Polvos de la urbe / El banquete de los pordioseros - LJA Aguascalientes
24/11/2024

En el Banquete de la semana pasada me permití darme un chapuzón en las inmensas profundidades del periodismo y la literatura en el rock y la verdad es que me quedé con ganas de seguir, así que hoy me gustaría continuar ocupándome de este fascinante tema, porque créeme, invitado a la mesa para degustar del Banquete de este día, créemelo, resulta en verdad apasionante, y ya ves, cuando algo te apasiona supones, por alguna razón, que a todo mundo le debe de gustar, seguramente es un error, pero ya sabes, así es esto. Probablemente no estés tan interesado como un servidor en continuar sumergido en estas profundidades, pero en fin, yo te invito a que me sigas, por supuesto, tú sabrás qué hacer.

Lo que hoy me ocupa son los Polvos de la urbe, un libro de muy fácil lectura, de hecho me arteria a afirmar que sus 141 páginas, sin contar el apéndice con textos o líneas para musicalizar de Diego Iturrigaray, lo puedes leer en una sola sentada.

Polvos de la Urbe, que es verdadero periodismo musical, fue escrito por Víctor Roura, una de las plumas más influyentes en el periodismo roquero. Sigue una fórmula para hacer literatura en el rock, con una recopilación de testimonios que por la forma de presentarlos y en cómo están estructurados resultan ser documentos de un valor incuestionable para la historia del rock urbano, o “rupestre”, como dijera el Rockdrigo. ¿Sabes?, me recuerda un poco toda proporción guardada a La noche de Tlatelolco de Elena Poniatowska, en donde a través de una serie de entrevistas y de una cuidadosa recopilación de testimonios va elaborando inteligentemente una impresionante historia generando una muy interesante fórmula de hacer periodismo, periodismo a partir de la literatura. Más o menos, e insisto, toda proporción guardada, al tipo de periodismo que trabaja Svetlana Alexievich, ganadora del Premio Nobel de Literatura en este 2015, a partir de una base testimonial y estructurada inteligentemente en función de un bien planeado propósito literario, se ejerce un delicioso periodismo. Pues bien, hay que decirlo, Víctor Roura ejerce este tipo de propuesta periodística, e insisto, con el mayor de los respetos, toda proporción guardada.

Diego Iturrigaray, objeto central de Polvos de la urbe de Víctor Roura, es uno de esos personajes que resultan fascinantes precisamente por su poca probabilidad, no de existir, sino de destacar. Como él hay muchos, de acuerdo, lamentablemente estamos llenos, plagados de talentos incomprendidos, de gente que utiliza el arte subterráneo, no sólo para externar sus ideas, sino por ejercer el libre derecho de poblar su soledad con la creación artística, pero dentro de ese inmenso panorama de héroes desconocidos, las probabilidades de hacerse escuchar son mínimas. Diego Iturrigaray pertenece a esa élite de privilegiados que sin salir de la trinchera del arte subterráneo, rupestre, para ser más concreto, logra hacerse escuchar, gracias, y esto no debemos pasarlo por alto, a una de las más inteligentes y comprometidas plumas del periodismo roquero, sí, la del maese Víctor Roura.

¿Sabes tú, amigo que compartes la mesa del banquete de los pordioseros, sabes por ventura lo que cuesta destacar en México sin dejar de ser tú mismo? Es difícil, sin duda poder ser fiel a tus principios, no ceder a los guiños y encantos de la mercadotecnia, mantenerte incorruptible ante las feroces embestidas del dios dinero, del dios éxito, es decir, de ese éxito que llega fácil, a cambio de sucumbir, de entregarte sin resistencia a los intereses comerciales, no importa si sacrificas tus ideales, tus sueños. En una interesante conversación entre Rockdrigo González y Diego Iturrigaray que Víctor Roura publica al final de este libro, estos dos grandes músicos mexicanos, los dos atrincherados en la cultura subterránea, intercambian interesantes puntos de vista acerca de las posibilidades que tiene un músico de rock en este país de mantenerse honesto y, a pesar de esta honestidad, poder comer del fruto del trabajo digno, sin duda es difícil, sobre todo si el propósito es mantenerse al margen de las instituciones y mantenerse libre y soberano en el difícil mundo de la independencia creativa, eso sí que es difícil.

Diego Iturrigaray dejó todo pendiente, mucha música por hacer, muchas palabras que musicalizar, dejó muchos conciertos pendientes, muchas puertas que abrir para ensanchar el horizonte del rock y darle más difusión. La realidad que le tocó vivir a Diego Iturrigaray, como la que también vivió el Rockdrigo, fue muy difícil y muy distinta a la que vivimos nosotros en el 2015, estos dos grandes roqueros rupestres están unidos por algo más serio que simplemente el hecho de ser dos roqueros contemporáneos comprometidos con la honestidad, los dos, por alguna de esas circunstancias extrañas, murieron en el terremoto de la Ciudad de México en septiembre de 1985, fueron tan grandes amigos que hasta compartieron su fecha de muerte. Es curioso, pero si el profeta del nopal, el buen Rockdrigo nos parece un auténtico caso marginal que se movió en los oscuros abismos de los hoyos funkies y que sacó su primera producción, verdadera obra de culto en el auténtico y más radical rock nacional con recursos propios y en condiciones muy precarias llamada Hurbanistorias y cuya edición original en cassette debe ser en estos tiempos una verdadera joyita, Diego Iturrigaray descansa en el más lapidario anonimato, nadie, o al menos muy pocos lo conocen, pero resulta impensable la cotidianeidad en la  Ciudad de México sin que Iturrigaray espolvoreada sobre el valle del Anáhuac sus Polvos de la urbe.

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1 thought on “Polvos de la urbe / El banquete de los pordioseros

  1. Hola, justamente me estaba acordando de este libro, ya lo lei como 3 veces, hace tiempo que lo estoy buscando y por falta de tiempo he podido ir donde venden libros usados. Buena reseña. Saludos

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