La incomodidad de volver a mirar el mundo - LJA Aguascalientes
23/11/2024

  • Acerca de Lo peor de la buena suerte, de Jonathan Minila

 

Envés y desvanecer. El reverso y la fuga. Lo opuesto y lo que se esparce. Estos conceptos aparentemente opuestos conforman el espíritu de las siete historias que componen Lo peor de la buena suerte de Jonathan Minila.

Lo simple sería calificar como literatura fantástica estos textos, ¿por qué no? Aquí de lo que se nos habla es de hombres que desaparecen, trenes que nunca detienen su camino, embarazos ilógicos, fobias creativas, brujas que cumplen deseos, olvidos que como uroboros se acumulan hasta devorarse y un cercanísimo futuro donde desde la virtualidad se asalta a la razón.

Lo más fácil para recomendar el libro de Jonathan Minila sería repartir y repetir la etiqueta que atrae a los lectores más jóvenes, para invitarlos a que se dejen atrapar por una imaginación que se deleita en hablar sobre sucesos que parecen imposibles, un anzuelo al que se acude para atrapar la atención de quienes buscan en la literatura el placer del entretenimiento.

¿Quieres que te cuente un cuento?, ¿a poco no se te antoja conocer un mundo, perversamente parecido a este, donde un auditorio se llena para atender la conversación de alguien sin cuerpo?, ¿no te atrae la idea de escuchar la historia de cómo en el futuro, de nuevo: perversamente parecido a este ahora, en que la forma de estar en el lugar de los hechos sea a través de las videocámaras? Si para provocar la lectura de estas historias eso me asegurara que adquirirán de inmediato el volumen, aquí me detengo y hago una pausa para que acudan a donde vendan los libros del Fondo Editorial Tierra Adentro.

Dije “me bastara” porque aunque sé que a veces lo simple es el camino más llano para compartir el gozo, si no digo la enorme incomodidad que me provocó Lo peor de la buena suerte estaría traicionando el placer mayor que me provocaron estas historias. Y como los buenos cuentos no pueden ser contados más que de la manera exacta en que fueron escritos, doy un ligero rodeo para no caer en esa tentación.

A principios del siglo pasado, el filósofo inglés George Edward Moore se dirigió a su auditorio para de una manera sencillísima poner un alto a los escépticos, les dijo:

“Aquí hay una mano (y agita su mano izquierda). Aquí hay otra mano (y agita su mano derecha); así, con estos gestos, he demostrado que hay un mundo externo…”

Con ese simple agitar de manos probó que el mundo real existe.


Obviamente estoy simplificando para subrayar la eficacia de un gesto (como el que creo que logra Jonathan Minila en Lo peor de la buena suerte, y regresaré a esto), estamos instalados en la comodidad de que el mundo es así, tal y como lo aprendemos, tal y como lo transitamos, que hemos olvidado habitarlo y que una forma de hacerlo es a través del lenguaje; para no darle vueltas, solemos conformarnos con la idea que hay un solo mundo, incuestionable, al grado que lo dejamos de observar. Por eso nos atraen las historias que parecen imposibles, pues nos llevan al otro extremo, donde lo fantástico sucede.

A lo que invita la escritura de Jonathan Minila es a que uno agite sus propias manos para recordar que el mundo debe ser observado una y otra vez para descubrir el espacio que habitamos; por eso me niego a la etiqueta fácil de lo fantástico, con todo y las situaciones increíbles que están en la superficie de cada uno de los textos de Lo peor de la buena suerte.

Antes de explicar lo del envés y desvanecer. Permítaseme una última cita, en sus Clases de Literatura, Julio Cortázar señalaba:

“Lo fantástico en el cuento se crea con la alteración momentánea de lo normal, no con el uso excesivo de lo fantástico.”

