Cuando de bienes y valores se trata, no cabe duda que los relativos a la vida misma y a su normal y pleno funcionamiento son los primordiales. Estar vivos y en plenitud de funcionamiento es el desiderátum humano más fundamental que pueda existir. Con ambos bienes y valores tenemos todo, sin ello estamos en absoluta indigencia. Por ello, en estos días en que echamos por la ventana nuestro fondo ceremonial social anualizado, nos deseamos salud, bienestar, gozo de la vida, plenitud, abundancia, de los que artificiosamente hacemos una sumatoria generalizada con las palabras: felicidad y paz.
Las cenas y comidas pantagruélicas con que festejamos estos felices acontecimientos de Navidad y Año Nuevo hacen que nos remontemos a nuestro arcaico imaginario, en donde la superabundancia -con todo y pleonasmo-, el autoabasto alimentario y la dicha de compartirlos solidaria y gratuitamente hacen verdad, así sea instantánea y pasajera, el imaginario colectivo de gozar de bienestar integral, sentimientos de paz y amor que se traducen en la percepción de seguridad, esperanza y garantía de futuro.
La esperanza es la convencida fuerza emocional que apunta al optimismo de poder pervivir en tiempo futuro y ello a pesar de los signos contrarios que privan en nuestro entorno social, político, económico y cultural. Se ha dicho que “la esperanza muere al último” y en fuerza de ello su contrario, la desesperanza se opone como negación o privación de salida/éxito al futuro. En gran resumen, optar por una o por otra, hacen la diferencia de alternativa entre optar por la vida o decidirse por la muerte. El triste sino del suicida concretiza dramática y existencialmente esta decisión. Respecto de la cual esa corriente filosófica del existencialismo ateo hace su causa final, asumida fatalmente como determinante radical de la existencia personal.
Este drama existencial queda brillante y perfectamente delineado cuando se aborda el final de nuestro existir terrestre. Cito al autor Héctor Aguilar Camín, en su ensayo Morir con dignidad (Publicado en la revista Nexos, en su edición del mes de junio, 2015). Refiere: “He acompañado cuatro muertes que la sabiduría médica hubiera podido acortar y aliviar.(…) Tercera: Por aquellos mismos días mi sobrino Eduardo, de dos años, bebía un atole de arroz al tiempo que roía un bolillo. Mal tragó de ambas cosas y empezó a ahogarse. Cuando sus padres lo pusieron en manos de la joven doctora del Hospital de México que iba a atenderlo, Eduardo llevaba varios minutos sin respirar. La joven doctora lo rescató de su asfixia y devolvió a sus padres el cuerpo vivo del niño pero en condición vegetal. El niño vivió siete meses más en esa condición, en un cuarto de su casa, junto al de su padres y al de su hermano, bajo los cuidados de dos enfermeras. Por las noches a veces emitía algo parecido a un chirrido metálico, una queja mineral. Los doctores explicaban que era un ruido reflejo producto de descargas maquinales del bulbo raquídeo. No un grito de dolor, sólo un chasquido de la vida vegetativa para vivir la cual habían impedido su muerte”.
Y pasa a construir su argumento central: “En las cuatro historias que acabo de contar hay varias constantes. La primera es que los pacientes están en trance inevitable de muerte. La segunda es que los médicos no lo dicen con la claridad con que lo ven: mienten o callan, piadosamente, para confortar a los parientes, para no ser ellos los odiosos mensajeros de la muerte. La tercera es que todos estos moribundos podrían haber tenido una muerte mejor si el médico y los parientes hubieran aceptado la realidad y hubieran dejado que su muerto en vida se muriera de su propia muerte, sin prolongar esa falsa forma de la vida que se ha vuelto la especialidad, y el negocio, de los hospitales modernos: no dejar que la gente se muera cuando es obvio que prolongar su agonía es una forma involuntaria de la crueldad. También es una muestra de poca seriedad moral y profesional ante la muerte”.
