Hace poco vi en Facebook un pequeño vídeo donde se planteaba la próxima incursión de un estilo de hacer cine que implicará llevar la interacción al extremo: a través de una aplicación en que el usuario ingresará cierta información sobre su personalidad, un software combinará posibilidades y contará una historia personalizada al gusto del espectador. Las variables cromáticas, el orden de la historia e incluso las posibilidades tangenciales en el desarrollo de ésta, se configurarán de manera específica para cada uno.
Aquello me pareció francamente estúpido y escandaloso. Una de las cosa maravillosas del cine en particular y del arte en general es justamente lo contrario: la posibilidad de conocer un mundo más allá de mis gustos, de que la historia devenga en soluciones y alternativas que yo jamás habría planteado, que el fotógrafo me enseñe encuadres y colorimetrías que mi pobre juicio no me permitiría configurar, que los protagonistas hagan todo lo que yo no haría, porque, de la catarsis al aprendizaje, de la experiencia estética al mensaje o moral (o inmoral), lo que realmente me conmueve del cine es ver el mundo a través de unos ojos diferentes. O, como me dijo mi amigo Edilberto Aldán: “¿Para qué carajos quiero que me digan que mi acotada versión del mundo es lo bello?”.
Nuestra experiencia ordinaria, sin embargo, no es del todo distinta. Escuchamos música en Spotify y éste va configurando perfiles de gusto, de tal manera que la recomendación de música nueva será en función de lo que ya nos gusta: ¿le emociona a usted el metal danés? Ahí le va una banda noruega que suena parecido. Vemos cine en Netflix y su arquitectura hace la misma función, de hecho, la base de datos completa no está a nuestra vista, las películas “a la carta” se basan en lo que hemos visto antes.
Nos demos cuenta o no, lo demandemos o no, la experiencia de lo “personalizado” es el pan de cada día y, considero, hay ámbitos mucho menos inocuos de esta experiencia. ¿Cuántos amigos tiene usted en Facebook? ¿de cuántos lee publicaciones? El feedback del muro público se construye a partir de sus interacciones: ¿a quién le da like más seguido? ¿a quién comparte cosas? ¿qué posts son los que usted comenta? Podemos tener miles de contactos, pero finalmente el círculo de publicaciones, lecturas, ideas, mensajes, críticas es absolutamente limitado. Unos cuantos contactos terminan endureciendo nuestra forma de ver la vida, estructurando nuestra opinión.
Hay un lado aún más peligroso: los buscadores hacen lo mismo. Google, por supuesto, es el rey: qué tipo de lecturas hacemos, qué juegos descargamos, qué blogs visitamos, van alimentando un complejo algoritmo para filtrar nuestra información. Parece útil hasta que pensamos que, por ejemplo, un creyente (no sé de qué otra forma decirle) de la homeopatía tarde o temprano encontrará más y más publicaciones que fortalezcan su infundada creencia, proveyéndolo de la sensación de que, si tal y cual página defienden el inverosímil método, éste debe funcionar. Lo mismo para con la ideología: más información de derecha para los derechos, más de izquierda para los izquierdos.
En biología se llaman poblaciones estructuradas aquellas que tienen poco flujo génico, es decir que, por características ecológicas, un grupo de seres vivos tiene poca interacción con otras colonias de su propia especie. Estas poblaciones estar en constante peligro de extinción o, en el gran esquema, en una frágil situación de supervivencia. Es fácil ver por qué: si cambia el clima o cualquier factor que involucre, por ejemplo, comida, la población, con pocas variantes y poca adaptada a diferentes condiciones, terminará siendo duramente castigada. Pensemos en una especie que está perfectamente adaptada al frío y vive en algún polo. El calentamiento global derrite el hielo. La especie estará, sin duda, en peligro. Por otro lado, tomemos una especie distribuida en todos los continentes, adaptada a diferentes climas: si parece una parte de su población, los demás sobrevivientes, adaptados a otros entornos, seguirán resguardando celosamente sus genes. Por supuesto que esta explicación es sumamente torpe: la población misma con poco intercambio de genes se debilita porque tarde o temprano no habrá suficiente varianza para enfrentar problemas diversos.
En antropología se ha estudiado también este fenómeno: cuando una población humana se aísla (por la razón que sea) no sólo deja de avanzar respecto a soluciones tecnológicas y fortalecimiento de versatilidad para afrontar problemas, las poblaciones, de hecho, generan retroceso. Quienes frenan el intercambio comercial terminan menos preparados para la diversidad de problemas que pueden afectar al ser humano.
La estructuración de nuestro pensamiento, pondero, podría traer consecuencias trágicas. Cada vez nos atomizamos más. Escuchamos, leemos, miramos, gozamos lo que se parece a nosotros, pocas veces nos perdemos en el mar de la diversidad. Cada vez somos más nosotros mismos, cada vez queremos reafirmar más lo que somos. Cada vez nos empobrecemos más porque nos perdemos del otro. ¿Para qué carajos quiero que me digan que el mundo es lo que puedo ver con mi acotada visión?
/alexvazquezzuniga