municipio capital crece aceleradamente debido a su conformación como metrópoli, junto con los municipios de Jesús María y San Francisco de Los Romo. Así opinaba el otrora secretario de Gestión Urbanística y Ordenamiento Territorial del estado, Óscar López Velarde Vega, el año de 2012, cuando declaró: “En estos días, la ciudad de Aguascalientes llega al millón de habitantes, cifra mágica no imaginada; pasa a ser una metrópoli con todos sus retos y desafíos, y también estará listo el Proyecto del Nuevo Código Urbano” (nota de Lja. Javier Rodríguez Lozano | 29/08/2012).
Mi hipótesis de trabajo se construye como sigue: -Contra la visión partidocrática de la contienda, si es verdad que la religiosidad popular es la cultura popular; y que no serán los divididos colores partidistas en competencia los que priven como campeones del electorado mantenido en suspenso, tendremos que los comicios de este año, para relevo institucional de gobierno, alcaldías y cuerpo legislativo, se jugará más por las adhesiones y lealtades populares a sus raíces, valores, creencias y emblemas de pertenencia, adoptando al candidato que mejor los represente. Será esta inclinación de la cultura popular la que defina el entuerto. Que por cierto se agrupa en bloques más mariológicos (azul y blanco) contra bloques más cristocéntricos (rojo y verde). Y si no, al tiempo. (Así lo dije: Lja. Sábado 12 de Diciembre, 2015. Lealtades desde Lo Local).
Enfoque heterodoxo, sin duda, pero no tan descabellado como pudiera parecer. En donde la lectura distintiva de la “población de municipios rurales” versus municipio hiperurbano, me parece inadecuada e incorrecta. Más bien habremos de plantear un macrocentro urbano dominante de diez poblaciones microurbanas subalternas. Este sería nuestro núcleo semiótico de análisis, para empezar. Quedan por establecer las hipótesis dependientes, en otra entrega. [email protected]