Hace unos siete mil años, que se dice pronto pero son siete milenios, llegó desde la región mesoamericana, que hoy es México a Sudamérica, concretamente a la cuenca andina, una nueva planta. Era un maíz muy primitivo: las mazorcas o elotes, como las conocemos los mexicanos acudiendo a su etimología náhuatl, no llegaba a los diez centímetros de largo, con apenas cuatro hileras de granos. Así, los agricultores de la costa andina empezaron a cultivarlo. De vez en cuando en el sembradío aparecían plantas con mazorcas un poco más grandes. Esta mutación agradó a los agricultores, que inmediatamente empezaron a promoverla, guardando grano sólo de aquellas plantas que presentaban esta característica y sembrándolo aparte. Gracias a esta práctica, con el tiempo hubo mazorcas cada vez más grandes. Aquellos agricultores que comprendían mejor a las plantas trabajaron con paciencia a lo largo de generaciones; seleccionándolas cuidadosamente cada año y mezclando distintas variedades para ver qué sucedía. Así fueron surgiendo distintos tipos de maíz, y así fue como se logró aumentar el número de hileras, el tamaño de la mazorca, y el tamaño de los granos. Comerciantes, parientes y amigos fueron llevando estas variedades de maíz hacia otros lugares y fueron adaptando el maíz a las características de zonas diversas, siguiendo diferentes criterios de selección, propios de cada persona y lugar. Así viajó el maíz, de mano en mano, desde México a los Andes, de la costa a la montaña; de regreso a México y de México a Norteamérica. Cuando los primeros europeos llegaron a las Américas, el maíz que encontraron era el grano más versátil y productivo creado por la humanidad, con varios miles de variedades de formas, colores, durezas, resistencias, adaptaciones, sabores, colores y tamaños. Así cada generación fue imprimiendo su huella en la riqueza genética del maíz, y es eso lo que hizo tan versátil y poderoso a este grano. Fue este mismo proceso de paciente selección el que creó, en distintos puntos del planeta, a todas las plantas de cultivo que hemos heredado hasta hoy. Millones de personas a lo largo de miles de años crearon la diversidad de alimentos que hoy consumimos. Por eso se habla de un patrimonio genético de la humanidad. Y con toda su modernidad, la ciencia no ha podido domesticar ni una sola nueva especie para la canasta mundial. Pero hay tres o cuatro multinacionales de la biogenética que de algunas décadas a esta parte pretenden apropiarse del patrimonio genético de las semillas y granos que alimentan a la humanidad monopolizando la producción de semillas genéticamente modificadas.
El maíz en 2015 se enfrenta a la depredación. Según los deshonestos biotecnólogos del Cinvestav e incluso de la UNAM, respaldados por al menos dos secretarías de Estado: Sagarpa y Semarnat, y detrás el poder económico de Monsanto, Dupont/Pioneer, Syngenta, Aventis, Dow Agroscience, Bayer y BASF. Sólo Monsanto ingresó 15 mil 430 millones de dólares en 2014.
La resistencia social en México para impedir la siembra de maíz transgénico comenzó por lo menos hace unos 20 años, aunque el primer hito fue la llamada Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados, que mantiene latente la posibilidad de introducción comercial de maíz transgénico en México. La ley de bioseguridad no prohíbe la entrada del maíz transgénico aún cuando puede contaminar genéticamente a las variedades nativas, pues México es el centro de origen y diversidad del maíz, y sin embargo acepta la siembra experimental, semicomercial y comercial de los transgénicos bajo ciertas restricciones.
Desde ese evento han sido organizaciones de la sociedad civil las que han resistido a los gigantes multinacionales de la biogenética. En este tema el derecho puede y debe ser una poderosa herramienta de cambio social, pues se han promulgado leyes antitransgénicos bajo diversos nombres y modalidades en por lo menos tres entidades federativas.
La resistencia social produjo resultados sorprendentes: más de 50 personas físicas o jurídicas de la sociedad civil lograron que un juez de distrito otorgara medidas cautelares, paralizando el permiso para sembrar maíz transgénico en 2013. Recientemente el mismo juez levantó la prohibición de manera inopinada.
Hay confianza de las OSC mexicanas en conseguir nuevamente la paralización de los permisos de siembra de maíz transgénico en México; pero el precedente judicial de la resistencia legal está plantado. Veremos qué pasa, pues tal parece que somos muchos los mexicanos que no deseamos comer alimentos transgénicos.
Post scriptum. La buena noticia es que recientemente California se suma a Francia y etiqueta de cancerígeno a uno de los herbicidas agrícolas más utilizados: “El glifosato es un producto eficaz y valioso para los agricultores”, sostiene Charla Lord, portavoz de Monsanto, que niega su toxicidad. La ministra de Ecología, Ségolène Royal, anunció el pasado junio que Francia prohibirá su venta. Entre tanto, un tribunal de Lyon confirmó una sentencia a favor del agricultor Paul Francois, quien afirma que sufrió daños neurológicos después de inhalar otro herbicida de Monsanto.
@efpasillas