La semana pasada trataba de mostrar la importancia teórica y práctica que tiene distinguir a la ciencia de la pseudociencia. Los ámbitos de la salud, del peritaje, de las políticas ambientales y de la educación necesitan urgentemente criterios de demarcación. Pero poco dije acerca de lo que hace que la pseudociencia sea tal.
En primer lugar, al igual que el concepto de “ciencia”, el de “pseudociencia” tiene un componente evaluativo. Cuando una actividad es llamada “científica” reconocemos implícita o explícitamente que tiene un papel positivo en nuestros esfuerzos por obtener conocimiento. Asimismo, cualquier definición del concepto de “ciencia” requiere idealizar un poco, haciendo abstracción, por ejemplo, de su uso en ciertos contextos o momentos históricos. Lo mismo ocurre con uno de sus conceptos antagonistas.
En segundo lugar, el término castellano de ciencia -al igual que el de science en inglés- es usado para referirse normalmente a las ciencias naturales, excluyendo algunas veces a otras disciplinas cognitivas, como las ciencias sociales y las humanidades. El término alemán wissenschaft, por el contrario, incluye a estas otras disciplinas, así que éste nos permite delimitar de manera mucho más adecuada el tipo de conocimiento sistemático que está en juego en la demarcación entre ciencia y pseudociencia. Las representaciones pseudohistóricas que niegan el Holocausto nazi -como sugiere Hansson- son similares en su naturaleza a aquellas representaciones que nos brindan los homeópatas o cienciólogos sobre el mundo natural. Las ciencias naturales, sociales y las humanidades forman parte de un mismo esfuerzo humano: son investigaciones sistemáticas y críticas dirigidas a la mejor comprensión posible de la naturaleza, los seres humanos y la sociedad. Además -como señaló Steven Pinker en sus Tanner Lectures de 1999- estas disciplinas son cada vez más interdependientes: e.g., las ciencias cognitivas, las neurociencias, la genética del comportamiento y la piscología evolutiva están logrando cerrar cada vez más la brecha entre la naturaleza y la cultura.
Por último -y de manera casi trivial-, no todo lo que no es científico es pseudocientífico, así como la mala ciencia tampoco es pseudociencia. La religión -por ejemplo- no es pseudocientífica, pero tampoco cumple el cometido que busca la ciencia. Del mismo modo, la ciencia descuidada, la que falsifica y acomoda datos a conveniencia, tampoco es pseudocientífica (existe también un problema interno de demarcación entre la buena y la mala ciencia).
Ahora bien, ¿cuál es el objeto de demarcación? Algunos han sugerido que son los programas de investigación, otros que los son las teorías, las prácticas, los problemas científicos, las investigaciones particulares, las personas o las instituciones. Lo cierto es que si disponemos de uno o más criterios de demarcación entre la ciencia y la pseudociencia, éste o éstos podrían ser aplicados a cualquiera de estos objetos. El punto, entonces, es tratar de indagar si disponemos de uno o más criterios para poder hacer esa distinción que cada día se nos revela más urgente.
Al abordar este problema, en muchas ocasiones se ha sugerido que hay un único rasgo distintivo de la pseudociencia. Por ejemplo, Karl Popper concluyó que una teoría es pseudocientífica si no es falsable: si no nos proporciona las condiciones particulares en las cuales sería falsa. Lo cierto es que, aunque plausible, este criterio falla: gran parte de la física teórica actual no es falsable, y pocos serían tan extremos como para considerarla pseudocientífica (pace Mario Bunge). Por mi parte, más bien pienso -como otros- que disponemos de diversos criterios generales, y otros particulares a cada disciplina, para considerar algo como pseudocientífico. Entre los criterios generales -señalados por Langmuir, Kitcher, Hansson, Thagard, entre otros-, puedo señalar los siguientes:
- Se cree sólo por autoridad: algunos afirman que alguna persona o personas tienen una habilidad especial para determinar lo que es verdadero o falso. Los otros simplemente tienen que aceptar sus juicios.
- Experimentos irrepetibles: confían en experimentos que no se pueden repetir por otras personas con el mismo resultado.
- Ejemplos seleccionados: utilizan ejemplos escogidos, a pesar de que no son representativos de la categoría general a la que la investigación se refiere.
- Falta de voluntad para poner a prueba: se confía en una teoría que no se ha sometido a prueba, si bien es posible hacerlo.
- Se hace caso omiso a información conflictiva: se descuidan observaciones o experimentos que entran en conflicto con una teoría.
- Se construye en subterfugios: sus teorías sólo pueden ser confirmadas, no refutadas, por los resultados.
La pseudociencia cumple con uno o más de estos criterios. En cualquier caso, lo que la caracteriza es una rotunda falta de honestidad intelectual. A pseudocientíficos y otros charlatanes no les interesa la verdad: sus estándares intelectuales son tan bajos que cualquier afirmación, teoría, práctica o programa de investigación valen por igual. Tachan a los científicos de dogmáticos y carecen de una esencial ética de investigación. Estos hombres y mujeres pululan y deben ser denunciados. Esta tarea me parece parte de una agenda pública perentoria e inaplazable.
/gensollen
@MarioGensollen