¿Ha muerto el niño que yo fui? / Cinefilia con derecho - LJA Aguascalientes
24/11/2024

Hoy dijo la radio que han hallado muerto al niño que yo fui… Con la despedida de En familia con Chabelo, para  muchos de nosotros se va algo más que un programa de varios récords Guinness, de invención de palabras o de canciones que marcaron la niñez, parece que nos asfixia la madurez, a mis 36  años caigo en la cuenta que de que estoy a la mitad de mi vida pues dice el Inegi que la esperanza de vida de hombres es de 71 años, aunque pensando en mi ritmo de vida (mucho café, estrés, alcohol, comida grasosa, etc., etc.) tal vez esté un poquito o muchito más recortada. Mi hijo me despierta a las siete de la mañana, no respeta días festivos o fines de semana, sea como sea que haya sido el tiroteo la noche anterior, en esa medida las noches de parranda comienzan a ser más cortas, ni soñar con cerrar los bares o hacer tantos excesos.

Me busca usted me encuentra, ni modo de pegarle a un menor… Chabelo me recuerda al cine de oro mexicano, en esos sketches en los que comenzó en Chistelandia, 1958, además de aquellas breves apariciones donde interpretaba al niño brabucón, como la memorable secuencia donde Cantinflas se enfrenta al enorme chamaco al que le laceraron su bicicleta (El extra, 1962) o cuando Capulina maneja su taxi y se enfrasca en una pelea con él (Los reyes del volante, 1965). También recuerda al cine setentero, el séptimo arte nacional en su decaimiento, películas de bajo presupuesto como Chabelo y Pepito contra los monstruos (1973) o mi favorita de ellos, Chabelo y Pepito detectives (1973). Es de nuestros últimos actores del cine de oro mexicano, de hecho nace como los grandes de la época, Cantinflas, Piporro o Tin Tan, sus primeros papeles fueron en el teatro, sustituyendo a los actores que no llegaban, de ahí saltó efímeramente al cine donde nunca se consolidó sino hasta que su programa En familia con Chabelo, ya era un imperdible de los domingos.

La verdadera patria de un hombre es su niñez, dice el capitán Alatriste, y mientras caigo en cuenta que legalmente ya no soy joven, que los estatutos de mi partido consideran hasta los 35 años la edad para poder competir como si se fuera joven (artículo 47 de los estatutos “Asimismo, en cuanto a jóvenes que accedan a cargos de dirigencia partidista y de elección popular, el límite de edad será de hasta 35 años”), pienso en cuánto Chabelo nos hizo entender la niñez de otra forma, desde la edad adulta. Tampoco puedo ser tan farol o mentiroso, hace años que no veía su programa, y hoy no desentoné, no me desperté para verlo, sólo esperé a leer las críticas y reseñas sobre cómo se fue, cómo se le llora, de nuestro presidente Enrique Peña Nieto enviándole una carta y diciendo lo que tenía que decir: “reconozco su permanente entrega y profesionalismo, su compromiso con los valores familiares y su pasión por brindar alegría a los niños cada domingo. Con la seguridad de que Chabelo seguirá presente en la memoria y corazones de varias generaciones, en nombre propio y de mi familia lo felicito por su incansable trabajo y le deseo el mayor de los éxitos en sus siguientes proyectos”.

Adiós, Superman, bye, bye, bye, bye…el seco gracias de Chabelo a Emilio Azcárraga nos deja muy claro que la televisión se acerca a su fin, para mí el final físico de Chespirito no implicaba en sí un signo del adiós, porque él ya estaba retirado y en todo caso veíamos sólo repeticiones de sus programas. Sin embargo, Xavier López continuaba dándole vida a la forma en que entendimos la caja idiota, con su adiós, podernos decir, para gusto de chairos e izquierdosos, que por fin la forma en que entendimos las transmisiones de señal en los hogares durante muchas décadas, llega a su fin. Al menos, insisto, como la conocíamos. ¿Habrá algún crítico que pueda, como lo hizo con Chespirito, decir que Chabelo es culpable de la anorexia intelectual de este país? Lo dudo.

¿Y qué tenemos en la catafixia, señor Aguilera? Ese neologismo que en el contexto nos hace pensar en cómo no pod un artilugio para, contra viento y marea, subsistir ante el tiempo que, sabemos, nunca perdona.  

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