Añeja rivalidad / Taktika - LJA Aguascalientes
22/11/2024

Soren de Velasco Galván

Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.

 

Sochi, Rusia. 24 de noviembre de 2015. Como un oso perturbado en su hibernación, el presidente de Rusia, Vladimir Putin, reacciona molesto al enterarse de que un cazabombardero Su-24 ha sido derribado, tras regresar de una misión de combate, por un avión turco F-16. El líder moscovita dice esto “es una puñada en la espalda” efectuada por “los cómplices de terroristas”.

Volteando a ver a su huésped, el rey Abdalá II de Jordania, Putin agrega: “Desde hace tiempo hemos estado registrando el movimiento de un gran cantidad de productos petroleros a Turquía desde los territorios controlados por el Estado Islámico”.

La escena arriba descrita sirve como prefacio al presente artículo, el cual pretende explicar la competencia ruso-turca y cómo la actual tensión entre ambos países es un capítulo más en una añeja rivalidad.

Desde la caída de Constantinopla en 1453, y la subsecuente desaparición del Imperio bizantino a manos de los turcos otomanos, la rivalidad entre Moscú y el Imperio otomano germinó. Para los rusos, quienes habían abrazado el cristianismo ortodoxo propalado por los monjes bizantinos, ver ondear el estandarte del águila bicéfala sobre la catedral de Santa Sofía -convertida en mezquita- se convirtió en un artículo de fe.

En 1695, Pedro el Grande, molesto porque el mar Negro era un lago turco, sitió la fortaleza de Azov pero fracasó en su intento pues los turcos recibían abastecimientos desde el mar. Acicateado por su fiasco, Pedro ordenó la construcción de una flota de guerra -la primera armada de Rusia- y volvió a sitiar Azov. En esta ocasión la ciudadela cayó en manos rusas. De esta manera, Pedro envió el mensaje al orbe de que Rusia aspiraba a dejar su impronta en el escenario europeo. Sin embargo, en 1711 Pedro fue forzado a devolver la fortificación a los turcos.

El siguiente round entre la Sublime Puerta y el Kremlin ocurrió en 1768 cuando los rusos, que combatían a los polacos en el sureste de Polonia, incursionaron en territorio turco. Como respuesta, los turcos encerraron al embajador ruso en las Siete Torres -su protocolo para declarar la guerra-.


En 1769 los rusos ocuparon Azov, Kerch y Taganrog. A continuación un gran ejército ruso derrotó a los turcos en sendas batallas en Moldavia y Valaquia. En el verano de 1770 el almirante Alekséi Orlov vapuleó a la armada turca en la batalla de Chesma. Los éxitos de Rusia, “el avance de los ejércitos rusos al mar Negro y el Danubio, la presencia de una flota rusa en el Mediterráneo y la total destrucción de la armada turca en Chesma”,1 dejaron atónita a toda Europa.

Catalina II de Rusia, aconsejada por su amante Grigori Potemkin, ordenó la creación de una flota en el mar Negro, la cual tendría su sede en Sebastopol, y se anexionó la península de Crimea. Para la Sublime Puerta fue la gota que derramó el vaso: el Imperio otomano declaró, en 1787, la guerra.

Los rusos, dirigidos por Aleksandr Suvórov, vencieron en incontables ocasiones a los turcos y forzaron la firma del tratado de Jassy en 1791, mediante el cual Turquía cedía formalmente la Crimea y la construcción de la base naval de Sebastopol.

Ya durante la gestión de Napoleón Bonaparte, Rusia se enfrentó a los galos, quienes los derrotaron en Polonia. En junio de 1807, Napoleón se entrevistó con el zar Alejandro I, quien le solicitó al emperador galo que le entregara Constantinopla. El Gran Corso le respondió: “¡Nunca! Porque eso te haría dueño del mundo”.

La Guerra de Crimea (1854-1856) estalló, en parte, por el temor de Francia e Inglaterra a la presencia rusa en los estrechos de los Dardanelos. Dos décadas después, y aprovechando la brutal represión por parte de los trucos de una rebelión en Bosnia-Herzegovina en 1875, Rusia asumió su tradicional actitud protectora de los pueblos eslavos de fe ortodoxa y abrió hostilidades contra Turquía. Los rusos vencieron a los otomanos y llegaron a las afueras de Constantinopla.

Sin embargo, los rusos encontraron anclada a la flota británica enviada por el primer ministro Benjamín Disraeli quien, usando una combinación de diplomacia y fuerza, logró frenar en 1878 el avance moscovita.

En plena Guerra Fría (1947-1991), el dictador soviético, Iósif Stalin, ansiaba lograr el antiguo anhelo ruso de dominar los Dardanelos. Para tal efecto, la Rusia soviética demandó, en 1946, un reajuste territorial en la frontera oriental de Turquía. Ante el amago del Kremlin, el presidente norteamericano, Harry S. Truman, envió una fuerza naval comandada por el acorazado Missouri rumbo a los Dardanelos. El despliegue náutico estadounidense frenó a los soviéticos.

En tiempos recientes, los mandatarios de Rusia y Turquía, Vladimir Putin y Recep Tayyip Erdogan respectivamente, habían mostrado una bonhomía que les había permitido, entre otras cosas, planear la construcción de un gasoducto que, evitando a Ucrania, llevaría el gas ruso a Turquía para después conectar con Grecia.

Ello explicaría, en parte, la reacción de Putin cuando dice que fue “una puñada por la espalda” y que Erdogan, en su intento de revivir las pretéritas glorias del Imperio otomano, hace el trabajo sucio de Arabia Saudita, Qatar y los Estados Unidos pues Turquía “podía contribuir a impedir que Rusia recuperara el Cáucaso”.2

Por lo tanto, para castigar a Turquía -de la cual se sospecha deja pasar el petróleo refinado en las instalaciones del Estado Islámico en Irak y Siria y cuyo principal beneficiario, se rumora, es el hijo de Erdogan, Bilal- Rusia ha desplegado sus misiles antiaéreos S-400, los cuales crearán “una zona de nuevo vuelo en la frontera sirio-turca, además Rusia golpeará los centros de distribución de petróleo y bombardeará… a los turcomanos”3.

La tirantez entre Rusia y Turquía es el resultado de aspectos geopolíticos, religiosos y energéticos, los cuales han resurgido para tensionar aún más al siempre conflictivo Medio Oriente.

Aide-Mémoire.- Si China, los Estados Unidos e India se ponen de acuerdo en el combate al cambio climático, la mitad de la batalla estará ganada.

 

1.- Robert K. Massie. Catherine  the Great. Random House, New York, 2012, pp. 378

2.- Robert D. Kaplan. Rumbo a Tartaria. Ediciones B, Barcelona. 2001, pp. 253

3.- https://goo.gl/cBWXP1


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