Hace poco escuché a alguien hablar acerca de un programa contra la violencia a la mujer. Él era promotor y vigilante del programa. Notaba sus palabras excesivamente cuidadas, su miedo a ser malinterpretado, a sonar machista, injusto, proteccionista, condescendiente, transgresor o heteropatriarcal. Escuché una vez decir a un amigo que no sabía cómo hacerle un piropo a una feminista, por temor de que se sintiera agredida, y luego se cuestionó si él era machista al pensar que una mujer podría sentirse agredida por un piropo. Ser caballero es cuestionado, al parecer es una forma rosa del machismo. No nos preocupa cómo se desempeña alguien en su vida, o escuchar sus intenciones, nos preocupa su discurso. Decir “las y los” parece ser la “cuota” de equidad que muchos han aprendido a cubrir, aunque en el fondo su vida no esté comprometida con esa causa. Basta con ser políticamente correcto.
Ser políticamente correcto es lo de hoy. Hipsters, veggies, feministas, socialistas y vindicadores de todo tipo pueblan las redes sociales. Los movimientos igualitarios a ultranza (deberíamos decir “igualistas”) no buscan la equidad sino hacer parecer que todos somos iguales y debemos ser tratados por igual. Yo estoy a favor de la justicia, pero la justicia, como Aristóteles (ese muchacho barbón que vestía sábanas) nos lo enseñó, busca la equidad, no la igualdad simplona. En el frenesí de ser tratados todos de la misma manera nos escandaliza cualquier diferencia, aunque a veces esta tenga sentido. Durante la Feria de San Marcos se puso una celda exclusiva para homosexuales (seguramente travestidos): el escándalo fue enorme, se alegó discriminación, hay quienes critican que exista un vagón exclusivo para mujeres en el DF, dicen también que es discriminador, aunque no queda claro si discrimina a las mujeres o a los hombres. Creo que medidas como las señaladas no buscan generar división, más bien nos echan en cara que aún somos lo suficientemente brutos como para tener tratos indiscriminados. Seguramente quien adopta medidas de este tipo se pregunta, como la chica en su primera cita, si aceptar que le paguen es señal de confianza (ella pagará en otra ocasión, cuando invite) o es cómplice de la sociedad micromachista y la hegemonía falocentrista.
Esta semana circuló en redes sociales un comercial de Coca-Cola al que la enardecida patria del buenpedismo acusó de racista. La intención del comercial, con toda claridad, es todo lo contrario: generar una idea de que Coca-Cola Company es incluyente, buena onda, que sabe cómo se dice “permanezcamos juntos” en lengua mixe. El comercial comienza diciendo que más del 80% de los indígenas se han sentido alguna vez discriminados e intenta, con una proverbial cursilería, demostrar que los muchachos hipsters de la ciudad pueden viajar a compartir los chescos con los indígenas mexicanos para que no se sientan discriminados por hablar otra lengua. Hace unos meses en la parte hispana de los Estados Unidos de América la Coca lanzó otra campaña, una donde les ponían tatuajes a los latinos con el apellido de su dinastía. También fueron criticados como formadores de estereotipos.
La publicidad en general busca los estereotipos. Nada más ver que ahí están los muchachos y las muchachas bonitas del susodicho comercial, un grupo de hipsters en su carrito hipster con su ropita hipster y campanitas de fondo. ¿Ya notamos que las telenovelas, los comerciales, los noticiarios, el cine, la música y demás buscan perfiles bonitos que no representan lo que somos la mayoría de los mexicanos? Qué observadores somos. No creo que sea buena señal de nuestra sociedad, pero tampoco me parece lo más importante. La solución a la inequidad no es sencilla, pero seguramente no estará en las formas sino en el fondo. No se combate aprendiendo a hablar de cierta forma o teniendo miedo a abordar ciertos temas. Cuando las formas se vuelven tan importantes caemos en despropósitos del tipo.
Problemas mucho más profundos, estructurales, quedan por resolverse en el país. Por ejemplo, volvernos ciudadanos ejemplares, seres humanos que buscan a toda costa la equidad basados en una racionalidad y no en un molde -anticuado o revolucionario- para decir lo que debemos decir y de la forma exacta en que debe decirse. Mientras las formas nos parezcan más importantes que el fondo avanzaremos poco. Así fue con los mercadólogos de Coca Cola y así con los que recibimos el anuncio. Unos intentando juntar a los indígenas, otros pensando que los colonializan, unos llevándoles jóvenes fashion, otros pensando que hay que salir a indignarse a nombre de las etnias. Todos enredados en los misterios del buenpedismo.
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Con el inicio del mes celebramos el 7º aniversario de La Jornada Aguascalientes. Como colaborador en esta columna sabatina y el programa Algo que decir (que se transmite todos los viernes en punto de las 20:30 horas por radio UAA y su versión digital extendida que aparece semanalmente en la página LJA.mx) no tengo más que agradecer por la apertura, la posibilidad de un espacio sin filtros morales ni censura. Un espacio que siempre está abierto al diálogo y a la crítica de los propios colaboradores.
Adicionalmente, como funcionario público, director general del Instituto Municipal Aguascalentense para la Cultura, soy testigo del invaluable esfuerzo que hacen las reporteras del diario y todo el equipo de La Jornada Aguascalientes por dar amplia cobertura a las actividades culturales, siendo un periódico que se distingue por garantizar un espacio (a veces de varias planas) para su difusión. El compromiso, que reconozco también para otras instituciones homólogas en otros municipios y en el estado, es un valioso escaparate para estas actividades, reforzado además por una visión crítica con todas manifestaciones artísticas de la ciudad. La apuesta por la información corroborada, el lector crítico, alejada de los facilismos del estruendo y el escándalo es un bálsamo para los que formamos parte de la comunidad interesada en el tema, bien sea como críticos o agentes culturales en la ciudad.
Larga vida pues, a La Jornada Aguascalientes.
/alexvazquezzuniga