La libertad, entendida como la ausencia de opresión, es un derecho y un ideal de todo ser humano, es una condición indispensable para que puedan manifestarse todas las potencialidades del individuo y de la sociedad.
Para que exista libertad se requieren varios factores, pero uno de ellos y sin duda de los más importantes es el ejercicio de la laicidad. A más de 300 años de que John Locke señalara la necesidad de separar el poder religioso del poder político; y en México, a más de 150 años de la promulgación la Ley Sobre la Libertad de Cultos, expedida en Veracruz el 4 de diciembre de 1860 durante el gobierno del licenciado Benito Juárez, la laicidad sigue siendo tema de actualidad por la tendencia que tienen los poderosos a tolerarse entre sí, desdeñando al pueblo que es a quien corresponde primordialmente el poder.
La separación de la iglesia del Estado es precisamente con el fin de garantizar las libertades ciudadanas y en un país como el nuestro en donde hay diferentes credos, la separación garantiza también la convivencia de las diferentes religiones respetando la pluralidad. De esta manera el Estado laico permite la libertad religiosa y la libertad de expresión de todos los ciudadanos.
En este punto es pertinente señalar que libertad religiosa es la libertad de los individuos, no de las asociaciones religiosas, por lo tanto no debe considerarse como sinónimo de libertad de culto para que este pueda llevarse a cabo en cualquier momento y en cualquier lugar, ya que en este caso debemos de tomar en cuenta el principio liberal de que “mi libertad termina donde principia la del otro”.
La libertad en materia religiosa también debe de entenderse como la libertad para no profesar ningún tipo de creencia, pudiendo ser el caso de los agnósticos, los ateos y los librepensadores.
En un ambiente de laicidad existe la posibilidad del disenso, del debate, de la convivencia; de la confrontación de las ideas y de las creencias para enriquecer nuestra vida democrática. En un Estado confesional predominan el dogma y “las verdades absolutas” que se imponen en todos los ámbitos de la vida e impiden el desarrollo social.
En la labor legislativa debemos procurar que las leyes que hagamos sean siempre respetando y exaltando los derechos humanos, conscientes de que la plena libertad sólo puede ser posible en un Estado laico.
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