Polarizamos. A estas alturas, con la magnífica lupa que son las redes sociales, en un estado de comunicación instantánea y universal, nadie puede poner en duda que nos gusta polarizar. Somos, creo, como humanos, criaturas proclives -acaso por razones evolutivas- a la dualidad, al maniqueísmo, pero la web y los mass media no han hecho sino horadar en ello.
Nos gusta elegir villanos. Probablemente en un atisbo evolutivo que permitía la solidez de los gremios, elegimos al otro como nuestro héroe pero también como nuestro villano para representar de manera resumida -y por supuesto reduccionista- el complejo entramado social. Si alguien se suscribe a nuestra ideología es nuestro aliado automático -aunque a veces sostenga creencias aparentemente tangenciales que pueden terminar representando una contradicción a nuestra propia ideología-, si alguien tiene algunas que chocan con la nuestra lo ponemos del lado de los villanos.
Un concepto ampliamente aceptado, pero muy ambiguo, es el que hace de la “libertad” su lucha. Nos emociona que cada quien pueda decidir sobre su vida sexual como le plazca, que cada quien se case con quien quiera, que cada quien practique las creencias que su conciencia le dicte. Nos indigna que alguien haga un chiste en lo privado sobre una caricatura étnica aunque eso contradiga nuestra idea de que cada quien piense lo que quiera y haga de su vida privada su intocable reducto de libertad.
Tenemos enemigos prefabricados. Hoy, las juventudes, los entusiastas de las redes, encuentran en algunos clichés todas las condiciones para erigir a sus villanos: si viene de Televisa, malo; huele a gobierno priista, malo; apesta a derecha, malo; parece poderoso, malo. Y con ello se construyen ideas que se sostienen en nada más que un prejuicio.
Esto sería mera anécdota si no me preocuparan dos cosas: las juventudes entusiastas y educadas, que tienen acceso a redes sociales, son un pequeño grupo privilegiado del país. Mientras millones de pobres no tienen derecho a servicios básicos, esta clase media y media alta tiene la responsabilidad de la opinión, de la resistencia, de la oposición y de la batalla para que las condiciones de nuestros hermanos menos afortunados cambien. Es una batalla importante. La más importante de todas como ciudadanos mexicanos. Y sin embargo, libramos luchas con prejuicios, con apuestas fáciles, instantáneas, sin analizar las consecuencias de lo que sostenemos. La segunda cosa que me preocupa: la libertad misma.
Hace unas semanas se hizo famoso el incidente de Trump y Ramos. ¿Se equivoca Trump al decir que los mexicanos, así, en general, son rateros, violadores y toda la retahíla de prejuicios que lanzó contra nuestra raza? Sí. ¿Hace bien Ramos en romper los protocolos de una rueda de prensa, quitar la palabra a los demás, vociferar, hacer escándalo y con ello ganar notoriedad como un héroe? No. Una cosa no quita la otra, por supuesto, pero cuando hacemos juicios generalmente no valoramos las dos partes. Por cierto, un candidato demócrata que tiene el carácter de acallar al reportero que no quiere seguir el orden de la rueda de prensa -sobre todo si el reportero fuera un consabido conservador- no nos hubiera escandalizado tanto, calculo.
Hay una petición circulando para que se retire a Carmen Salinas como diputada. ¿Por qué? Porque aparentemente se durmió en la primera sesión y porque ella misma aceptó que no tiene iniciativas aún. ¿Es reprobable que se duerma en el trabajo que financiamos los mexicanos, y que llegue al congreso sin iniciativas? Definitivamente. ¿Será la única que se ha dormido o ausentado, o que llegó sin iniciativas? No lo creo. Nada más en la misma legislatura se celebra el caso de un chamaco de veintitantos que llegó por una tómbola a su cargo y que deslumbra prometiendo donar buena parte de su salario. ¿Eso lo hará mejor diputado? No lo sabemos, pero doña Carmen parece un mejor blanco para nuestras críticas. ¿Que alguien pierda su condición de diputado por firmas? ¿Y qué pasaría si se unieran para quitar a los diputados de partidos de izquierda, o a los independientes, las huestes del Revolucionario Institucional?
Un conductor dice al aire, a una radioescucha “es usted una vieja amargada”. La llama también estúpida y le desea la muerte. Rápido circula una petición para quitarle una licencia -que no tiene ni necesita en la legislación actual- y los temerarios justicieros desean que se le encarcele o al menos se le multe. ¿Hace bien en usar el micrófono para denostar a su público? No. ¿Es aceptable que este trato se dé aparentemente por ser, la afectada, de otra religión? Tampoco. ¿Castigamos así a quienes se burlan de las religiones hegemónicas? No, porque creemos en la libertad. Pensemos: ya no que lo encarcelen, que lo multen. ¿Cómo reaccionaríamos a una ley que permitiera a los gobiernos multar a quienes llaman estúpidos o desean la muerte a los políticos? Eso sería fascista. Aterrador. Bárbaro. Dictatorial.
Es una lástima que en lugar de argumentar apostemos por la censura, el castigo, el acallamiento. Queremos diálogo: hagamos crítica. Pero también queremos libertad. La libertad es maravillosa y terrible. Aparentemente más cuando tenemos que aceptar que también la deben poseer los que no piensan como nosotros.
/alexvazquezzuniga