La filosofía, en general, o al menos la actividad que he percibido desde mi formación, parece ser más bien un debate de ideas ajenas, no encarnadas, de argumentos de autoridad, y un juego de poder en el que parece que al final lo más importante es ganar el debate y no el legítimo interés de encontrar la verdad. A veces la actividad filosófica se aproxima más, en muchos aspectos, a una religión que a una ciencia. Repetimos, al igual que en la religión, cosas que dijeron otros y con base en las repeticiones, hemos conferido a estas ideas un aire de legitimidad que parecen hacerlas incuestionables. La ciencia respeta los intentos pasados, por supuesto, pero no hay médico actual que, más allá de la anécdota, nos recite la teoría de los cuatro humores de Hipócrates para elaborar un diagnóstico. Algunos filósofos seguimos recitando argumentos de otros filósofos de hace siglos, con contextos radicalmente distintos y que elaboraron una teoría carentes de muchísimas explicaciones que hoy la ciencia nos otorga, ignorando estos avances y manteniendo las voces pasadas como si éstas fuesen intocables. Los católicos recitan La Biblia con la misma solemnidad que algunos recitamos La Fenomenología del Espíritu. Los religiosos aceptan formas para explicar el mundo, que ante la explicación científica son innecesariamente complicadas, y, aunque por razones distintas, los filósofos hemos aceptados complejas ideas como Espíritu Absoluto, Ser-en-el-mundo, Noúmeno, las cuales pudieron ser maravillosas aproximaciones y mucho mejores que las religiosas para explicar la realidad, pero que hoy, igualmente podrían ser innecesariamente complicadas y hasta obsoletas desde el punto de vista de la ciencia.
¿Esto quiere decir que debiéramos renunciar a la filosofía y volvernos científicos? En lo absoluto. Para empezar porque si bien la ciencia se mantiene en general en una actitud crítica, también frecuentemente comete errores. Proveerla con nociones éticas es un trabajo que incansablemente han hecho honorables filósofos, quienes han luchado por demostrar y señalar los errores de método y contenido. Proveyendo además a la ciencia de conceptos increíblemente complejos que las herramientas de la pura observación no siempre le alcanzan para crear. Ahí donde la observación de la ciencia fracasa, ha llegado la filosofía para solventar y con prestancia construir un andamiaje intelectual que les permita seguir construyendo. El pensamiento científico ha avanzado tan espectacularmente, justo, porque detrás de éste están las bases del pensamiento filosófico: la crítica perpetua. Cuando trabajamos para tratar de probar nuestro punto, en lugar de para perpetuamente someterlo a pruebas no hacemos más que estancar el avance filosófico, intentando legitimar nuestras opiniones. En verdad una propuesta viable, de la que hablé la semana pasada en esta columna es el falibilismo: actitud que nos recuerda que hay que pensar que podríamos estar equivocados Y también Aristóteles, Kant, Descartes, Kierkegaard o cualquier otro.
¿Tiene algo qué hacer aún, ante los avances científicos, la filosofía? Tiene: Ser, ante todo, un perpetuo ejercicio de crítica y duda, sería interesante ir por los salones de clase, no tratando de convencer a los alumnos de tal o cual pensamiento, sino invitándolos a poner constantemente a prueba a cualquier autor. Recordarles que las preguntas son el motor del avance humano, que pueden, siempre, dudar de lo que les han dicho sus padres, de lo que ven en la televisión o escuchan en la radio. Y de lo que les decimos los maestros. La filosofía debe ser ante todo una actitud de humildad, la ciencia se ha encargado eficientemente de demostrarnos que muchos de nuestros conceptos estaban equivocados. La filosofía debe de ser una actitud voraz de conocimiento, debemos leer filosofía, pero también ciencia y literatura. La filosofía debe alentarnos a vivir mejor, a tener una actitud mucho más ética, analítica y estética. La ciencia es un paradigma del avance comunitario, del apoyo entre colegas y de la crítica severa, pero constructiva, justamente, repito, porque guarda una actitud filosófica en honor a su génesis: el deseo del conocimiento que los hombres llevamos. La ciencia sin embargo, al menos en instituciones como la Universidad de nuestro estado, tiene mucho menos espacio que nosotros los filósofos en diversas carreras, con lo cual nuestra responsabilidad de ser los formadores de esa actitud crítica se acentúa. Ese es el reto. El día mundial de la filosofía, celebrado hace un par de días, no hace más que recordárnoslo.
/alexvazquezzuniga