“Es mejor debatir las cosas, argumentar y entablar polémica que planear pérfidamente la mutua destrucción.”
Mijail Gorbachov.
El sentimiento que prevalece en la generalidad de los medios de comunicación masiva sobre la campaña presidencial es el de una contención autoimpuesta por los mismos partidos políticos y sus candidatos.
Los efectos de dicha autocontención son evaluados desde los parámetros de las encuestas realizadas a propósito, para captar la percepción o gusto del público por un determinado partido o candidato. Se nos informa que allí –en la arena política- “no pasa nada”; las tendencias que vienen señalándose desde las precampañas, no cambian sustancialmente; sí se han movido un poco los porcentajes relativos a cada candidato, pero el bloque “presidencial” prácticamente no se mueve, sobre todo en el sentido de revertir la preferencia electoral por el puntero de la contienda. En tanto que el segundo y tercer lugar están ya en un práctico empate, pero la diferencia hacia arriba con el puntero, no logra franquear el abismo de más de 20 puntos porcentuales.
Y estando escasamente a mes y medio de distancia de la Jornada Electoral, para decirlo figurativamente en términos taurinos, el toro está amorcillado. Ni embiste, ni cae, sólo dilata su entrega. El debate público entre candidatos presidenciales programado para este domingo 6 de mayo, se prefigura como uno demasiado rígido, formalista al cansancio, autocontenido.
Estando así las cosas, pone en evidencia el contexto político dominante en México, caracterizado por avanzar centímetros seguros y no arriesgar zancadas inciertas; es avanzar como en un baile de salón, mesurados pasitos en un cuadro, avance-retroceso-giro, y vuelta a repetir. Lo que hace una serie de evoluciones muy monas, pero muy poco efectivas como desplazamiento para cubrir distancias. Y, bueno, ¡al toro! Lo que está en juego es el relevo del mandatario federal de Gobierno, y con él todo el aparato ministerial del Estado mexicano.
Es verdad que, afortunadamente, la sociedad como un todo ha avanzado en la auto-conservación del orden establecido y del sistema de relaciones de producción, circulación y consumo; lo que implica que el aparato burocrático por eficiente o ineficiente que sea no podría tan impunemente desestabilizarlo, sin tener francas consecuencias en sus niveles de legitimidad. De hecho, este último sexenio ha sido el de una larga y tenaz lucha por la legitimidad gubernamental. Los resultados electorales están por decirnos la última palabra.
Y es aquí precisamente el punto, el centro axiológico de la discusión. ¿De cuánta legitimidad estamos las mexicanas y los mexicanos dispuestos a investir al nuevo mandatario electo?
Una pregunta nada menor y nada trivial. Vale la pena voltear al pasado reciente, no de nuestros límites parroquiales sino de la humanidad, y constatar que, en los grandes cambios ocurridos desde el derrumbe del bloque soviético, estuvieron presentes factores muy difíciles de controlar e incluso de predecir. El artífice central de ese cambio inédito en la férrea estructura de la URSS, Mijail Gorbachov, lo reconoce así después de haber desencadenado las poderosas fuerzas de la glasnot (transparencia o apertura “de ventanas”) en el sistema político y de la Perestroika (reestructuración) de la estancada economía soviética.
Los factores de la glasnot condujeron a desmontar el sistema dictatorial de todos los países del bloque soviético, pero –de manera sorpresiva- revitalizaron el nacionalismo de timbre más etnocéntrico predecible, de manera que su salida de la dictadura unionista a la liberación nacional pasó por un cuento proceso de aniquilación de los diferentes grupos étnicos. Lo que modificó radicalmente el mapamundi geopolítico de los países agregados.
“La negativa de Gorbachov a intervenir para apuntalar las dictaduras fue clave para que se produjeran las revoluciones de 1989 que supusieron el derrumbe del comunismo en la región. Rompiendo con la Doctrina Brézhnev, Gorbachov no hizo nada para apuntalar la descomposición del régimen de la RDA, acelerado tras la caída del Muro de Berlín, el 9 de noviembre de 1989. – El derrumbe de las dictaduras comunistas llevó a la disolución del COMECON en junio de 1991 y del Pacto de Varsovia el 1 de julio de ese mismo año. Este acontecimiento se había visto compensado con la firma el 19 de noviembre de 1990 en París del Tratado para la reducción de fuerzas convencionales en Europa, que estableció la paridad militar entre las fuerzas de la OTAN y de los del Pacto de Varsovia. No obstante, donde más importancia tuvo la nueva actitud del Kremlin con Gorbachov fue en las democracias populares del centro y este de Europa”. http://www.historiasiglo20.org/BIO/gorbachov.htm
Sus efectos también repercutieron en nuestro continente: “No consiguió convencer a Fidel Castro de las bondades de la perestroika e inicia la retirada de la ayuda económica y de la presencia militar soviética en la isla. También contribuyó al fin de las guerras civiles en Nicaragua, lo que llevó a la derrota en las urnas de los Sandinistas en 1990, y en El Salvador. Por último, en Oriente Medio, apoyó, aunque con dudas, la posición occidental tras la invasión de Kuwait por Irak y conjuntamente con Bush convocó conjuntamente una conferencia sobre la paz en Oriente Medio en Madrid”. Todas ellas acciones pulcramente diseñadas y con un profundo sentido humanista, pero ese factor X le costó su dimisión como jefe de Estado el 25 de diciembre de 1991.
En México, nuestra glasnot ha sido light, dígase de las recientes reformas políticas legisladas; aparentemente “la dictadura perfecta” ha sido desmontada, la que es cantada por el régimen político de dos sexenios panistas consecutivos; y que ahora azuzan a la opinión pública con el grito atemorizante de su retorno. El viraje previsible, hasta el momento, hacia la denostada marca priísta, no se sustenta necesariamente en una regresión histórica, pero sí está alentando al manido y falsificador recurso de la descalificación personal, que está asiéndose, no sin desesperación, al clavo ardiente de la pérfida mutua destrucción del adversario político. Esto por el lado del régimen político a suceder.
Por nuestra perestroika –el lado más flaco de Gorbachov-, se ha cantado también pero como una ganadora; aunque la evidencia del incremento de más millones de pobres que ya se sitúan en la mitad de la población mexicana parece no contravenir el logro de los excelentes números de la macroeconomía, que no es otra que la Economía Política dominante, como leal subsidiaria de la economía globalizada de los países centrales y, por ello, dirigentes del Capital. En esto no se avizora un factor X de cambio socioeconómico, excepto la instrumentación de una Política Social no asistencialista y sí desarrollista que implique la reducción efectiva de la pobreza inexplicable que nos agobia. Por tanto, la tentación de planear pérfidamente la muta destrucción, debe ser erradicada de tajo, so pena de generar un factor X de impredecibles resultados.