La Habana, Cuba. 20 de septiembre de 2015. Los ojos, astutos y dulces, del papa Francisco se posan sobre su anfitrión: el comandante Fidel Castro Ruz. El autócrata cubano parece mesmerizado por el acento porteño del vicario de Cristo y, quizás, una mezcla de recuerdos y remordimientos le hacen evocar a otro argentino: Ernesto Che Guevara.
El sucesor de San Pedro regala al idólatra de Marx y Lenin su encíclica sobre el medio ambiente y dos libros de Alessandro Pronzato. Por su parte, Castro Ruz obsequia al obispo de Roma la obra del teólogo brasileño Frei Betto.
La escena arriba descrita sirve como obertura al presente artículo, el cual pretende describir y analizar los movimientos diplomáticos llevados a cabo por el papa Francisco, los hermanos Castro Ruz y Vladimir Putin.
El viaje del papa Francisco a Cuba tiene, a juicio del escribano, dos objetivos principales: primero, supervisar que el restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Cuba y los Estados Unidos sea llevado a buen término. Esto implica negociar, tras bambalinas, aspectos como el trato a la disidencia y tratar de derogar en el Senado de los Estados Unidos la polémica ley Helms-Burton.
En este aspecto, el principal escollo es la mencionada ley Helms-Burton, cuya sección 102 otorga la categoría de estatuto pues establece que el presidente de los Estados Unidos no podrá normalizar relaciones con Cuba ni formular política para ese país sin una ley del Congreso.
Otro obstáculo es quién será el sucesor de Barack Obama: si es Hillary Clinton, la disposición estadounidense hacia Cuba sería similar a la adoptada por Barack Obama. Es decir, reconocer al régimen castrista a cambio de lograr una democratización paulatina de la ínsula. Sin embargo, en caso de llegar a la Casa Blanca alguien como Donald Trump o Jeb Bush, el discurso anticastrista volvería a ser adoptado por el nuevo inquilino de la avenida Pennsylvania 1600.
El otro objetivo de Jorge Mario Bergoglio es reevangelizar Cuba: el régimen castrista amedrentó a la Iglesia católica y a sus feligreses, lo cual provocó que el número de católicos disminuyera. Asimismo, el catolicismo coexiste con la santería, tan popular entre los cubanos de origen africano.
El logro de estos dos objetivos es primordial para el Vaticano, el cual está listo para mover sus fichas en una eventual Cuba post Castro Ruz. Lo cual es altamente probable que Francisco discuta y promueva, durante su visita de nueve días a los Estados Unidos, con el presidente Barack Obama -quien, por su parte, recibirá al mandatario chino Xi Jinping.
Mientras tanto, Fidel y Raúl desean lograr que su legado socialista sobreviva a su desaparición física y, además, evitar a toda costa que Cuba se revierta a la posición que ocupaba antes de la Revolución en el imaginario yanqui: un burdel y una casa de apuestas. Para alcanzar este objetivo, los hermanos Castro Ruz se han vuelto a acercar a quienes los formaron en su niñez y adolescencia: la Compañía de Jesús, cuyo miembro más prominente es el papa Francisco.
A miles de kilómetros de la patria de José Martí, en la lejana Rusia, Vladimir Putin, gracias al despliegue de miles de tropas rusas en Siria, ha cambiado la dinámica de la guerra civil en el país árabe, pues cualquier negociación sobre el futuro de Siria tendrá que tomar en cuenta los intereses rusos y los de sus aliados iraníes. Lo cual implica que al-Assad saldrá cuando así convenga a Moscú y Teherán, no cuando acuerde a Washington, Riad y Tel-Aviv.
¿Por qué afirmar esto? Para Moscú, a diferencia de Washington, el desastre sirio es una cuestión existencial, porque entre Damasco y Grozny, la capital de Chechenia, sólo hay 800 kilómetros. Por lo que una eventual caída de Bachar al-Assad y su reemplazo por el Estados Islámico volvería a incendiar Chechenia, región de mayoría musulmana y en donde Rusia ha peleado dos guerras en tiempos recientes contra los mahometanos fanáticos.
Asimismo, Rusia se juega su prestigio en la zona, pues los líderes árabes, europeos, y el primer ministro de Israel, Bibi Netanyahu, saben que la única manera de solucionar la crisis migratoria en Europa, detener el avance de los radicales islámicos y lograr un salida negociada a las hostilidades en Siria es “colocando botas sobre el terreno”. Cosa que Putin, a diferencia de Obama, ha hecho con el envío de sus soldados a Levante, a pesar de que en la memoria rusa pervive el recuerdo, amargo y brutal, de Afganistán.
Para terminar esta colaboración, en el caso del papa Bergoglio me gustaría citar a la intelectual mexicana de origen sirio, Ikram Antaki, quien dice: “Ser un jesuita es ser un cristiano político, y es ser parte de una saga fascinante”. Todo ello bajo el lema Ad maiorem Dei gloriam (“Para la mayor gloria de Dios”).
Respecto a Putin, es innegable que se ha convertido en el “Bismarck del siglo XXI”. Es decir que el mandatario ruso, al igual que el mítico canciller germano, sabe que la combinación del uso de la fuerza con la diplomacia es necesaria para lograr los objetivos nacionales. Algo que ha probado repetidamente en Georgia, Ucrania y, ahora, en Siria.
Aide-Mémoire.- El manejo de la crisis egipcia por parte de la Secretaría de Relaciones Exteriores ha sido profesional. Lo único que desentona en la Cancillería es nuestro embajador en Londres: Diego Gómez Pickering, un neoporfirista de clóset.
* Colegio Aguascalentense de Estudios Estratégicos Internacionales, A.C.