Y cito porque creo que ahí está la clave para describir la gozosa incomodidad que me provocaron estos textos. Bajo la superficie de la alteración momentánea de cada una de las siete historias, más que un hecho excepcional lo que Jonathan Minila ofrece es la capacidad de volver a mirar el mundo, despojados de la certeza de la comodidad.

En “Perorata de un desaparecido” hay una reflexión acerca de lo que se desvanece con el paso de los años, no es que acumulemos años es que nos vamos despojando de aquello que nos conforma como niños. El mundo que creemos conocer nos dicta que en el cuerpo se van depositando experiencias que se transforman en rasgos físicos, las canas, las arrugas, las llantas, ¿y si lo pensamos de otra manera?, es decir, ¿y si lo miramos por el envés?, ¿qué tal si lo que dejara una marca física fuera aquello que perdemos?, el beso que dimos hace tres años, el abrazo que nos reconfortó en la infancia, el apretón de manos que selló la primera amistad, ¿qué si eso que ya olvidamos se llevara algo de nosotros?

Dije que ya no iba a citar, entonces nomás hago la referencia, de nuevo, a Cortázar y su cuento “La autopista del sur”, donde se extrema un embotellamiento en la carretera y, con un golpe maestro, el autor finaliza preguntando cómo es que todo el mundo termina mirando fijamente hacia adelante, hacia adelante, exclusivamente hacia adelante… como ocurre en “Siguiente estación”, un viaje alterado que sin melodramas o el regodeo de las situaciones límites finaliza con lo una bellísima revelación:

“El viento le dio en la cara por un momento y fue libre. Mientras caía, de forma fugaz, percibió el movimiento completo del metro. Había más vagones, y por un instante le pareció ver el rostro de alguien en uno de los últimos, que estaba asomado. Luego golpeó contra el suelo.”

“El metro jamás se detuvo.”

Golpe que se repite en “Siete semanas y cuatro días”, un cuento clásico en su mejor acepción, la intensidad de las emociones narradas que se resuelve en una revelación que nos hace el protagonista que acomoda todas las piezas del rompecabezas y vuelve esta historia en una máquina eficaz donde todo es coherente.

En una entrevista con Javier Moro Hernández, Jonathan Minila describió Lo peor de la buena suerte como una serie de cuentos que giran en torno al miedo o los miedos, con eso en mente, el cuarto texto de este volumen describe con precisión eso que despierta la repetición, si Salvador Elizondo escribió: “Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo. Me recuerdo escribiendo ya y también viéndome que escribía…”, en “Portafobia” ocurre una matrioska similar sólo que abriendo puertas.

La historia que da título al libro es una muestra de cómo Jonathan logra que miremos el envés de las cosas, en este caso el de las buenas intenciones y los mejores deseos, sólo que con la idea de que ningún mal karma es deseable. Mientras que en “Bálsamo para curar el olvido” esa mirada al reverso de esta realidad parte de la pregunta de qué sería del mundo si no existiera más el olvido y una vuelta de tuerca que se resuelve como en esa película (Memento) donde el personaje principal no es capaz de almacenar nuevos recuerdos, o como dicen los que saben, sufre amnesia anterógrada.

Si habitar el espacio significa que estamos ligados a las cosas, que nos sabemos anclado al mundo a través de nuestro cuerpo, en la historia que cierra Lo peor de la buena suerte, perversamente el autor nos ofrece una historia del futuro que ya está ocurriendo donde el insomnio es una conspiración, un delito, y lo que le ocurre al protagonista de “Insomnio inducido” es el registro paranoico de un esquizofrénico que, quizá, sólo quizá, ha abierto los ojos a la verdad.

Cierro como inicié: Envés y desvanecer. El reverso y la fuga. Lo opuesto y lo que se esparce. En Lo peor de la buena suerte está la gozosa incomodidad de descubrir que hay otros mundos posibles y todos están aquí mismo, son estos, están al alcance de nuestra mirada, el reto es atreverse a mirar de nuevo.


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Director editorial de La Jornada Aguascalientes
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