En Aguascalientes no se puede sin coche. Por eso todos tienen o desean uno. Lo compruebo hoy que quiero visitar Asientos, Pueblo Mágico de difícil acceso: solamente en automóvil, ni modo, o en combi caprichosa y peregrina, de las que salen de una central en Circunvalación y la salida a Zacatecas. Ni los taxistas se animan a llevarme “hasta allá” porque no saben cómo cobrar en carretera. La cosa se complica; otro día será. Entonces camino sin rumbo, qué remedio, por la Morelos, la Gremial, siendo este doncel el único peatón, y casi sin proponérmelo -digo casi porque no hay intención caprichosa ni peregrina- me acerco a la Purísima y después a la Alameda, que veo que la están arreglando. ¿Será que sí la van a usar los aguascalentenses de hoy, tan encochetados? ¡Qué árboles! ¿No quedaba por aquí esa reserva de mezquites que pretenden tumbar para construir unas casas? Qué afán de cambiar lo más por lo menos. Pensando en estos asuntos, se me ocurre lanzarme a los baños de Ojocaliente, que le dieron fama y nombre a esta tibia, pero quemante ciudad.
Escucha uno, o lee, la palabra Ojocaliente y se piensa en un fraccionamiento hostil, proyectado por gente sin corazón ni imaginación para gente que ha buscado salir adelante, pero que sólo ha logrado vivir alejada, o chance y también se evoque el balneario en donde se le negaba el acceso a homosexuales y a perros, según un recordado letrero de hace muchos, o pocos, años. Sin embargo, los baños termales de Ojocaliente, en contraesquina de un hotel famoso y venido a menos, son otro boleto: el boleto no cuesta caro: con doscientos y pico de pesos alcanza para una tina impecable y diamantina como la patria, con toalla alquilada, unas sales para exfoliar y un litro y medio de agua para no deshidratarse. Una hora de puro gozo, que se gozaría más de no haber música “relajante” (nada más relajante que el silencio, óigame). Estos bellos baños de años son un maravilloso plan para el domingo en la mañana o un lunes en la tarde o este jueves al mediodía; yo vendría a cada rato, y siempre a La Soledad (así se llama el cuarto que me toca). Limpios. Padres. Solariegos: acá vivió Anita Brenner de niña, acá se han bañado María Félix y Pancho Villa (no juntos), acá se han venido a curar reumáticos (homosexuales o no) desde principios del siglo XIX, acá filmaron escenas de esa película, Abel.
Lo que más me sorprende de esta visita es enterarme de que el gobernador no se ha bañado nunca en este sitio, o eso me cuenta alguien en la recepción. Aunque eso sí: “Hemos tenido a algunos comediantes y hasta a Nicho Hinojosa”. Válgame. Es hora de que personas más célebres se personen en la entrada. ¿Qué tal, por ejemplo, los bien ponderados lectores?
Jajajaja…habrá que ir..Si no lo Han cerrado aún.