In memoriam - LJA Aguascalientes
23/11/2024

Por Néstor Duch-Gary

 

Honrar, honra

José Martí

 

Debo a Jorge Luis Borges el saber acerca de los Lamed Wufniks. Según el célebre autor argentino, se trata de un grupo de 36 hombres que han existido en todo momento y que existen al presente con la misión de justificar y sostener el mundo. Son personas modestas y humildes, que no se conocen entre sí, pero que desempeñan tareas cardinales para el bien de la humanidad.

Traer a cuento esa observación borgiana viene al caso porque en la noche del día último de septiembre o en la madrugada del primero de octubre de este 2015 murió, a sus 90 años de edad, don Clemente Sánchez Munguía. Don Clemente, estoy seguro, fue uno de esos 36 hombres justos y bien intencionados pendientes del adecuado y amable funcionamiento del mundo.

Tuve la fortuna de conocerlo de cerca. Sé que fue un excelente esposo, un padre atento a la buena educación y al bienestar de su hijo e hijas, quienes le profesaban un manifiesto respeto. Fue también un hombre disciplinado y austero de costumbres, salvo en los muy breves momentos en que escapaba a la estricta vigilancia de doña Alma y se tomaba una copita de tequila. Añadía, inmediatamente después, la petición, a los amigos presentes, de no divulgar ese mínimo secreto.

Don Clemente fue un experto que trabajó muchos años en los laboratorios fotográficos de la Dirección General de Geografía (DGG) del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI). A él se deben soluciones prácticas y perspicaces para el manejo seguro de productos químicos riesgosos, productos que se empleaban antes de que se instauraran los procesos digitales actuales. A él se deben también una secuencia de fotos espectaculares de uno de los últimos eclipses totales de sol, visibles desde aquí, tomadas a bordo uno de los aviones de la DGG y que están en los archivos de esa dirección del INEGI. Aquí detengo esta lista, ya que es muy grande el número de las contribuciones debidas a su trabajo profesional.


Pero las tareas propias de su profesión, a las que me he referido antes, no son las más representativas de su larga y fecunda vida. En el traslado de las primeras doscientas familias de la DGG a esta ciudad de Aguascalientes, don Clemente desempeñó un papel central. Él fue el encargado de enfrentar y de resolver los innumerables conflictos que significó esa operación en el ámbito humano y familiar. No creo exagerar si afirmo que don Clemente trató y fue tratado por cada una de las primeras familias llegadas a estas tierras y después por todas las familias que fueron llegando sucesivamente. Se ocupó de problemas que tenían que ver con la construcción de las casas, con el acomodo y traslado de las familias, con las inscripciones de los niños en las escuelas, con las reparaciones domésticas, por sólo citar las tareas más comunes.

Ahora bien, lo más sorprendente de todas esas labores por el bienestar común de los recién llegados, al menos desde mi perspectiva, fue que en una muy amplia mayoría de casos logró soluciones aceptadas de buen grado por los involucrados. Evitó conflictos, deshizo embrollos y enderezó entuertos. No estoy, por supuesto, libre de equivocarme en mis apreciaciones, pero creo que todas las personas que trataron con don Clemente guardan de él un recuerdo amable. Conservan la remembranza que nos deja una persona que es genuinamente buena y generosa, que actúa sin intereses ocultos, sin pretensiones al servicio de su interés personal.

Hoy el INEGI está, creo, sólidamente asentado en esta ciudad de Aguascalientes. Es una institución reconocida por su trabajo en el ámbito nacional e internacional. Sin embargo, su reconstrucción después de los sismos del 85 y su traslado a esta ciudad, que nos ofreció su hospitalidad generosa, significó el trabajo esforzado de mucha gente. Hubo problemas de muy variados tipos. Pero en el caso de los problemas humanos y familiares destaca, en ese conjunto de personas, sin duda alguna, al menos en el caso de la DGG, la figura de este hombre amable, sencillo, incansable y poseedor del don de saber arreglar casi cualquier problema de los muy distintos y complejos que enfrentó.

Cuando pienso en él, siempre me viene a la mente la imagen del héroe anónimo, tan brillantemente descrita por Albert Camus. La imagen de las personas que hacen su trabajo cotidiano concienzudo y esmerado sin detenerse frente a la magnitud del trance, que en ciertas circunstancias anómalas, les toca vivir.

Parece ser que hoy en día hay ciertas reticencias a reconocer, valorar y agradecer el trabajo de los otros, sobre todo de aquellos que son gente modesta y reacia a la autopromoción. Por esa razón he considerado un deber personal expresar mi reconocimiento público a una persona a quien muchos de los que vinimos a emprender una nueva vida en esta ciudad le debemos tanto.

 


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