Entre las distintas luchas que viene librando la sociedad por la libertad y la igualdad en este país, ha sido la encabezada por las mujeres una de las que muestra avances significativos. Lo considero así porque su voz, el trabajo e inteligencia, les han venido asignado el papel que legítimamente les corresponde.
Yo tengo muy claro que la mujer con su desempeño como madre delinea el principio de cada ser que se integra a la sociedad. Es el eje por el cual una familia se puede fortalecer en los valores y también, un personaje influyente porque sus consejos siempre ilustrarán la decisión de cada uno para el presente como el futuro.
Mi vida se ha visto iluminada por tres mujeres que para mí son muy grandes y así se mantendrán por siempre: mi madre Rosa que en paz descanse; mi esposa y compañera de vida Yola y mi hija Ale.
Meditemos y estoy seguro que todos, en algún momento de nuestro análisis, encontraremos la importante presencia femenina y casi siempre será coincidiendo con una mano extendida ofreciendo su ayuda desinteresada.
Es por eso que no podré concebir su exclusión como protagonista de los cambios que mejoran nuestras vidas y fortalecen la democracia de los países. Tampoco deberán ser admisibles aquellas conductas que les hacen sentir mal, menospreciadas, violentadas y rezagadas.
Y voy a un tema fundamental para Aguascalientes y la nación, que es la necesidad de que las mujeres ejerzan un papel más protagónico en la toma de decisiones transformadoras de las comunidades e inhibidoras de la persistente corrupción en el poder.
El pasado fin de semana se cumplieron 62 años que la mujer mexicana votó por primera vez y pudo ser votada. Si bien llegamos tarde a ese acto de justicia social, observamos que los avances en el tema han sido aún insuficientes, pero los que se han dado son con pasos firmes y sin retroceso.
El poder público mexicano necesita que siga abriendo sus espacios -en igualdad de condiciones y expectativas- para mujeres y hombres. Ese objetivo no debe ser asumido como una competencia de fuerzas sino como la oportunidad para equilibrar el trabajo de beneficio común, con políticas públicas que disponen de la sensibilidad que muchas veces sólo ellas poseen y dirigen.
Si se asignaran los cargos en los gobiernos como en política se otorgan las posiciones plurinominales, entonces las mujeres tendrían más y mejores peldaños en el poder público.
Lo anterior, porque el actual padrón electoral tiene inscritos a 41 millones de hombres y 44 millones de mujeres. Las perspectivas demográficas estiman que esa tendencia continuará por tiempo indefinido.
A este país sólo le falta ser dirigido por una mujer. Ellas ya han mostrado y siguen demostrando su talento en gubernaturas, como legisladoras desde las alcaldías y las regidurías.
Tan solo en la elección del pasado 7 de junio surgieron 66 nuevas presidentas municipales. Así, de 175 alcaldesas hoy son 241. Hay que considerar que México cuenta con dos mil 467 municipios.
Y actualmente la Cámara de Diputados del Congreso de la Unión se compone por 287 hombres y 211 mujeres.
Esto sólo nos confirma que las mujeres han avanzado en el tema de la elegibilidad democrática. Pero donde aún estamos muy rezagados es en la composición de los gobiernos. En los poderes públicos del orden central las toman muy poco en cuenta para puestos de primer nivel como son las secretarías de Estado.
Por ello, insisto que a 62 años de que se reconoce el voto femenino, el avance en materia de ciudadanía ha sido relevante, pero ya no debemos detenernos en el reconocimiento de su capacidad para la conformación y aplicación de las políticas públicas.
Sólo de esa manera lograremos escalar con celeridad en la igualdad social y en el abatimiento de las condiciones que mantienen en rezago a muchas personas.
Un mayor involucramiento de la mujer permitirá desterrar todo tipo de opresiones y de violencia que tanto le lastiman. Eso, claro está, sólo podrá ser posible en la congruencia de los gobiernos sobre su compromiso con la inclusión, la tolerancia y el respeto.
Ya no podemos apostar sólo al uso del lenguaje para incluir a las mujeres en acceder a una responsabilidad que les pertenece. Tampoco podemos creer que con sólo diferenciar en el discurso las perspectivas de ellas y ellos podemos ser una mejor sociedad.
Todo está en profundizar en el tema de los valores y aplicarnos en la cultura de pertenencia a la sociedad que tenemos, y en la cual compartimos la obligación de convivir sanamente.
Vamos construyendo hogares bien cimentados y una patria en condiciones de dignidad, haciendo uso de nuestras convicciones y capacidades, pero siempre bajo el legado que toda buena madre o mujer amorosa nos dejó como enseñanza en los inicios de nuestra formación y que sintetizo en la expresión de quiérete y sirve a los demás.