James Bond es uno de los personajes más carismáticos de la cinematografía. Aún cuando nació para el mundo de la literatura de aventuras, lo cierto es que rápidamente hizo del cine su verdadero hábitat. El personaje estuvo muy bien delineado desde el principio, ya que su autor Ian Fleming se basó en sus experiencias reales como miembro del cuerpo diplomático inglés y en los aspectos físicos y de personalidad de conocidos suyos. Progresivamente en los filmes el agente Bond ha crecido en audacia, inteligencia, uso de armas sofisticadas y por supuesto en su habilidad para seducir mujeres hermosas. Y como es natural, los que también han tenido que crecer son sus enemigos. Para oponerse a tan extraordinario rival como lo es James se necesitan villanos superlativos. Los malos de las películas también tienen características en común, suelen ser millonarios, con campo de acción en todo el mundo, lo cual obliga al 007 a viajar por varios países en cada uno de los filmes. Estos delincuentes poderosos tienen a su disposición enormes propiedades, vehículos de última generación, bellísimas mujeres, fieles y perversos secuaces que los protegen y son hábiles en el manejo de la fuerza o de armas letales, por ello son los primeros que se enfrentan a Bond. Y como es lógico todos estos súper enemigos tienen un campo de acción destinado al mal y por lo general a “dominar al mundo”. Los objetivos de los perversos han ido desde controlar el petróleo, el agua, los medios de comunicación, el terrorismo, el mercado de armas, las finanzas mundiales y muchos otros. Curiosamente Bond nunca se ha enfrentado a los poderosísimos narcotraficantes, que actualmente tienen las características de esos grandes malosos. Muchos admiradores del agente secreto recuerdan los autos que usa, el tipo de pistola, los nombres de sus mujeres, de sus amigos y muchos datos personales, sin embargo pocos recuerdan las causas contra las que pelea. En la última cinta Spectre, a muchos se les pasó por completo que en una reunión de la omnipotente organización criminal realizada en Tokio, uno de los integrantes del cartel, se presenta como el controlador del mercado mundial de los fármacos. Es solamente una mención y el tema nunca vuelve a aparecer en el argumento. Pero el solo hecho de nombrar a la farmacia mundial como integrante de un club de malditos es para dar escalofrío. Ahí tenemos una empresa que efectivamente tiene presencia mundial, algunos grupos farmacéuticos tienen su cerebro en un país del primer mundo, sus fábricas distribuidas en naciones subsidiarias y su campo de venta en todas las naciones del planeta. Las ganancias son monstruosas y su capacidad para controlar a otros negocios e incluso a algunos países no está en el terreno de la ficción. Los dueños de estos imperios son desconocidos para la mayoría de nosotros ya que no suelen buscar los reflectores, actúan si bien no en la oscuridad, sí en la discreción del elitista mundo de las altas finanzas. El manejo de los medicamentos antivirales durante la pandemia de Gripe Porcina o AH1N1 por la compañía transnacional y por varios de los gobiernos involucrados despertó grandes suspicacias a nivel mundial en lo que parecía si no una enfermedad creada, sí una epidemia muy bien aprovechada a nivel negocio. Y mas aún cuando no es el primer caso. Ya se habían tenido sospechas parecidas en el caso de la Gripe Aviar en los países del sudeste asiático y en la virosis del Ébola. Los clásicos enemigos de Bond suelen aparecer frente a la sociedad como benefactores y personajes que conviven amigablemente con gobernantes y el pueblo. O sea que los grandes emporios farmacéuticos cumplen con esos rasgos. ¿Será que a partir de ahora y concretamente de la película Spectre veamos como villanos a los fabricantes de medicinas? ¿Será que a partir de ahora, sin necesidad de un agente con permiso para matar, veamos cuestionado el actuar de los enormes consorcios farmacéuticos como fabricantes de conflictos internacionales? No suena mal, como argumento de película. Lo terrorífico es que no suena mal como realidad.