En días pasados Andrés Manuel López Obrador lanzó un buscapié que dio paso a una serie de declaraciones extrañas y divertidas (por absurdas) sobre el machismo y la feminidad. Lo que señaló AMLO junto a su frase hecha de “la mafia del poder” fue que Felipe Calderón quería usar a Margarita Zavala para que “gobernara por él”. Realmente ignoro si AMLO tuvo intenciones “machistas” al decir esto, la carambola propiciada fue, sin embargo, memorable. Primero, el presidente del PAN, Ricardo Anaya al parecer notó un aire “misógino” en la declaración del tabasqueño al interpretar que éste pensaba que una mujer no es independiente de su marido y -por qué no- decidió salir a declarar por ella, llamando a AMLO “cobarde machista” y lo retó a un debate público “a ver si tan hombrecito”. Posteriormente el eterno suspirante a la presidencia del país dijo -cómo no- que él no discutía con alguien tan joven porque “está muy pollo”. Anaya, a pesar de que ya se le había señalado lo contradictorio que era aludir a la “gallardía” en esta discusión reiteró que AMLO tenía miedo, y que, pues “¿no que muy gallo?”. El chiste se cuenta solo.
En la serie de peripecias vino a mi mente una canción de mi cómico favorito, Tim Minchin. La canción se llama “Prejudice” y fue escrita a raíz de una serie de críticas hechas hacia su persona, por la frase de otra llamada “If you really love me” (si no la conoce deje de leer esto y sírvase un banquetazo en youtube), la frase en cuestión aparecía en estos versos: “We go together like a cracker and Brie / Like racism and ignorance / Like niggers and R&B”, la pieza es una “canción de amor” (en el humor característico del australiano) que señala la compatibilidad de él con su pareja, tal como las galletas con el queso, la ignorancia con el racismo y los negros con el R&B. La canción molestó mucho por usar la palabra nigger que, seguramente sabe usted lector, es prácticamente un tabú, por considerarse absolutamente racista -a menos que sea usada entre personas de raza negra-. Minchin evidentemente no tiene un pelo de racista. De hecho, en la frase anterior a la polémica declara que el racismo va acompañado de ignorancia, sin embargo, la presión mediática fue tanta que terminó cambiando la palabra por bling (el término usado para la joyería y lo pomposo de los músicos de ciertos géneros y, generalmente, también de raza negra). El comediante ha declarado que las palabras en sí mismas no son malas ni buenas y que deberíamos ser más juiciosos a la hora de lanzar críticas a quien usa cierto lenguaje, que de hecho, él se burlaba de los estereotipos que aceptamos socialmente y, como respuesta, escribió la canción inicialmente citada. En ella, de manera absolutamente genial, parece referirse a la palabra nigger, pero termina haciendo un anagrama magistral y hace un chiste sobre los prejuicios hacia los términos. Búsquela, lo disfrutará.
Hace unos años se dio en México la discusión sobre un cántico usado en el futbol cuando el arquero rival despeja: la tributa corea “puuuuuto”. Había quienes, de manera correcta, creo yo, señalaban que las palabras no son buenas o malas por sí mismas. También quienes decían que, de hecho, en el futbol se usaba con una intención diferente a la carga semántica más conocida en país, a saber: homosexual. Quienes argüían esto decían que en este contexto significa “cobarde, traicionero”. Ciertamente éstas son otras acepciones de la palabra. Y entre ellas también está la del hombre promiscuo. Interesante por sí mismo es el campo semántico: supongo que decirle “puto” a alguien por ser promiscuo es una forma peyorativa de describir su comportamiento, queda claro que “cobarde o traicionero” son calificativos también despectivos. ¿Qué hace una palabra para describir la homosexualidad en el mismo campo semántico? Claramente, ofender. En 2013 la Suprema Corte de Justicia de la Nación “dictaminó” que “puñal” y “maricón” (usadas con la misma variante de acepciones que la mencionada, exceptuando la referente a la promiscuidad) son palabras homófobas. Vaya descubrimiento.
Más allá de cómo usemos las palabras, siempre es interesante preguntarnos por qué las usamos así. Minchin, pondero, no habría usado nigger si hubiese sido criado en Estados Unidos. No podemos ocultar la beta machista de nuestro país. Las cifras sobre inequidad laboral, salarial, los escaños públicos ocupados por mujeres, el número de ganadoras de certámenes literarios, no hacen más que escupirnos esa realidad a la cara. Yo no creo que las palabras sean malas, por supuesto, pero creo, que, casi por regla general, éstas citadas y otras, las usamos de manera perversa. No concibo que la tribuna enardecida sienta como equivalente “cobarde” cuando el portero rival despeja. Tampoco que decirle “poco hombre” a alguien esté desprovisto totalmente de la idea de superioridad de género y se refiera sólo a su desarrollo como adulto. Puedo equivocarme. Pero, igual que a un norteamericano le escandaliza -por su historia racista- la palabra nigger, creo que ciertas expresiones en nuestro vocabulario nos llaman, por primera vez, seriamente la atención. Es, por tanto, buen momento para reflexionar sobre nuestras cargas históricas. Claro que las palabras no deberían ofender por sí mismas. Yo creo que, en el fondo, las intenciones siguen siendo equivocadas, aunque lo hagamos de manera inconsciente. Ojalá viviéramos en un mundo donde, al igual que Minchin en “prejudice” pudiéramos burlarnos de las palabras en vez de usar las palabras para burlarnos de las personas, y, peor aún, a partir de clichés obsoletos. Luchemos por eso.
/alexvazquezzuniga