Un cuento de Navidad: La Escalera de Raúl - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Cora Romero Vega

Para: La Jornada Aguascalientes

 

Cleotilde era una señora de sesenta y cinco años a la que no le gustaba la Navidad, para ella todo lo que representaba esa época era confusión, los malos querían ser buenos, los buenos querían ser más buenos, los pobres querían recibir, los ricos daban a manos llenas (pero sólo ese día y, también, sólo lo que les sobraba) los jóvenes se reconciliaban con los mayores y los mayores, pues esos sólo pensaban si sería su última Navidad; ah! y se me olvidaban los niños… los niños esos sólo quieren juguetes.

Cleotilde afirmaba para sí, es confusión, así es, todo mundo aparentaba algo que no sentía, sólo por una noche, por el ambiente, y luego pasa y todo vuelve a ser como era. La gente por lo general es egoísta, no se acuerda de los demás, si sufren, si se sienten solos, si…

En esos pensamientos estaba cuando llegó su nieto Raúl. Era un niño de ocho años, de  grandes ojos negros, de mirada profunda y de una sonrisa tan honesta que nunca era percibida por su abuela.

–¿Abuelita, abuelita, cómo estás? Mañana será Navidad, mañana vendrá de nuevo el niño Dios.

–Bien hijo, estoy bien… sí, mañana vendrá de nuevo.

Raúl se sentó por un largo rato a observar el nacimiento, acomodaba las piezas de tal forma que los personajes y animalitos parecían estar en la misma espera que Raúl.


La familia de Cleotilde era pequeña, su esposo había muerto hacía ya cinco años y sólo tenía a su hija Martha, Adrián su yerno y su nieto Raúl; también de vez en cuando la visitaba Alejandro su hijo menor, que trabajaba en otra ciudad en donde le habían ofrecido un buen trabajo después de acabar su licenciatura.

Ese día, la familia completa se reunió pasadas las diez de la noche. Hicieron una oración y se dispusieron a cenar.

Había pavo relleno, ensalada de col, papas en salsa de crema, bollos calientes, ponche lleno de ricas frutas de temporada y la típica sidra navideña.

Raúl observaba el gran reloj de la sala, ya casi eran las doce de la noche, hora de los abrazos, del brindis y de colocar al niño Dios en los brazos de María, como símbolo de que había nacido nuevamente en  los corazones de los cristianos.

–Mamá, mamá, ya casi es hora.

–Sí, Raúl, dile a tu abuelita que te dé el niño Dios para acostarlo.

La familia brindó, se dio un abrazo de Navidad, pero en los ojos de Cleotilde la tristeza parecía no dejarla ver la magia que se depositaba en su familia.

Cada miembro de la familia tomó un regalo del árbol para dárselo a la persona que les había tocado en el intercambio, sin embargo, sobraban regalos, por cierto, mal envueltos.

De pronto, una pertinente aclaración rompió con la duda de los presentes…

–Mamá, Adrián, Alejandro… Raúl nos tiene unos regalos (afirmó Martha con cierto orgullo)

Primero el de mi abuelita, ten abuelita, te quiero mucho. Le dio un fuerte abrazo y murmuró unas palabras “les hice también una cartita”.

Cleotilde, que parecía seguir navegando en sus pensamientos, no escuchó el mensaje.

Al abrirlos se encontraron con regalos extraños, pero de cierta manera divertidos:

Para Adrián había un corazón enorme de papel, lleno de fotos de su mamá con él, de la boda, de cuando eran novios, de ellos con Raúl cuando acaba de nacer… su papá sonrió y se dio cuenta por primera vez de lo hermosa que era su familia, que debería estar muy agradecido con la vida, con Dios.

Para Martha había una cajita de música que le habían regalado cuando apenas tenía 14 años, la abuela se la dio a Raúl, como un recuerdo de su madre que ella había olvidado, quizá por no considerarla importante. En el joyero de la cajita estaba un papel doblado, como un mensaje secreto: “Mamá, te devuelvo tu cajita, la música que sale de ella es como tú, bonita, muy bonita, te quiero tanto, mamá”

Martha se retiró las lágrimas disimuladamente, ese regalo le traía miles de recuerdos, su niñez, su adolescencia, era ahí donde había guardado los recados más bellos de su juventud y ahora su hijo le daba un hermoso mensaje.

Para Alejandro había sólo una foto, una imagen de los cinco miembros de esa familia, él cargando a su sobrino. Sólo una foto pero lo había hecho sentir especial y, sobre todo, ese “gracias, tío, te quiero mucho” que venía escrito con una letras grandes que parecían más bien garabatos. En ese momento comprendió que era parte de un equipo.

Cuando Cleotilde abrió el regalo, a primera vista pensó que eran cosas de niños: Una escalera de papel, que parecía haber sido recortada y elaborada por su propio nieto, los presentes se intrigaron al no encontrarle forma. Cleotilde, un tanto atolondrada, saco la hoja de papel escrita por su nieto e inconscientemente la leyó en voz alta: Niño Dios, te puse mi carta en el regalo de mi abuelita, porque sé que ella diario se comunica con mi abuelito y también sé que mi abuelito está cerquita de ti.

Quiero pedirte por favor, como regalo de Navidad, que mi abuelito nos visite, no importa que estemos dormidos, yo sabré que estuvo ahí, quiero que se quede más rato con mi abuelita, a ella le hace mucha falta, siempre está triste y ya no juega conmigo a la pelota, y casi no quiere salir con mi mamá y conmigo al parque. Deja que mi abuelito nos visite, tan solo hoy, para que ella vuelva a sonreír. Pero dile a mi abuelito que no se la vaya a llevar con él, que la necesitamos mucho todos.

Les dejé una escalera hecha de papel para que tú la conviertas en una real y así bajen más rápido desde el cielo. La escalera es tu regalo, niño Dios, para cuando bajes con todos los niños que te queremos y creemos en ti y también para todos aquellos que no te conocen y no saben lo bueno que eres. ¡Feliz cumpleaños y gracias por todo!

Cleotilde abrazó con fuerza a su nieto y viéndolo a sus grandes ojos le dijo: ¡Ay, mi niño! que equivocada estaba yo, pensé que los niños sólo pedían juguetes, pero no es así, ustedes los niños piden felicidad para nosotros los adultos, ustedes entienden el verdadero significado de la Navidad: Dar y recibir amor.

Esa noche fue una de las mejores navidades para todos, se sentía en el ambiente, había magia, había amor.

Cleotilde días después se sentía tan feliz, tan plena, amaba la vida y recordaba el sueño que había tenido un día después de la Navidad, su viejito adorado la tomaba entre sus manos y le decía: Te quiero tanto, esposa mía, pero tú todavía no puedes partir, tienes muchas cosas que hacer aquí, con nuestra familia que te ama. Cuando sientas que las cosas se complican,  háblame y bajaré por la escalera de Raúl, Dios me ha dado permiso para ayudarte, no me podrás ver,  pero sabrás que estaré ahí. ¡Feliz Navidad!

 


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