Su síntesis crítica es implacable: “Los cuatro rasgos comunes a estas muertes diferidas artificialmente son: primero la mentira médica, luego el empecinamiento curativo, luego la captura hospitalaria del paciente, por último la condena a una mala agonía”. Y después de abundar acerca de la causa de muerte del doctor Sigmund Freud, debido a la evidencia de una forma de cáncer maligno llamado epitelioma. Retoma la narrativa según la cual su médico de cabecera el Dr. Schur, cuando ya su proceso cancerígeno era irreversible, a petición expresa de Freud, lo intervino de la siguiente manera: “Cuando estuvo nuevamente en agonía por el dolor, le inyecté dos centigramos de morfina de una jeringa (entre 15 y 25 miligramos). Sintió un pronto alivio y cayó en un tranquilo sueño. La expresión de dolor y sufrimiento se había ido. Repetí la dosis doce horas después. Freud tenía tan pocas reservas físicas que entró en coma y no despertó más”. Murió tranquilamente a las tres de la mañana del día 23 de septiembre de 1939, a los 83” (Fuente: Lewis Cohen quien escribió para The Atlantic: How Sigmund Freud Wanted to Die); y que nuestro autor refiere a “las páginas finales de la magnífica biografía de Peter Gay”. Dicho procedimiento, hoy, es conocido por la Bioética como “Sedación Paliativa” (DOF: 26/12/2014. ACUERDO por el que el Consejo de Salubridad General declara la Obligatoriedad de los Esquemas de Manejo Integral de Cuidados Paliativos, así como los procesos señalados en la Guía del Manejo Integral de Cuidados Paliativos. Capítulo 2 Modelos de Atención. 5.0 Sedación al final de la vida. Definición. Tratamiento. Recomendaciones en Sedación Terminal. ).
Testimonio del cual, el mismo Aguilar Camín deduce cuatro aspectos: -“Veo también cuatro aspectos, cuatro dimensiones morales y prácticas. Primero, hay conocimiento. Segundo, hay autonomía. Tercero, hay libertad. Cuarto, hay liberación. – Sobre las que abunda: – “El conocimiento viene de saber las dimensiones exactas de la enfermedad fatal que se enfrenta. La autonomía nace de la facultad soberana del enfermo para decidir sobre el tiempo de su muerte inevitable. La libertad surge del acuerdo entre médico y paciente que le permite a éste elegir positivamente lo que sigue cuando nada puede hacerse ya desde la orilla de la vida sino ayudar al enfermo a cruzar con dignidad la orilla de la muerte. Finalmente, la liberación consiste en poder zafarse de la esclavitud de una agonía que sólo puede deparar dolor, miedo, vergüenza, indignidad. En estas condiciones, la muerte no es lo peor, es sólo, por fortuna, lo último”.
Rescaté esta larga cita del autor, porque nos ayuda a situar bien claro lo que se juega en un diagnóstico terminal de una enfermedad incurable. En estas páginas, referí el excepcional caso de Rodrigo Antonio García Perales. Quien muy temprano, en su etapa infantil recibió un ominoso diagnóstico: Distrofia muscular de Duchenne, que se define como un trastorno hereditario que implica debilidad muscular que empeora rápidamente. (Ver: Lja. Sábado 7 de noviembre, 2015. Non omnis moriar. No moriré del todo, como la esperanza de aferrarse a la trascendencia). Y en este contexto su excepcional sueño de ver exhibida su obra de Ilustración digital sobre el tema del juego Plantas contra Zombis; realizada gracias a la intervención del Centro de Artes Visuales, del ICA, que fue reprogramado del día 3 al 4 de noviembre. Celebramos con gusto que todo fue un éxito, y todo se cumplió. Y Rodrigo el autor pasó revista a su exposición reclinado en su silla de ruedas, captando vivazmente cada aplauso, cada comentario, cada felicitación. Al decirle yo: ¡Felicidades, campeón! Sus redondos, negros ojos emitieron un vibrante destello que se coloreó de mariposas amarillas y verde pradera -del montaje de la exposición-. Así sentimos la emoción del recién consagrado ilustrador digital, Rodrigo. Él ya trascendió, su corta vida, su atrofia muscular y circunstancia de su entorno, no limitaron su expresión vital, su pasión de trascendencia, su esperanza vital que sólo cesó, como punto terminal, este 18 de diciembre. Interróguese usted sobre la inutilidad o la incontenible evidencia del sentimiento de esperanza en la trascendencia personal.