Por Leticia Medina
Indignación, rabia e impotencia… no hay más palabras que describan lo que seguramente usted sintió, al igual que yo, al ver las imágenes de un niño sirio que pereciera ahogado junto con la mayor parte de su familia y saber que ellos, como muchas otras personas, han tenido que huir de sus hogares para buscar un “mejor lugar” donde vivir. Vemos como éste, muchos testimonios de sufrimiento ante los efectos de una guerra que lleva varios años.
La situación se recrudece y escuchamos cómo miles salen de aquel país hacia estados vecinos, otros buscan asilo en naciones más alejadas del conflicto en donde lamentablemente sólo sufren vejaciones, maltrato, discriminación. Las cifras, seguramente hay quien todavía las desconoce, por lo menos 210 mil muertes.
El gobierno sirio y los grupos opositores han arrasado el país, los diarios internacionales dan cuenta de cómo la lucha por el poder ha forzado la huida de casi once millones de personas, el 80 por ciento de la población siria vive en la pobreza y se ha reducido la esperanza de vida en 20 años, según indican diversos informes de agencias internacionales.
Cerca de 14 millones de niños de toda la región sufren también los efectos del conflicto bélico, 5.6 millones de los que permanecen aún en ese país son quienes se encuentran en una situación más desesperada. Entre ellos, más de dos millones continúan sin asistir a clase.
La respuesta humanitaria no se ha dado como muchos quisiéramos. Organizaciones internacionales han tratado de llegar a los lugares de más difícil acceso para que la gente que todavía habita en estos sitios reciba agua potable y por lo menos goce de una comida digna al día; por supuesto que estas acciones son insuficientes.
Circulan en las redes sociales testimonios que cómo lamenta uno, los de los niños, sobre todo los que no han vivido otra cosa más que la guerra y que en consecuencia se han llenado de odio, convertidos hoy en expertos en las armas con una sola idea, muy arraigada por cierto en su mente y en su corazón, matar al enemigo, sin importar edades ni condiciones.
Los llamados desde las organizaciones internacionales para el cese del conflicto no hacen eco y pareciera que lo único que importa a las partes involucradas es alcanzar el poder, aunque aquello que se gobierne sean las ruinas de ciudades desoladas.
Si la humanidad tuviera memoria, evitaría catástrofes como las que nos cuenta la historia, pero parece en verdad que el peor enemigo del hombre es el mismo hombre, a pesar de que sabemos que en la guerra siempre se pierde más de lo que se gana.
Hoy solamente quiero dejar un pensamiento que ojalá se engendrara como una semilla en la gente que sigue esta columna, no podemos permanecer ajenos ante tanta crueldad, ante tantas violaciones que vemos no tan lejos, a la vuelta de la esquina, debemos empezar a cambiar nuestro pensamiento, fortalecer nuestras responsabilidades, unirnos como sociedades y exigir como naciones los derechos, sobre todo los de los niños, que son quienes menos culpa tienen de las decisiones de los adultos.
Concluyo compartiendo un mensaje que escuché hace algunos días: cada vez que muere un niño, muere un doctor que hubiera podido salvar muchas vidas, o muere un arquitecto que hubiera construido muchos hogares o muere un maestro que hubiera instruido a muchos niños…