México es un país de jóvenes. Cerró el año 2014 con una población total de 119 millones 715 mil habitantes, 50% de los cuales son menores de 25 años. Este hecho nos habla de oportunidades, pero igualmente de desafíos. Se trata de 60 millones de jóvenes que requieren de empleos, educación, seguridad social, vivienda, atención para sus familias y todo tipo de oportunidades en la vida. Los jóvenes son la fuerza de la nación, en los ámbitos creativo, político, cultural, social y económico.
En el pasado, al enfrentar alguna incertidumbre, los jóvenes acudían a los más viejos, al padre y al maestro. Ahora, ante cualquier duda, los jóvenes consultan la computadora, el internet. Este aparato, enrevesado pero indispensable, sustituye aceleradamente a la comunicación entre las personas. La tecnología es un hecho impactante, y hasta devastador: la gente ya no se habla, y se pasa todo el día ante una pantalla o con los audífonos puestos.
A pesar de esta intrusión de la modernidad, los jóvenes deben dejar de ser simples espectadores para convertirse en protagonistas del acontecer común y así definir su destino como individuos y como parte esencial de la colectividad. Antes que nada, la juventud es un estado de ánimo que abona el mérito de su esfuerzo propio.
Esta participación vital incluye de manera importante a la política. La política, parafraseando al autor Quincy Wright, es una conjunción de historia, ciencia, filosofía y arte al mismo tiempo.
A través del estudio de la historia adquirimos el conocimiento de los hechos reales: “…un sentido equilibrado de la continuidad y el cambio, de la singularidad y las repeticiones, de la casualidad y la contingencia, de la elección y las normas”. La historia hace posible comprender mejor a la complejidad y la incertidumbre de los asuntos humanos.
La política es, asimismo, un arte entendido como la dimensión de lo posible, porque comprende el proceso de elaboración de conceptos e instituciones. Es filosofía porque procura lo deseable, el “debería ser,” los aspectos valorativos.
Y también es ciencia porque utiliza el análisis cuantitativo y matemático y afina su capacidad de predecir y controlar los hechos del futuro.
Todos estos elementos, historia, arte, filosofía y ciencia, confluyen en la acción política.
El activismo político de la juventud no puede ser sólo un movimiento de alborada, de expresión, de desacuerdo, so pena de ser efímero. Para trascender, debe convertirse en acción permanente e infatigable.
Los jóvenes deben incorporarse con firmeza y responsabilidad a la toma de las grandes decisiones nacionales. Éstas incluyen la creación de instituciones y la regeneración de aquellas que, como expresa Samuel Huntington, no pueden “asimilar el cambio social y económico”.
Es en este parteaguas, en esta “ventana de oportunidades”, donde se encuentra la juventud mexicana de hoy.
Al incorporarse a algún partido político, los jóvenes descubren el mundo que los rodea y se afirman en el único camino de que debe consistir la política, que es la participación social y el servicio a la comunidad.
Los jóvenes mexicanos de hoy son habitantes de una “aldea global”, término acuñado por el filósofo canadiense Marshall McLuhan, en la que la comunicación y la tecnología hacen indispensable la convivencia y la participación social. Deben, por tanto, trascender los límites temporales de la geografía y de esquemas mentales predeterminados. Conocer el mundo y la historia. Hacerse la pregunta: ¿Qué somos y hacia dónde vamos?
El reto para los jóvenes de México es redescubrir la historia y la política de nuestro país. Y ser partícipes de su continua construcción. Tomar el difícil camino de crear e imaginar nuevos patrones de organización y modelos de convivencia social que justifiquen, y hagan realidad positiva, el destino histórico de México.
El compromiso político de los jóvenes es importante para México, mucho más en estos momentos de crisis económica en que las soluciones a nuestros grandes problemas parecen escasear. Más que una opción, la incorporación de los jóvenes a la política debe ser vista como un deber. Nuestro país requiere una juventud responsable, madura y comprometida.
Los jóvenes deben realizarse como hombres cabales, empeñados en la realización de su responsabilidad como seres humanos. El hombre no es “micro” ni “macro” sino, como sentenció el filósofo griego Protágoras: “la medida de todas las cosas”. Deben convertirse en ciudadanos del mundo. Y, para empezar, consagrarse a transformar México para bien.
Los retos son formidables: menos recursos económicos, menos petróleo y minerales, menos árboles, menos agua, menos pan, más habitantes, más deudas. Pero es también todavía un país grande, con un futuro inmenso que se les puede ir de las manos, como a otros en el pasado. La tarea de recuperarlo es de la juventud.